martes, 28 de febrero de 2017

Bandera soviética

Henry Engler: el famoso científico uruguayo marcado por la Revolución Rusa

© Sputnik/ Vladimir Semenyuk
ENTREVISTAS
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Federico Gyurkovits
2017, el centenario de la Revolución rusa (20)

El conocido científico uruguayo Henry Engler Golovchenko, descendiente de rusos y alemanes, habló con el programa Telescopio de Sputnik sobre la influencia de la revolución de 1917 en su vida.

Engler fue en su juventud dirigente del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros de Uruguay (MLN-T) y estuvo 13 años preso como rehén de la dictadura que gobernó el país suramericano entre 1973 y 1985, junto con otros integrantes de la cúpula de la organización, entre ellos el ex presidente José Mujica. Con el retorno de la democracia se exilió en Suecia, donde estudió Medicina.
Con 70 años, es referente mundial en medicina nuclear vinculada a la neurociencia y la oncología, y ejerce como director del Centro Uruguayo de Imagenología Molecular (Cudim), que fundó en 2007. Tres años antes fue uno de los candidatos al Premio Nobel de Medicina por sus descubrimientos sobre la enfermedad de Alzheimer.
Con Engler, conocido en su Paysandú natal como "el ruso chico", hablamos sobre la Revolución Rusa y los 100 años transcurridos.
— ¿Cuál es su origen?
— Vengo de familia rusa, mi abuelo y mi abuela vinieron de una zona de Ucrania pero eran rusos. Llegaron en 1913 con el resto de la familia, porque el presidente José Batlle y Ordoñez (1903-1907 y 1911-1915) les otorgó tierras en el departamento de Río Negro para que se establecieran. Ellos vinieron antes de que se instalara la Unión Soviética porque no los dejaban profesar una religión diferente a la ortodoxa, entonces no estaban con todo el proceso de la revolución.
— Eso por línea materna. ¿Y la paterna?
— Mi padre, que era alemán, después de la Primera Guerra Mundial se vinculó con el movimiento de Rosa de Luxemburgo y tuvo que escaparse de Alemania porque lo persiguieron. Se fue a Turquía y trabajaba para el Partido Comunista, pero lo deportaron a Sudamérica [en 1923, cuando el Estado Turco prohibió a la organización política]. Él quería irse a la Unión Soviética, pero le dijeron, 'bueno, necesitamos revolucionarios en Latinoamérica'. Entonces fue a Brasil a participar con el movimiento campesino de Prestes y después lo deportaron a Uruguay. Ahí conoció a mi madre, que estaba en la colonia rusa (San Javier, departamento de Río Negro) y de ahí viene mi origen.
— ¿Qué tan presente estuvo en su infancia la cultura rusa?
— A mí me interesaba el idioma para poder hablar en ruso con mis abuelos, y existía en Paysandú el Instituto Cultural Uruguayo Soviético. Entonces empecé a aprender ruso. Vino un muchacho de la Unión Soviética a establecerse en Uruguay, que era de raíces uruguayas, como maestro. Entonces, teniendo unos 10 años, iba todos los domingos. Me acuerdo de que las canciones que estaban en el libro tenían mucho que ver con la URSS. Era un libro en el que se aprendía de todo, pero había canciones que estaban bastante impregnadas de la construcción de la URSS. Y antes de ir a las clases había todos los domingos un programa de radio donde se pasaban música y comentarios sobre la Unión Soviética y canciones que estaban muy de moda. A mí me gustaban porque la mayor parte de ellas eran muy interesantes.
Eso se cortó porque el profesor de ruso se fue a San Javier a trabajar como albañil. Él estaba muy convencido de que era más obrero que intelectual. Mi abuela se quedó muy asombrada porque no podía entender ese cambio. Como mi abuelo era albañil, ella no lo veía como un oficio tan fantástico como para cambiarse de maestro a albañil, era medio inexplicable para ellos.
