El “nuevo Antisemismo”. ¿Antisemita o Antisionista?
Después
de la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos han
incrementado los incidentes contra los judíos en el país norteamericano.
La
información que brinda Internet, basada en los datos de la Liga
Antidifamación, creada y mantenida para apoyar a Israel y callar a sus
opositores, muestra que es después de la elección del presidente Donald
Trump que se han incrementado los incidentes contra personas judías en
Estados Unidos. Y lo mismo ha estado sucedido en Alemania y en
Francia [1] y en otros países europeos donde la mayoría de los
incidentes antisemitas se debieron a motivaciones de extrema derecha.
Los mismos líderes judíos de Pittsburgh, donde en octubre se realizó
un ataque en contra de una sinagoga, subrayaron en la carta que enviaron
al presidente Trump que el atentado fue la culminación directa de su
influencia, al envalentonar sus discursos y políticas el creciente
movimiento supremacista blanco. Crecimiento que constataba ya la ONU en
agosto del 2017, la cual denunciaba la proliferación y la creciente
prominencia en Estados Unidos de odio organizado y de sectores de
extrema derecha, neonazis y supremacistas blancos. Lo que no es difícil
de entender, dada la conversión del racismo en credo oficialmente
fomentado por el Gobierno de ese país, lo que da razón al racismo de sus
ciudadanos y lo agudiza según sus necesidades. Verdad que todo el mundo
sabe y sugiere, y es hora ya de empezar a llamar por su nombre: racismo
de Estado, desatado oficialmente hoy en Estados Unidos.
Todo ello contradice el viejo argumento de que la mayor parte de los
actos contra judíos son obra de musulmanes y activistas de izquierda
propalestinos. Aunque el New York Times,
en su edición digital de 30 julio 2018, volviera a sugerir que, como
antes, debían de haber sido los musulmanes el principal grupo
identificado como perpetrador de esos ataques. Y, a pesar de que cada
vez más se publique en los medios que los principales impulsores del
resurgimiento antisemita y uno de sus principales promotores es el BDS
(Boicot, Desinversiones y Sanciones) el cual, de forma calumniosa, es
presentado como un movimiento terrorista que odia a los judíos, cuando
en realidad es una iniciativa pacífica surgida en 2005 de gran parte de
la sociedad civil palestina, apoyada por millones de personas del mundo
entero especialmente pacifistas, como alternativa para luchar y
denunciar de forma activa la ocupación, la colonización y el régimen de
apartheid que Israel practica desde hace décadas contra el pueblo
palestino.
No obstante, si se miran bien los datos que ofrece la propia Liga
Antidifamación y los que ofrecen las estadísticas de crímenes de odio
del FBI de Estados Unidos sobre los delitos e incidentes motivados por
prejuicios en ese país [2] es posible darse cuenta de que, si bien es
cierto que los delitos totales han crecido de forma absoluta, y el peso
en el total de los incidentes contra los judíos ha crecido, aunque
levemente, dicho peso se mantiene en un rango entre el 10 y 20 %. Sin
embargo, los indicadores de violencia relacionados con el color negro de
la piel y la procedencia hispana o latina, aunque han disminuido
ligeramente, se mantienen con un peso entre el 35 y el 40 % del total.
Si comparamos, asimismo, los datos anteriores con las cifras
suministradas por la Liga Antidifamación sobre los incidentes reportados
como antisemitas, entonces resulta que éstos últimos no alcanzan a ser
ni el 10 % del total.
A pesar de todo lo anterior, es prácticamente sólo al “crecimiento
sin freno”, como anuncian muchos, de los incidentes contra los judíos,
tanto en Estados Unidos como en otros países, a lo que la media está
prestando atención, creando una campaña de histeria sobre este hecho,
sin dudas totalmente condenable, tanto como lo son los demás. Y es sólo
respecto a él que se escriben múltiples artículos, se celebran
conferencias internacionales y marchas multitudinarias.
Así, llama la atención que, relacionado con esta situación, en
noviembre de 2018 se celebró en Viena bajo la presidencia del canciller
austríaco Sebastián Kurz —calificado por cierto por el Ministro de
Asuntos de la Unión Europea de Turquía como un representante de la islamofobia y el racismo—, la conferencia internacional “Europa más allá del antisemitismo y el antisionismo”.
