lunes, 22 de abril de 2013

Anatomía del Estado, dos.

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estado, politica 19 de abril de 2013

El título parece la serie de unas películas, que cuando son afortunadas, tuvieron éxito en la taquilla, siguen explotando la veta.
Realmente no sé cuánto el primero les haya gustado. Pero, disculpen, insisto pues es cierto que “repetita iuvant”.
Una vez que el Estado ha sido establecido, el problema del grupo o casta dominante, los gobiernos y los políticos, es cómo mantener su dominio. Y como para continuar a cargo cualquier gobierno (no solamente uno democrático) debe tener el apoyo de la mayoría de sus súbditos el problema básico y de largo plazo es ideológico.
Porque si el sostén de una minoría puede ser garantizado a través de cargos remunerados, la burocracia, o por intereses económicos protegidos, el “crony capitalism“, -capitalismo amiguista o capitalismo de compadreo, de los empresarios y los funcionarios gubernamentales-, la esencial aceptación de la mayoría tiene que ser persuadida ideológicamente que su gobierno es bueno, es sabio, es justo, o, por lo menos, el mejor que pueda pasarle.
Al final que es indispensable.
Esta promoción ideológica es el compito primario y vital de los “intelectuales”, los forjadores de palabras como los llamó Nozick, que tienen el propio cometido de forjar en la gente, en las masas, -que no tienen pensamientos críticos e independientes-, conceptos, ideas, mitos.
El primero fue de inculcar la identificación entre el estado y el pueblo: oraciones como “el Estado somos Nosotros” siempre han sido el pífano que han tocado en todos los tiempos.
Luego, con el surgimiento de la democracia, esta identificación se ha redoblado: el útil término colectivo “Nosotros” ha permitido que un camuflaje ideológico haya sido extendido sobre la realidad de la vida política.
Nos impusieron, nos convencieron, con esta estafa político-lingüística de que el estado es la sumatoria de los ciudadanos, que el dinero –los impuestos- que cada uno entrega (bajo coerción) al estado, en realidad sea dinero que los ciudadanos dan a sí mismos.
En este programa de convicción-sometimiento ideológico cualquier método debe ser usado para movilizar a la gente para que venga en defensa del Estado, bajo la creencia de que se está defendiendo a sí misma.
Las guerra mundiales del terrible siglo XX, fueron en esta lógica, guerras de pueblos contra pueblos, mientras sólo eran lucha de conquista de un estado, de un gobierno, de un mandatario contra otros.
En guerra el poder del Estado es llevado al máximo y al punto de no-regreso, es decir que las leyes especiales por el momento especial, luego quedan permanentemente. ¡Por cierto Randolph Bourne estaba en lo correcto cuando escribió que “la guerra es la salud del Estado”!
“Podemos probar la hipótesis de que el Estado está en gran medida más interesado en protegerse a sí mismo que en proteger a sus súbditos preguntando: ¿cuál categoría de crímenes persigue y castiga el Estado más intensamente, aquellos contra los ciudadanos privados o aquellos en su contra? Los crímenes más graves en el léxico estatal son casi invariablemente no invasiones contra las personas o la propiedad privada, sino amenazas contra su propia satisfacción, por ejemplo, traición, subversión o conspiración subversiva, asesinato de los gobernantes o tales crímenes económicos contra el Estado como la falsificación de su dinero o la evasión de sus impuestos.
O compare el celo dedicado a la persecución del hombre que asalta a un policía, con la atención que el Estado presta a quien asalta a un ciudadano ordinario”.
Y esto pasa todavía en todos lados: hace unos días en Italia, por una avería en el carro de Romano Prodi (un político, -lo llamaría en manera menos respetuosa si no pasara que podría ser el próximo presidente de la república italiana-) que siempre tiene su escolta, la policía encerró dos mil metros de autopista.
Y aquí ¿a quién protege la policía, el ejército, con camionetas armadas, con motocicletas, que pasan en la ciudad con gran despliegue de sirenas?
Ahora que, afortunadamente, no hay más guerras entre estados (y esto salió porque con las armas de hoy en día se pondría en riesgo la supervivencia no tanto de los pueblos, que no les interesa más que tanto, sino la de ellos, de la casta del poder) los gobiernos inventaron “la lucha” y “el peligro” en el estado.
El importante es que el pueblo, los particulares, se encuentren siempre bajo un riesgo, una amenaza, bajo algo que les parezca de no poder solucionar y que solo “el estado” con su fuerza, con su capacidad, demostrando su atención y su respeto para los demás, pueda hacerlo.
Y ¡es bastante raro que esta concepción elitista (atrás del estado hay hombres comunes a los cuales pero reconocimos cualidades superiores) se haya arraigado en el pensamiento socialista igualitario!
Así nos encontramos con la lucha contra la droga, contra la delincuencia, contra los robos, contra los asesinatos que sólo son los “normales” problemas de las ciudades tal vez agravados por la insipiencia y la incapacidad de los gobiernos; todavía contra el machismo, el maltrato de los niños, la violación de las mujeres, las molestias sexuales, el acoso (bullying) en las escuelas, y lo laboral (mobbing) en las oficinas; contra la falsificación del dinero y la evasión fiscal, estos dos los más perseguidos pues más afectan la imagen y el poder del estado.
Y los peligros: el agujero de la capa de ozono, el calentamiento global, la contaminación electromagnética, la energía nuclear, los terremotos, los huracanes, pero también la gripe aviaria, el virus VPH y los muchos que no recuerdo que pero aparecen según el momento en la tv, en los periódicos, con títulos alarmistas y chillados que nos empujen, nos obliguen a confiar sólo en el Dios-estado.
Bajo el eslogan de la “defensa” o la “emergencia” de hecho se puede imponer una tiranía sobre el público que en tiempos normales sería resistida abiertamente mientras así es casi invocada.
Y lo peor es que los individuos, los pueblos pierden poco a poco su autonomía, que es su libertad, y se acostumbran a esperar todo, trabajo, seguridad, dinero, salud, de alguien que está arriba de ellos.
En una palabra, sin darse cuenta, de ciudadanos se hacen súbditos, se hacen esclavos.



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