— ¿Se hablaba sobre la revolución y los cambios que impuso?
— Mis abuelos no estaban totalmente informados, pero nunca los escuché hacer comentarios negativos sobre la URSS. Sin embargo había una revista, Ogoniok, que mi abuelo recibía mensualmente desde la URSS con información sobre los koljoz (sistema soviético de explotación agrícola cooperativa). Después vino un período de películas de la URSS muy buenas. En Paysandú teníamos un cine club que periódicamente daba películas de diferentes países. Por ejemplo había una semana de cine francés, la semana del cine ruso, que era de muy buen nivel, y eran muy emocionantes las películas. 'Vuelan las Grullas' era una de las películas importantes que nos dejaron como estudiantes y jóvenes algo como mensaje.
— Qué mensajes…
— Transmitían mucho la heroicidad de la resistencia contra los nazis. Era todo muy relacionado con eso. 'El 41' ya más de la guerra civil entre los blancos y los rojos. También es muy intensa. Nosotros estábamos en un centro que se llamaba Centro Único de Estudiantes Sanduceros (de Paysandú) y se empezó a abrir la posibilidad —como teníamos contacto con el Instituto Uruguayo Soviético— de ir a estudiar a la URSS, porque la economía de mi casa no era la mejor del mundo. Uno podía ir a estudiar a la Universidad Patricio Lumumba en Moscú y yo me empecé a entusiasmar con esa idea. También mi hermano y varios muchachos vinculados a la colonia San Javier que se fueron para para allá. Sabíamos que iban estudiantes de todo el mundo, que no necesitaban pagar nada. Se les pagaba absolutamente todo, se les daba apartamento, lo cual para nosotros era un lujo descomunal.
Uno de ellos fue Vladimir Roslik (1) que fue a estudiar allá desde San Javier. Y formarse en la Unión Soviética le costó la vida.
— ¿Había otras razones además de la económica para sentirse atraídos por ir a estudiar a la URSS?
— Mi hermano y yo nunca fuimos comunistas, y sin embargo nos parecía que era un orgullo poder estudiar en la Patricio Lumumba. Era una univerisdad de un prestigio increíble, ir ahí era un mérito sin lugar a dudas. Podía estudiar Medicina que era mi interés, el de mi hermano y el de Roslik también, pero el concepto que teníamos era que la Unión Soviética estaba muy avanzada en la parte científica. De manera que la idea que teníamos era que había un desarrollo sumamente importante, que siempre había una especie de competencia con EEUU a ver quién se adelantaba más en los diferentes campos. Siempre la Unión Soviética y la Rusia anterior tuvieron fama de buenos químicos, físicos y en ese campo obviamente que hubo aportes innegables.
— Entre esos años fermentales y 1991 pasaron muchas cosas en su vida sin duda y en el mundo también. ¿Cómo recuerda el impacto que tuvo la disolución de la URSS?
— De pronto para muchos de los que habían estado en la Unión Soviética, cuando vinieron las reformas EEUU se empezó a transformar en una especie de ídolo y el consumismo explotó hacia niveles enormes. Yo estando ahí en Suecia, también en España, veía cómo los rusos invadieron para comprar apartamentos. Se creó una especie de casta muy rica, y luego una pobreza abismal del otro lado.
(1) Vladimir Roslik fue el último asesinado político de la dictadura uruguaya. Ocurrió en 1984 a causa de la tortura a la que fue sometido en un batallón militar. A diferencia de los hermanos Engler, Roslik sí concurrió a la Universidad Patricio Lumumba, y esa fue la base de las acusaciones en su contra acerca de que traficaba armas para los comunistas.
La revolución de febrero de 1917