En ella se dieron cita políticos, parlamentarios, dirigentes judíos y
académicos de Europa, Estados Unidos e Israel para, según declararon,
combatir ese mal. Su fin real, sin embargo, fue buscar consenso para que
se adopte la definición de antisemitismo de la Alianza Internacional
para el Recuerdo del Holocausto (IHRA) la cual —y esto es lo más
interesante—, no considera como antisemitismo sólo los incidentes contra
los judíos, sino también los ataques contra Israel, concebido éste como
una colectividad judía. Idea expuesta públicamente por el presidente
francés Emmanuel Macron, el cual se refirió al antisionismo en un evento
en marzo de 2017 como una nueva forma de antisemitismo.
Dicha conferencia fue sólo un paso previo, y sus resultados fueron presentados en la reunión del Consejo Europeo
que tuvo lugar en diciembre de 2018, en la cual los veintiocho jefes de
Estado o de Gobierno de los Estados miembros aprobaron una declaración
que reconoce la definición del IHRA, lo que significa la toma de una
postura política común que posibilita homogenizar el objetivo a lograr
en el “combate contra el “antisemitismo”, y crea condiciones para nuevos
pasos, entre ellos, estimular a los gobiernos a tomar medidas prácticas
y legales en esa dirección.
Resulta entonces, que el recrudecimiento del supremacismo blanco que
ha incrementado el racismo y la xenofobia, y los crímenes de odio en
general —proceso que, por supuesto, no viene de la nada, sino que es
producto a su vez de los ajustes y desequilibrios que está sufriendo en
la actualidad el modelo imperialista norteamericano en sus desesperados
esfuerzos por mantener la hegemonía mundial, pero este es otro tema—,
está siendo capitalizado por el movimiento sionista y claro está, por
Israel. Y está siendo capitalizado con el fin de lograr, por lo menos
obviamente, varios propósitos bien definidos: detener la caída que viene
produciéndose del número de inmigrantes a Israel, mejorar la imagen
internacional de esa entidad logrando, a su vez, protegerla contra todo
tipo de críticas. Y, sobre todo, eliminar cualquier forma tangible de
protesta contra la actual ocupación y destrucción sionista de Palestina
y, en especial, liquidar el BDS.
Dicho en pocas palabras, lo que se pretende ahora es, entonces, que
el antisemitismo, que hasta ahora había sido utilizado para “empujar” a
las masas judías” hacia Israel, se transforme, además, en un instrumento
para callar, perseguir y castigar toda crítica a Israel.
El “antisemitismo”
La palabra “antisemitismo” empiezaa usarse cuando el político alemán
Wilhelm Marr lo acuña para calificar el odio a los judíos. Y lo hace
aplicando la expresión “semita”, que es un término extraído del mundo de
la lingüística, a las supuestas peculiaridades raciales de los judíos
definidas por él, en el año 1879 y en medio del proceso que, asociado a
la exacerbación del nacionalismo alemán desembocaría en el futuro en el
surgimiento del nacionalsocialismo nazi.
Así, el término “antisemitismo” surge asociado a la ideología
racista. Ideología que no sólo niega el derecho a la diferencia, sino a
la igualdad basándose en un conjunto de concepciones teóricas enseñadas
como verdaderas que intentaron demostrar que las diferencias entre los
hombres eran genéticas. Estas concepciones racistas fundamentaron no
sólo el nacionalsocialismo alemán, sino que acompañaron el desarrollo
del capitalismo e impregnaron y justificaron también, entre otras, las
políticas del colonialismo europeo, incluyendo el reparto de África y la
colonización y el reparto del Medio Oriente, así como la llamada
“conquista del oeste norteamericano” (léase exterminó y reclusión en
reservas de buena parte de la población nativa), la larga tradición
segregacionista post esclavista de Estados Unidos, y el “apartheid” en
Sudáfrica.
