martes, 5 de marzo de 2019

¿Y si EU quiere invadir México?
¿Qué pasaría si nos sale un Juan Guaidó, un nuevo Gutiérrez Estrada? ¿Qué pasaría si al imperio se la antoja repetir pasadas historias? Decenas de veces en estas semanas me han hecho preguntas parecidas quienes alarmados concluyen: Estados Unidos no dejará que AMLO desarrolle su proyecto. Incluso nuestra Rayuela del jueves: “… quiere invadir Venezuela y, si así lo decidiera, aplastaría a cualquier país latinoamericano que se oponga…”
Así que probemos a aclarar las cosas. (https://bit.ly/2C2kgeo) Sobre la posibilidad de invadir Mé­xico (para dictar esta o aquella política o impedir esta o aquella acción) hay un prólogo (1867), una etapa de definiciones (1913-27) y una conclusión (1937-38). Vamos allá. En 1867 México conquistó su segunda y verdadera independencia, sellada simbólicamente en el Cerro de las Campanas. Habrían de pasar 47 años para que una vez más, fuerzas armadas extranjeras ocuparan una porción de nuestro suelo: Veracruz. Un año antes, y sin intervención militar de por medio, el embajador estadunidense fue factor decisivo en el cuartelazo que terminó con el gobierno de Madero… que estaba empezando a afectar los intereses petroleros y los latifundios estadunidenses.
La ocupación de Veracruz, el 21 de abril de 1914, fue uno de los mayores errores de un presidente que en general tenía una clara visión es­tratégica y que llevaría a EU a convertirse por fin en la potencia continental que tenía un siglo buscando: Woodrow Wilson. En lugar de debilitar a Huerta, le dio nuevo aliento y un respaldo popular que no tenía. El jefe de la revolución, Venustiano Carranza, rechazó duramente la violación de nuestra soberanía. Tras una breve vacilación, el caudillo más famoso y popular del momento, Francisco Villa, amenazó incluso con invadir EU al frente de su poderosa y eficaz División del Norte. Se dice que el comandante carrancista de la Huasteca, Cándido Aguilar, habría amagado con quemar los pozos petroleros.
Quizá algo aprendió Wilson… y la clase política estadunidense: que no habría ninguna facción, ningún grupo de peso en la realidad mexicana, que apoyara una intervención estadunidense. Eso, como bien sabían, significaría un enorme problema logístico y operativo en cualquier operación militar, casi insalvable si se pensaba en una ocupación.
Por si no lo habían entendido, en 1916 se reiteró la lección. Cuando entraron 10 mil soldados persiguiendo a Villa, amparados en leyes decimonónicas que permitían perseguir bandidos y bárbaros más allá de las fronteras, no sólo enfrentaron la firme resistencia del gobierno de Carranza: también encontraron la hostilidad de casi todos los sectores de la población, fueron batidos por Defensas Sociales en El Carrizal y expulsados de Parral por Elsa Greensen y los niños de la escuela. Y en cuanto Villa, el jefe de la Expedición informó: Vagos rumores y afirmaciones positivas de los nativos indicaban que Villa había partido en casi cualquier dirección y hablaban de su presencia en varios lugares al mismo tiempo. La imaginación popular redujo este hecho a una frase: Villa está en todas partes y en ninguna.
De esas tensiones y de una amenaza de guerra en 1919, nace la Doc­trina Carranza, basada en la no intervención y autodeterminación de los pueblos, y exige a las empresas extranjeras someterse a la ley mexicana. Luego fue perfeccionada por la Doctrina Estrada (1930), que hasta 2001 fue guía de nuestra política exterior, y ahora vuelve a serlo.
El asesinato de Carranza permitió a Washington, abierto representante de los intereses petroleros estadunidenses, desconocer a nuestro gobierno para obligarlo, en nuevas negociaciones, a dar marcha atrás al artículo 27 constitucional. Casualmente, el asesino material de Carranza (único presidente asesinado cuando formalmente seguía detentando el cargo) había estado a las órdenes del cipayo de las compañías petroleras, Manuel Peláez. Nunca he logrado esclarecer del todo las razones de ese magnicidio, ni saber si hay o no alguien detrás del asesino, y quién sería éste, en caso de haberlo. Pero el asesino, Rodolfo Herrero, sirvió a las compañías hasta pocas semanas antes.
Obregón cedió parcialmente en las Conferencias de Bucareli, pero no dio marcha atrás al artículo 27, dejando opción para que futuros gobernantes lo aplicaran. El siguiente conflicto, el final de esta historia, le tocaría a su sucesor, Plutarco Elías Calles. Y lo contaremos. Hoy terminemos con una frase que Obre­gón pronunció amargamente ante sus íntimos, durante aquellas conferencias: El derecho internacional ha sido el menos derecho de los derechos y nunca ha servido más que para encubrir los grandes atentados que los países más fuertes han cometido.
Twitter: @HistoriaPedro

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