"La Revolución de 1917 creó seres humanos con pensamiento crítico"

© Sputnik/
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2017, el centenario de la Revolución rusa (20)

El reconocido escritor uruguayo Ignacio Martínez, exponente del PIT-CNT, la central sindical única de su país, analizó en diálogo con Sputnik los impactos de la Revolución de 1917 en el ámbito cultural.

Martínez, director de Cultura del PIT-CNT, resaltó este período como "una etapa crucial del siglo XX". A criterio del autor, es preciso entender el contexto de la opresión zarista y de un país "atrasadísimo e inmerso en el feudalismo". La revolución contrapuso a este escenario "la construcción de un país moderno, liberado de esos males tan tremendos".
"A partir de esto, si la cultura es esa relación del ser humano con el planeta, con el mundo, con su prójimo, consigo mismo, entonces los aspectos artísticos culturales empiezan a adquirir un papel fundamental para resolver ese conflicto", comentó el escritor.
En estos postulados, indicó, es que se basó "la propuesta original de la revolución" en lo cultural. Las distintas manifestaciones de la época buscaron "engrandecer la vida" y la construcción de "seres humanos modernos, cuestionadores, con pensamiento crítico".
El pueblo ruso, tras siglos de feudalismo, comenzó en 1917 "a otear el horizonte de un mundo moderno". La revolución llevó consigo "un proceso explosivo de consumo cultural, de realización y de preservación de lo que ya había".
Las colecciones privadas pasaron de ser privilegio de unos pocos a constituir un patrimonio público "al servicio de las grandes mayorías". El goce de diversas manifestaciones artísticas y arquitectónicas se volvió un elemento del día a día del pueblo soviético: un ejemplo es el metro de Moscú, para Martínez "una joyita artística plástica". Pero también en el campo de la producción audiovisual, con Sergei Eisenstein, el máximo representante de la cinematografía de la URSS en la década de 1920.
"Hay una escena de una de sus películas, Octubre, que cuando asaltan el Palacio de Invierno, muchos de estos hombres y mujeres condenados a la inmensa miseria, al lograr entrar ven la oportunidad de llevarse cosas. Agarran lo que venga: tazas, platos o cubiertos. En la puerta, los detienen los soldados del Ejército Rojo y les dicen que eso no es propiedad ni suya ni del Zar. Es propiedad del pueblo", relató Martínez.
Martinez destacó la universalización de la educación y la importancia que se le dio a la cultura en el sistema de formación. Se fundaron escuelas nocturnas para que la población adulta pudiera educarse, se amplió el acceso a la educación primaria y secundaria "con la mayor amplitud posible al conocimiento, a la cultura en general y a las artes en particular".
No solo las artes, sino también las ciencias exactas y el razonamiento lógico. Martínez puso como ejemplo la matemática y el ajedrez. Asimismo, en una concepción global del ser humano, la educación física también tuvo un gran impulso.
El escritor enumeró "un primer período" a partir de 1917, una etapa que "fue formidable", marcada "por la libertad de la creación, por el desarrollo de expresiones artísticas" como la cinematografía de Eisenstein.
En el campo literario, Martínez señaló a Máximo Gorki y a Vladímir Maiakovski, "creadores que se adhirieron al proceso revolucionario" a distintos grados, "pero a partir de una distancia propia de la libertad que les permitía realizarse".
"Todo eso también tuvo mucho que ver con un concepto de cultura de un pueblo que se levantaba frente al siglo XX, que nació prácticamente con una guerra en 1914, haciendo estragos en aquella Europa que vivirá un siglo tremendo en el que los rusos, a pesar de eso, intentaron ser un faro de referencia, y de hecho lo fueron", aseveró Martínez.
En América Latina, la revolución llevó al surgimiento de los Partidos Comunistas, que se escindieron de los socialistas. El Partido Comunista de Uruguay (PCU) tuvo, a criterio del entrevistado, una influencia "muy intensa" en las expresiones más "genuinas" de la cultura popular autóctona.
"El PCU tuvo una injerencia y un papel en el desarrollo de la cultura, el folclore, el teatro, el carnaval y la poesía. Tuvo que ver con esa propuesta de liberación, que de alguna manera después tendrá como segundo gran ímpetu la Revolución Cubana", opinó el autor.
Vladímir Lenin, ex líder de la URSS
© SPUTNIK/ MOISES NAPPELBAUM
Martínez tiene una prolífica obra de 88 libros para niños y jóvenes y 11 para adultos. En su bibliografía, él reconoce la influencia de "dos grandes autores": Máximo Gorki, que "formó parte" de su niñez; y Anton Makarenko "que escribió una formidable pieza cultural", el Poema Pedagógico.
"Makarenko fue el hombre al que asignaron la recuperación de todos los jóvenes que estaban vinculados a la delincuencia, la vida en la calle, el robo…Y este hombre hizo una propuesta educativa que nos vendría muy bien acá. Ojalá todos los funcionarios y los educadores que están vinculados a nuestro sistema educativo formal e informal lo pudieran leer", comentó
Estas dos figuras "intervinieron" en su formación cultural "con mucha fuerza" junto a Maiakovski, "hombre polémico si los hay, porque planteó una poesía distinta, una propuesta literaria liberadora" que lo llevó a enfrentarse con el sistema.
En la creación de Martínez, enfocada especialmente al público infantil y juvenil, el autor destaca la influencia de la cultura emanada de la revolución a través de "la búsqueda formidable de la belleza, la sensibilidad y la ternura" en manifestaciones como el ballet o la literatura para niños.
Según el escritor, esto "sigue vigente" en la producción cultural rusa. Puso como ejemplo la animación ‘Masha y el Oso', en la que "importan los afectos y la ternura por encima de la violencia o cualquier otra manifestación".
Enchiladas suizas