Es curioso, no obstante, que nadie hable ni recuerde que, en la
historia del sionismo, no son pocos los abanderados del tema de las
peculiaridades raciales de los judíos, contando con importantes figuras
que desde mediados del siglo XIX, e impulsados por la expansión de las
teorías racistas que ya empezaban a fermentar en la década del cincuenta
como el historiador Heinrich Graetz y el filósofo Moisés Hess, hasta
líderes del movimiento sionista, como Zeev (Vladímir) Jabotinsky, han
sostenido que no es solo la religión lo que impide la asimilación de los
judíos, sino el hecho de constituir una raza. Lo que si analiza el
historiador israelí Sholmo Sand en su libro La invención del pueblo
judío, el cual ha sido criticado, e incluso amenazado, por los
resultados obtenidos en su investigación. Y que tampoco se pueda leer
mucho sobre los innumerables esfuerzos y los recursos gastados en vano
por la entidad sionista para intentar buscar el “gen judío”. Aunque,
como también dice Sand, el tema de las investigaciones sobre la “raza
judía”, después de la II Guerra Mundial haya sido sustituido por el
respetable título científico de “estudio de las comunidades judías”. Y
diversos historiadores hayan reclutado el concepto más respetable de ethnos para preservar el íntimo contacto con el distante pasado.
El racismo biológico, a pesar de haber sido superado, dejó su lugar a
una especie de racismo cultural y diferencialista. Un racismo sobre la
base del cual los colectivos de inmigrantes en general, y los sectores
de la población nacional que no compartieran las tradiciones, estilos de
vida, religión y valores de la civilización occidental cuyas raíces
serían europeas y cristianas, no serían integrables ya que existiría una
incompatibilidad irreconciliable entre ellas. En ese proceso subsiste
durante el siglo XX la noción de antisemitismo sin grandes controversias
relacionado, en esencia, con actos de hostigamiento consciente a los
judíos que suponen discriminación u odio raciales. Y, como tal, llegó a
convertirse en el más eficiente instrumento de violencia, de connotación
política, empleado de forma premeditada para que la nueva concepción
del mundo que se abre paso en ese momento en el seno imperialista, la
ideología sionista, estableciera su base terrenal, la entidad sionista, y
pudiera contar, a través de la inmigración de judíos, con la fuerza de
trabajo necesaria para su establecimiento y desarrollo, dando sentido
así a su proyecto político y ganando apoyo entre la población judía en
los distintos países.
Sobre todo porque el antisemitismo ha constituido la principal arma utilizada por Israel, como entidad etnográfica, en su lucha contra la “asimilación judía”,
a partir de la concepción sionista de que, al constituir los judíos un
pueblo aparte, una nación, los judíos no pueden vivir dentro de otras
naciones, y por ello son objeto de un “natural” rechazo. Lo que provoca
continuamente situaciones de inseguridad y clima de desconfianza interna
entre los judíos en los distintos países que estimulan y exige su
emigración hacia Israel. Y esto lo reconocen los propios sionistas. Así,
se escribe en el sitio de Ynetnews de Israel, Para
hacer justicia al gobierno de Netanyahu, permítame calificar mi
declaración diciendo que todas las formas del sionismo tienen la
percepción de que un cierto grado de antisemitismo beneficia a la
empresa sionista. Para decirlo más claramente, el antisemitismo es el
generador y aliado del sionismo. Las masas de judíos abandonan su lugar
de residencia solo cuando su situación económica y su seguridad física
se ven socavadas. Las masas de judíos son empujadas a este país en lugar
de sentirse atraídas por él. El anhelo por la tierra de Sión y
Jerusalén no es lo suficientemente fuerte como para llevar a millones de
judíos al país que aman y hacer que se aferren a sus terrones. ¡Y esto fue escrito antes de Trump, en el 2016!
No es casual, entonces, que exista una correlación directamente
proporcional entre las variaciones en la magnitud de las acciones contra
los judíos y las de las cifras de los inmigrantes que llegan anualmente
a la entidad zionista. Pero lo cierto es que, así y todo, el número de
inmigrantes que han estado llegando a Israel en los últimos años ha ido
disminuyendo, a pesar de que, luego de los atentados terroristas del
EIIL a las oficinas de la revista satírica Charlie Hebdo, y al mercado
kosher en el este de París en el 2015, se aprobaron un grupo de planes especiales que
concedían múltiples beneficios a los judíos que vivan en Francia,
Ucrania y Bélgica para estimular su emigración hacia Israel.
Aspectos precisamente en que sus concepciones coinciden con la
filosofía de los supremacistas blancos. Un testimonio de lo anterior lo
dan las declaraciones de Richard Spencer, presidente del Instituto de
Política Nacional (un thinktank de los supremacistas blancos
con base en Arlington, Virginia, Estados Unidos). El mismo se
caracteriza como un sionista blanco, y declara: “Quiero
que tengamos una patria segura que sea para nosotros y para nosotros
mismos, tal como ustedes quieren una patria segura en Israel”.
