Washington: espionaje y cinismo
De acuerdo con información publicada ayer por el semanario alemán Der Spiegel, basada en documentos proporcionados por el ex analista de inteligencia Edward Snowden, la Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos (NSA, por sus siglas en inglés) intervino y decodificó el sistema confidencial de videoconferencias de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). La publicación divulga, asimismo, detalles sobre la forma en que la NSA espió a las representaciones de la Unión Europea (UE) en Washington y Nueva York: mediante virus informáticos introducidos en las computadoras de la misión diplomática. A decir de Der Spiegel, “la vigilancia (de la dependencia estadunidense) es intensiva y bien organizada y tiene poco o nada que ver con la caza de terroristas”.
La información referida confirma la falta de escrúpulos del gobierno de Washington para husmear ilegalmente en la información de otros gobiernos y de organismos internacionales, así como la nula importancia que las autoridades estadunidenses otorgan a su propia legalidad, a las leyes de otras naciones y a los tratados internacionales.
Puestas en perspectiva y vistas a partir de las revelaciones de Snowden, las prácticas de espionaje masivo y sistemático del gobierno del país vecino significan, ciertamente, un enorme descrédito para el discurso oficial estadunidense, el cual suele tener como referentes la legalidad y la institucionalidad. Pero, adicionalmente, estas prácticas debilitan gravemente la credibilidad, la seguridad y el funcionamiento mismo de organismos como la ONU y la UE, habida cuenta de que, en lo sucesivo, políticos y funcionarios tendrán menos confianza en expresarse por canales de esas entidades que se creían seguros y que, por lo que puede verse, no lo son.
Desde otra perspectiva, no dejan de resultar asombrosas la obsecuencia y la sumisión con que supuestos aliados y socios de Washington han reaccionado a las revelaciones de Snowden. Intromisiones como las documentadas tendrían que dar paso, como mínimo, a enérgicas expresiones de protesta, pero en su gran mayoría los “amigos” de Estados Unidos se han limitado a formular tibios y corteses anuncios de investigaciones sobre el espionaje cometido en su contra y a pedirle, con una amabilidad fuera de lugar, explicaciones sobre lo ocurrido.
Lo anterior, a su vez, pone en evidencia el espíritu que impera en las esferas políticas occidentales: el del pragmatismo y el cinismo. Ello resulta particularmente claro en Europa occidental, donde el caso Snowden y sus secuelas han generado episodios de bochornoso sometimiento a Washington, como la retención del avión presidencial de Evo Morales el mes pasado, por Francia, España, Portugal e Italia, así como el injustificado arresto e interrogatorio, en un aeropuerto londinense, de David Miranda, pareja de Glen Greenwald, el periodista de The Guardian que inició la difusión de los documentos de Snowden. Más allá de la sumisión de gobiernos no tan independientes como se piensa, esos hechos muestran, además, la preocupante tendencia de los aliados estadunidenses a pasar por encima de sus propias leyes y de los derechos humanos cuando así se los pide la superpotencia.
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