martes, 27 de agosto de 2013

Precios y libertad

economía, prezzi 26 de agosto de 2013 

Es un lleno de indignación en Twitter y Facebook, los dos populares confesonarios electrónicos; y luego adelante con los artículos moralistas en los periódicos: un café no puede costar diez euros, un jugo veinte… ¡Es inmoral!

En primer lugar los acontecimientos. Se han producido en Italia: en Venecia, Roma, y Vieste en el Gargano.

Los periódicos en Italia, pero lo leí también aquí en México y luego la controversia se transfirió en la web, han traído la noticia de unos supuestos abusos de la hostelería italiana.
En Venecia, en un café de plaza San Marco, uno de los más antiguos y prestigiosos, el “Lavena”, cobraron por cuatro cafés y tres Jagermeister cien euros y ochenta centavos, incluido el suplemento de música de 6 euros por persona por la orquesta tocando en frente de las mesitas.
Tan pronto como el ticket fue publicado en Facebook por los enojados turistas (romanos), ha desatado pandemónium entre los que consideran escandaloso pagar 6 euros por café y los que creen que es correcto que en una plaza única en el mundo el servicio es diferente.
En Roma, al “Rosati di Piazza del Popolo” (plaza del pueblo) dos café (espresso) y una botellita de agua mineral han costado diecisiete euros y cincuenta y cinco centavos. Quejas de los clientes, ticket en Facebook y disculpas públicas(¿?) del alcalde de la ciudad.
Lo último que hemos leído ocurrió en Vieste, encantadora ciudad costera en el promontorio de Gargano en el norte de Puglia.
Pero en este caso, aunque el más llamativo, no hubo quejas sino felicitaciones al chef. En el “Capriccio”, el famoso restaurante en el muelle, que ahora se conoce en todo el mundo, cuatros comensales holandeses por la cena pagaron sin pestañear una cuenta de trece mil y noventa y ocho euros.
El menú? Por supuesto, el caviar y el champán. Todo ello acompañado de unas cuantas botellas de Krug de llevar en el yate amarrado a poca distancia. Y luego un “risotto” con mariscos che solo ha costado seis mil euros.
“Fueron muy amables” -dice el chef. “Conocían el restaurante, puesto que ya se habían venido en medio del invierno dejando el barco en el puerto”.
Tres ciudades, tres casos, tres maneras diferentes de enfrentar y aceptar la situación.
La prensa y la web denunció los hechos, los agigantaron añadiendo notas y comentarios, la mayoría de las veces fuera de lugar. Al igual que, para mí, están fuera de lugar, las protestas y quejas de los clientes que se dicen estafados.
Tratamos de hacer algo de claridad.
Aquí entran en juego los dos principios fundamentales de una sociedad libre.
Primero el precio, que es una información, así como la intersección entre la demanda (de agua o café) y de oferta.
Cuando la información nos dice que una taza de café cuesta diez euros, mientras que su precio así dicho “normal” sería un euro, nos dice que, por razones particulares, hay un efecto “rareza”. O muchas personas quieren comprar o pocos comerciantes son capaces de ofrecerlo.
El precio es la mejor herramienta de medida inventado para describir brevemente lo que está sucediendo en el mercado.
La alternativa -autoritaria, dirigista, intervencionista: terrible- es que “alguien más” fije el precio.
Segundo, si tenemos libertad tenemos también responsabilidad.
Todos, creo, hemos tenido la atención de informarnos acerca de los precios antes de hacer cualquier compra o de tomar asiento en cualquier lugar.
Es normal. No puedo reservar una suite al Hotel Danieli de Venecia y quejarme por la cuenta de tres mil euros a noche. Como no habría podido llegar a El Bulli de Ferrán Adrià en Rosas (Gerona) España y, después de más de un año de espera para tomar una mesa, quejarme por la cuenta de 400 euros. Como comprar un bolso de Vuitton o de Hermès y protestar por los diez mil euros (mínimo) que se han gastado.
Los que han comprado, tomado, comido en los lugares de arriba son personas adultas que pueden votar, firmar un contrato, hacer un bebé, el aborto, el divorcio, iniciar un negocio, contratar personal y hasta comprar un arma.
Pero porque no son capaces de establecer su mejor conveniencia en cómo gastar su dinero, alguien tiene que explicarlo.
Así que no veo por qué debemos proteger los derechos económicos y sociales a estos señores de su error (si así se juzga) puesto que tienen a su disposición millones de conductas alternativas y más baratas.
Y luego todas estas tiendas, estos restaurantes, bares, cafeterías tienen los precios mostrados y cada quien puede verlos y decidir. Me parece bastante estúpido como para quejarse después.
Pero hay algo más detrás de todo esto.
El falso concepto, el mito que tenemos acerca del precio justo.
Pero ¿hay el justo precio? Y ¿qué quiere decir “justo precio”?
El concepto de precio justo está asociado con el filósofo católico y teólogo medieval Tomás de Aquino que ha identificado a un precio justo, ya que los romanistas, canonistas y teólogos que le precedieron, con el precio común de mercado establecido por la “evaluación común” de los compradores y los vendedores.
Entonces es correcto, también para mí, decir que no sólo cualquier precio en que convienen el aspirante comprador y el aspirante vendedor es el precio justo, sino que esto sólo es lo que hace el “precio justo”.
El punto clave es que nos estamos acostumbrando a reclamar una multiplicidad de derechos (incluso el café a precios controlados) sin ni siquiera suponer que antes existe un deber de la información y, al igual, exigiendo que nos quiten la responsabilidad en nuestras elecciones.
Las leyes que se invocan para la protección contra los errores del mercado, para la “protección del consumidor”, no son más que una transferencia de libertad, autonomía y responsabilidad al ser supremo, el estado ángel de la guarda. A él le dejamos la tarea de protegernos de la maldad, de la codicia, de las fraudes a las que los hombres, dejados sin el control del sabio, del omnisciente, del bueno –en una palabra del estado-, nos someterían.
Es el termómetro de una sociedad que pide, tal vez inconscientemente, para ser cada vez menos libre. O más simplemente pretende que el estado nos sanee sus propios errores.

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