Desde los primeros años del siglo XXI lo anterior, no obstante, ya no
es suficiente. El antisemitismo fue llevado a otro nivel al
transformarse en una tarea estratégica fundamental para estigmatizar a
todos aquellos que se opongan a Israel, así como para perseguir y
bloquear todo tipo de crítica a sus políticas racistas y genocidas,
estimulando el antisemitismo para presentarlo como posiciones
antiisraelíes y antisionistas. En esa tarea una organización
intergubernamental jugará un importante papel: la Alianza Internacional
para el Recuerdo del Holocausto (IHRA por su sigla en inglés). La misma
reúne a Israel, Estados Unidos, el Reino Unido, Francia, Bélgica y otros
veintiséis gobiernos del campo occidental. Todos ellos caracterizados
por tener importantes relaciones económicas y militares con la entidad
sionista y por el apoyo que le prestan siendo, en consecuencia, una
institución donde, como acertadamente señala el escritor y periodista
belga Michel Collon en un reciente artículo titulado ¿Por qué existen dos definiciones de antisemitismo?, el gobierno de Netanyahu ejerce toda su influencia.
El nuevo antisemitismo
El
antisemitismo es una cierta percepción de los judíos que puede
expresarse como el odio a los judíos. Las manifestaciones físicas y
retóricas del antisemitismo se dirigen a las personas judías o no judías
y/o a sus bienes, a las instituciones de las comunidades judías y a sus
lugares de culto. Incluyendo, como se
especifica en los ejemplos que acompañan la definición, los ataques a
Israel, concebido como una colectividad judía.
Esta definición, asociada al término “nuevo antisemitismo”, fue
aprobada por el IHRA en el 2016 y es apoyada por distintas
organizaciones judías proisraelíes, en particular por el Comité de Asuntos Públicos de Estados Unidos e Israel (AIPAC),
la cual es uno de los poderosos lobby sionistas que está detrás de la
guerra israelí-estadounidense declarada contra el movimiento palestino
de boicot en Estados Unidos. Lobby que tiene gran influencia en el
Congreso norteamericano dado su “generoso financiamiento” a los
legisladores y candidatos pro israelíes, lo que ha sido denunciado ya
públicamente por la congresista demócrata norteamericana Ilhan Omar,
señalada como antisemita por sus críticas al régimen sionista de Israel
ya que, señalan sus detractores el
antisionismo es la justificación predominante de la violencia, el
asesinato y el odio contra los judíos en Europa y Oriente Medio.
Esta definición, no obstante, ha sido y sigue siendo también
fuertemente cuestionada tanto desde el punto de vista de su contenido
como de su legitimidad por académicos, especialistas y juristas. Su
oscura historia aparece claramente reseñada en el artículo de septiembre
de este año del escritor británico especializado en el estudio
del antisemitismo Anthony Lerman.
En el mismo se explica que dicha definición nació vinculada a un
informe de antisemitismo que pretendía mostrar a los jóvenes musulmanes
como los principales responsables de los crecientes ataques contra los
judíos en Europa. Argumentos que, a contra pelo de la realidad, se
siguen esgrimiendo hoy, con la variante de que ahora es “el flujo de
inmigrantes que vienen de países musulmanes” los que tienen ideas
antisemitas o antiisraelí, aunque son sólo parte del problema. En
general las críticas señalan que la definición:
- Es vaga y confusa
- No distingue suficientemente, o equipara intencionalmente, las críticas legítimas a Israel y al sionismo, y la defensa de los derechos de los palestinos, con el hostigamiento hacia los judíos.
- La equiparación antisemitismo y antisionismo que se hace en ella socava tanto la lucha palestina por la libertad, la justicia y la igualdad, como la lucha global contra el antisemitismo, y sirve para proteger a Israel de ser responsable ante los estándares universales de los derechos humanos y el derecho internacional.
- Amenaza a la libertad de expresión, y aísla el antisemitismo de otras formas de intolerancia, sacándola del contexto de una lucha antirracista más amplia, lo que perpetua la idea de que los judíos están solos, haciendo la definición tan defectuosa y turbia que debería abandonarse, además de imprecisa y ambigua.
- Impone restricciones y censuras.
