domingo, 31 de marzo de 2019

Don Goyo
 
Así nombran afectuosamente al Popocatépetl los habitantes de Santiago Xalitzintla, una pequeña comunidad a 12 kilómetros del volcán. Cuentan que hace muchos años un vecino caminaba por las faldas de la montaña cuando se le apareció un hombre de edad avanzada que dijo llamarse Gregorio Chino Popocatépetl. Mencionó que era la personificación del espíritu del monte que se muestra para alertar a los lugareños cuando va a haber alguna erupción o tranquilizarlos si sólo se trata de una fumarola. A partir de esa fecha comenzaron a llamarlo Don Goyo y cada 12 de marzo, día de San Gregorio Magno, suben a llevarle flores y alimentos para festejar su santo y mantenerlo contento.
El nombre proveniente del náhuatl se compone por Popōca que humea y tepētl montaña, que en conjunto significa la montaña que humea, debido a su constante actividad desde la época prehispánica. Estudios paleomagnéticos señalan que tiene una edad aproximada de 730 mil años.
De las primeras erupciones de las que existe registro son de 1347 y 1354, que es, según algunos autores, la época de fundación de Tenochtitlan.
Uno de los presagios de los males que vendrían se dio en 1519, precisamente previo a la llegada de los españoles, en que volvió a tomar vida con estruendo y se mantuvo en actividad hasta 1530; en 1664 arrojó humo con gran fuerza.
En alguna ocasión platicamos que a la llegada de los hispanos la vista del coloso nevado rugiendo y arrojando humo despertó la curiosidad de uno de los hombres más arrojados que venían con Hernán Cortés. Según nos cuenta Bernal Díaz, el volcán echaba mucho más fuego que otras veces solía echar, con lo cual todos nos admiramos de ello y un capitán de los nuestros, que se decía Diego de Ordaz, tomole codicia de ir a ver qué cosa era y demandó licencia a nuestro general Cortés, la cual le dio y aún de hecho, se lo mandó.
El español llevó consigo dos soldados y algunos indios principales, quienes le dijeron al acercarse a la cima que no subirían más y les mostraron unos cues en donde veneraban a unos ídolos llamados los teules de Popocatepeque. Eso no detuvo a Ordaz, quien continuó con los soldados hasta la misma boca del volcán. Esta hazaña le valió enorme reconocimiento entre los indios y los propios españoles; consciente de ello, cuando regresó a Castilla demandó que en su escudo de armas apareciera la imagen del Popocatépetl, además de las armas de su linaje, lo que le fue concedido.
Ahora Don Goyo ha vuelto a despertar y esperamos que no sea más que otro de sus exabruptos ocasionales para pronto volverse a apaciguar por varios siglos más. Hace varios lustros, en que comenzó a dar signos vigorosos de vida, expresamos nuestra preocupación si la cosa pasaba a mayores. Primero por las personas que serían afectadas y por el daño al medio ambiente, pero también por el peligro de que se perdieran sitios que guardan joyas arquitectónicas y documentales.
En la lista de sitios inscritos como patrimonio mundial en la Unesco se encuentran los primeros monasterios del siglo XVI en las faldas del Popocatépetl.
La parroquia de Amecameca custodia registros de bautizos y matrimonios que datan de 1616, entre los que se encuentran los de la familia de Sor Juana Inés de la Cruz. En el archivo parroquial de Chimalhuacán-Chalco, se encuentra el acta sacramental de Sor Juana.
En la zona está Ozumba; los archivos de su hermoso convento resguardan, entre otros, el acta de bautizo del célebre don Antonio Alzate y Ramírez, pariente colateral de Sor Juana y pieza clave para señalar la preponderancia de la familia Ramírez en la región Chalco-Amecameca.
Desde tiempos prehispánicos se traían del Popo hielo y nieve, a esta última se le agregaban mieles diversas o jugos de frutas. En el virreinato se añadió leche, canela y vainilla. Esto nos inspiró a saborear un helado en la nevería Chiandoni, en la calle de Pensilvania 255, donde desde hace 80 años se expenden deliciosos gelatos con receta italiana.

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