La engañosa geografía del buen comer

© Flickr/ Steve Dunham
ENSAYOS
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Walter Ego

¿Qué tienen en común la torta cubana, el cacahuate japonés y las enchiladas suizas? La respuesta es bien sencilla: son delicias incorporadas a los hábitos gastronómicos de los mexicanos, pero unas perfectas desconocidas en las tradiciones culinarias de Cuba, Japón y la Federación Helvética.

Las enchiladas suizas —según refiere una extendida leyenda urbana— nacieron a principios del pasado siglo en el "Café Imperio", un local en la ciudad de México que se destacaba por platillos en los que se combinaba lo europeo y lo mexicano. Lo regenteaba un coahuilense desplazado por la Revolución de 1910 cuyo padre había trabajado como mayordomo para Maximiliano de Habsburgo y atesoraba recetas de la casa real austrohúngara. El día en que los cocineros del lugar elaboraron unas enchiladas con pollo deshebrado dentro de las tortillas dobladas a las que bañaron en salsa verde y recubrieron con queso gratinado, alguien comentó —se dice que Walter Sanborn, en cuyos establecimientos se harían famosas— que aquella presentación de las tradicionales enchiladas mexicanas le recordaba a los Alpes suizos.
Desde entonces esa forma de prepararlas quedó unida, siquiera nominalmente, a la tierra del legendario Guillermo Tell, como mismo sucedió, al menos en el ámbito de la hispanofonía, con una bebida alcohólica creada en Holanda en el siglo XVII a la que por el nombre en catalán de la planta de la que se obtiene (ginebre, "enebro", en español) recibe en castellano el nombre de la famosa ciudad suiza en la que nacieron Jean-Jacques Rousseau y Ferdinand de Saussure y en la que vivieron un trecho de sus vidas Jorge Luis Borges y François-Marie Arouet "Voltaire".
Si encontrar enchiladas suizas en Ginebra o en cualquiera otra ciudad de Suiza es tarea imposible, también lo es encontrar cacahuates japoneses en Tokio y sus alrededores. Los originales los creó el japonés Yoshigei Nakatani, hacia 1945, pero en la ciudad de México. Como nunca patentó el nombre ni el proceso de producción, hoy lo venden compañías trasnacionales como Sabritas y Barcel, por lo que se han convertido en unas botanas o aperitivos extremadamente populares. Por su parte, a la ya referida torta cubana se le puede añadir otro producto también ausente en Cuba a pesar de su engañoso linaje: el chile habanero. Si la primera debe su nombre a la calidad y cantidad de sus ingredientes, pues al pan se le pone jamón, queso, frijoles refritos, tomate, cebolla, aguacate, chiles, crema, ingredientes que en México relacionan con el atractivo intelectual y físico de las cubanas —"tienen de todo", dicen, refiriéndose tanto a las tortas como a las cubanas—, en el caso del chile habanero el apellido le viene por la ciudad de donde levaban anclas los navíos cargados de pimientos hacia España, lo que llevó a creer en el Viejo Mundo que La Habana era su tierra originaria, error que se regresaría y se difundiría en este lado del Atlántico.
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No son estos los únicos casos en que gastronomía y geografía se contradicen. La salsa Tabasco, esa que los camareros de todos los restaurantes del mundo acercan a los turistas mexicanos cuando preguntan ansiosos por algún condimento picante, no se produce en el estado mexicano del que toma el nombre. Se elabora desde el siglo XIX en los Estados Unidos y su única relación con México es que la fórmula original —que lleva chile tabasco rojo— la inventó una empresa azteca comprada en 1868 por un banquero de Maryland cuyos descendientes la fabrican hasta hoy. Cercana historia tiene la salsa holandesa —sirve para acompañar pescados o ensaladas y se prepara con mantequilla, zumo de limón, sal y yemas de huevo como emulsionante—, que a pesar de su apellido es nativa de Francia. La concibió el "chef de cuisine" Marie-Antoine Carème, y como utilizó mantequilla hecha en Holanda tuvo la deferencia de reconocer ese aporte.