De lo que se trata con este “nuevo antisemitismo”, por tanto, es de
justificar las acciones de Israel y protegerlo de la condena
internacional y doméstica. Quienes lo apoyan buscan legitimar aún más la
falsa igualdad que la ideología sionista pretende establecer entre
judío y sionista, entre sionismo y judaísmo,
o la que se pretenden hacer creer existe entre el pueblo judío y el
Estado de Israel. El problema para ellos es que cada vez hay más
personas judías que se alejan del sionismo por su política racista y
expansionista. Pero esa política no es nada nuevo. La misma fue tan
elocuente y manifiesta en sus primeros momentos que, en noviembre de
1975, la Asamblea General de la ONU aprobó la Resolución 3379,
donde se aprobaba la determinación del sionismo como una forma general
de racismo y discriminación racial. Con el fortalecimiento de la
agresividad imperialista y como expresión de su simbiosis con el
sionismo, esa Resolución, no obstante, fue revocada vergonzosamente el
16 de diciembre de 1991. Ese día, patrocinada por los Estados Unidos la
ONU aprueba la Resolución 46/86,
la cual invalida la determinación que antes se diera al sionismo,
argumentándose, según palabras de George H. W. Bush, que su aprobación
anterior significaba olvidar la terrible tragedia de los judíos en la II
Guerra Mundial y de hecho a lo largo de la historia. La razón real
detrás de este acto, sin embargo, esta en el hecho de que el sionismo,
además de racismo, discriminación racial, opresión, guerras y crímenes
contra la humanidad, es una ideología que representa ante todo un poder
económico, el poder del oro como Dios Universal.
Hay razones, ciertamente, para preocuparse. Hoy, a 28 años de ese
hecho, a la vista de todos, se está desarrollando una nueva “caza de
brujas”. Esperturbador que, por un lado, se escondan bajo el manto de
libertad de expresión, el racismo y los crímenes de odio, mientras que,
por otro, se coarte esa misma libertad para defender el racismo y aislar
uno de los componentes de dichos crímenes. Pero igual de perturbador o
más es el hecho de que, en ese contexto, el sionismo, que representa los
intereses de conquista y dominio mundial de ese imperialismo en el
Medio Oriente y en el mundo, siga desvirtuando, transformando y
utilizando su inventada historia pasada, de donde viene su
“excepcionalidad”, para justificar sus acciones actuales. Y no sólo se
lo permitan, sino que lo impulsen a ello otorgándole, además,
oficialmente, la dispensa de intocable.
Todos estos hechos, no obstante, no son más que la peligrosa
manifestación de la preocupación de la élite sionista mundial, y de la
israelí en particular por la fractura de la imagen del idílico Israel en
el mundo, el alejamiento de él de las nuevas generaciones judías y el
fortalecimiento de los rabinos antisionistas y antisraelíes
de Estados Unidos que, en defensa de la religión judía ante la
apropiación que hace de ella el sionismo, el imperialismo y su
utilización para fines de colonización al servicio de las
transnacionales y el capital imperialista en general, DEFINEN AL
SIONISMO Y A ISRAEL COMO EL ENEMIGO NUMERO UNO DE LA RELIGIÓN JUDÍA y
repudian el fomento permanente del antisemitismo como forma de atracción
de judíos a Palestina. Y, sobre todo, porla pérdidade poder e
influencia que vienen sufriendo en los últimos años tanto Estados Unidos
como Israel, Países que en las últimas encuestas realizadas han
resultado estar en los primeros lugares en la lista de amenaza para la
paz mundial.
[1] En la misma marcha contra el ascenso del antisemitismo en
Francia, en febrero de este año, Frédéric Potier, delegado
interministerial contra el racismo, el antisemitismo y el odio
anti-LGTB, decía a Le Monde, “desde enero de 2018 se ha instalado [en
Francia] un inquietante clima de ansiedad. Más allá del antisemitismo
islamista, asistimos a un resurgimiento de la extrema derecha
identitaria virulenta que no duda en pasar al acto”. https://elpais.com/internacional/2019/02/19/actualidad/1550603459_658323.html.
[2] Ver: FBI. Estadísticas de Crímenes de Odio 2017, 2016, 2015, 2013. https://www.fbi.gov/@@search?SearchableText=+%EF%BB%BFHate+Crime+Statistics%2C+&pageSize=20&page=1 Liga antidifamación. Antisemitismo en los Estados Unidos. https://www.adl.org/resources/reports/2017-audit-of-anti-semitic-incidents#major-findings.
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