La hamburguesa y la pizza hawaiana son otro par de alimentos que poco o nada le deben a la toponimia que evocan. La primera monopoliza en su nombre el del puerto alemán del que zarparon los migrantes que llevaron a Estados Unidos una forma de preparar la carne de res —en la que se combinan tejidos grasos y magros— que sería la base del bocadillo que convirtió en millonarios a los hermanos Richard y Maurice McDonald. La pizza hawaiana, por su parte, es de origen canadiense según unos, o alemán según otros. A Sam Panapoulos, de origen griego y residente en Ontario, Canadá, se le adjudica el mérito de combinar en el tradicional platillo italiano sabores dulces y salados (jamón, queso y piña), mérito que también se reclama para el cocinero alemán Clemens Wilmenrod, quien inventó la tostada hawaiana con los mismos ingredientes que más tarde harían de la pizza homónima una de las más populares del mundo. En medio de tanta fusión de sabores y confusión de orígenes, la única certidumbre que se tiene respecto a la famosa pizza es que no nació en el paraíso de los surfistas y el más joven de los estados de la Unión americana.
Desde Rusia con sabor
Cuentan que hacia 1860, Lucien Olivier, un cocinero francés con ascendencia rusa creó en el restaurante que dirigía en Moscú una ensalada hecha con diferentes carnes, caviar, alcaparras, papas cocidas, huevos y pepinos, todo ello recubierto con mayonesa, mostazas y especias. El platillo adquirió gran fama entre la aristocracia rusa bajo el nombre de "ensalada Olivier" y pronto fue replicado por sus competidores. En 1917, tras la caída del zar Nicolás II, los exiliados rusos llevaron a otros países la receta de lo que empezó a llamarse como tenía que ser: ensalada rusa, la cual adquirió carta de ciudadanía en naciones como España, Argentina o Perú, por lo que no resulta errado hablar de "ensalada rusa" argentina o "ensalada rusa" peruana por más que desconcierte un poco ese apareamiento geográfico. Un proceso similar ocurrió en Cuba en la década de los años 80 del pasado siglo cuando llegaron los primeros envíos de carnes enlatadas provenientes de la Unión Soviética. Su popularidad fue tal que la gente comenzó a llamar a esa carne enlatada "carne rusa". Años después una mercancía similar llegó desde Argentina, pero la fuerza de la costumbre se impuso —por antonomasia, dirían los retóricos— y la población se refería a ella como "carne rusa" argentina. No está de más agregar que la técnica de conservar alimentos enlatados se debe al cocinero francés Nicolás-François Appert (1749-1841).
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Una anécdota para concluir. También en Cuba, en la década de los noventa y en medio del llamado "período especial" (eufemismo de "crisis económica"), en algunas panaderías del país se puso de moda el muy anunciado "PAN DE HALLER", un alimento que en principio desconcertó a todo el mundo pues nadie sabía de qué incognoscible rincón de Alemania o Suiza provenía. Pero bastaba con preguntarle a quien lo vendía y el misterio se aclaraba de inmediato: el anuncio, escrito por alguien peleado a muerte con la ortografía, simplemente informaba que estaba a la venta el pan que había sobrado del día anterior, es decir el "pan de ayer".

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK