Por: Gerardo Szalkowicz
Publicado 30 julio 2017
En
nombre de la libertad y la democracia, la derecha intentará impedir
este domingo que la gente vaya a votar. Que el pueblo participe de una
Asamblea Constituyente, símbolo de una democracia con protagonismo
popular.
Venezuela se
convirtió, como nunca, en la capital de la disputa continental. Ahí se
librará este domingo otra batalla clave de gran impacto para el futuro
de América Latina: la revolución bolivariana buscará fortalecerse con
una buena participación en las elecciones para la Asamblea Constituyente
y la oposición intentará sabotear los comicios y avanzar por la vía
violenta hacia el “asalto final”, siempre en nombre de la libertad y la
democracia.
En nombre de la libertad y la democracia, los grupos de choque de la oposición venezolana linchan y queman vivas a personas sólo por portación de rostro chavista, incendian hospitales, guarderías, edificios públicos o centros de acopio de alimentos, atacan cuarteles militares, disparan con bazucas, morteros y armas largas, saquean, extorsionan, amenazan, asesinan. Despliegan toda su artillería con sello paramilitar. Siembran el terror para que el caos siga escalando hasta desencadenar una guerra civil.
En nombre de la libertad y la democracia, la base social antichavista festeja los crímenes en las redes sociales. Y reproduce el odio social y racial que le inocularon para protagonizar una gesta insurreccional 2.0 e intentar suplir su menguada convocatoria callejera con municiones virtuales. Se saben fuertes en ese terreno. Creen que por fin llegó la hora del ocaso del chavismo que les devuelva sus privilegios de clase.
En nombre de la libertad y la democracia, la dirigencia de la derecha venezolana desconoce la Constitución y los poderes públicos, legitima el terrorismo callejero, rechaza el diálogo, conforma un gobierno paralelo y anhela el arribo de marines (“para llegar a una invasión extranjera tenemos que pasar esta etapa”, admitió por estos días el diputado opositor Juan Requesens). Como a lo interno la correlación de fuerzas no les da -aún no logran penetrar en las barriadas populares ni en las Fuerzas Armadas-, apuestan al frente internacional como principal carta. Aprovechan los vientos de cambio en el tablero geopolítico continental: que Brasil y Argentina se sumaron al club de peones de la Casa Blanca encabezado por Colombia y México; que el secretario de la OEA, Luis Almagro, hizo del derrocamiento de Maduro su leitmotiv (hasta anduvo mendigando apoyo en el Senado estadounidense); y que, salvo honrosas excepciones como Evo Morales, las y los líderes del progresismo regional parecen mirar para otro lado.
En nombre de la libertad y la democracia, Donald Trump amenaza a Venezuela con sanciones económicas. El magnate neoyorquino se pone el equipo al hombro y despeja dudas sobre quién maneja los hilos de la “resistencia” venezolana. Un guión de manual: financiamiento de mercenarios, provocación del caos, sensación de ingobernabilidad y conformación de Estado paralelo. Las estrategias utilizadas para invadir Libia y Siria. El plan se cocina en los laboratorios de guerra del Departamento de Estado pero también en las oficinas de la petrolera ExxonMobil, financista de la campaña de Trump y de la que fuera su histórico CEO el actual secretario de Estado Rex Tillerson.
EEUU se relame por reapropiarse de la primera reserva mundial de petróleo, en nombre de la libertad y la democracia.
En nombre de la libertad y la democracia, los grandes consorcios mediáticos articulan en coro la mayor campaña internacional de distorsión informativa de las últimas décadas. No hay escrúpulos en esta guerra de cuarta generación. Todo vale para demonizar a la revolución bolivariana y aislar al gobierno de Maduro. La puesta en escena del Plan Cóndor mediático oculta la violencia opositora y la disfraza de “movilización pacífica” contra la “dictadura”, invisibiliza la vigencia del chavismo en las calles, manipula, miente abiertamente. Su poderosa fuerza comunicacional les permite instalar matrices, crear realidades inexistentes. Pura estrategia de falsificación de la realidad que ahora se endulcora con el neologismo de “posverdad”. Pero hay que tomar nota: están ganando -y por goleada- la batalla simbólica, la disputa del sentido en nuestras sociedades.
En nombre de la libertad y la democracia, los grupos empresariales y financieros arrecian el sabotaje a la economía venezolana, induciendo una inflación descontrolada y provocando la escasez de alimentos y medicinas, que golpea sobre todo a los sectores populares. Con esa estrategia, y la ineficacia del gobierno para revertirla, han logrado multiplicar el descontento, el hastío y la despolitización de buena parte de la población. Y han obligado a las mujeres del barrio -sujeto histórico de la revolución- a resignar espacios de participación comunitaria para resolver el día a día.
En nombre de la libertad y la democracia, el antichavismo combina todas las formas de guerra (callejera, institucional, comunicacional, internacional, psicológica). Pone toda la carne en el asador. Apuesta a todo o nada.
En nombre de la libertad y la democracia, la derecha intentará impedir este domingo que la gente vaya a votar. Que el pueblo participe de una Asamblea Constituyente, símbolo de una democracia con protagonismo popular.
En nombre de la libertad y la democracia, buscan tumbar por las malas, de forma antidemocrática, al proyecto que en este siglo más ha avanzado en la libertad de su pueblo y en construir una democracia más igualitaria.
En nombre de la libertad y la democracia, los grupos de choque de la oposición venezolana linchan y queman vivas a personas sólo por portación de rostro chavista, incendian hospitales, guarderías, edificios públicos o centros de acopio de alimentos, atacan cuarteles militares, disparan con bazucas, morteros y armas largas, saquean, extorsionan, amenazan, asesinan. Despliegan toda su artillería con sello paramilitar. Siembran el terror para que el caos siga escalando hasta desencadenar una guerra civil.
En nombre de la libertad y la democracia, la base social antichavista festeja los crímenes en las redes sociales. Y reproduce el odio social y racial que le inocularon para protagonizar una gesta insurreccional 2.0 e intentar suplir su menguada convocatoria callejera con municiones virtuales. Se saben fuertes en ese terreno. Creen que por fin llegó la hora del ocaso del chavismo que les devuelva sus privilegios de clase.
En nombre de la libertad y la democracia, la dirigencia de la derecha venezolana desconoce la Constitución y los poderes públicos, legitima el terrorismo callejero, rechaza el diálogo, conforma un gobierno paralelo y anhela el arribo de marines (“para llegar a una invasión extranjera tenemos que pasar esta etapa”, admitió por estos días el diputado opositor Juan Requesens). Como a lo interno la correlación de fuerzas no les da -aún no logran penetrar en las barriadas populares ni en las Fuerzas Armadas-, apuestan al frente internacional como principal carta. Aprovechan los vientos de cambio en el tablero geopolítico continental: que Brasil y Argentina se sumaron al club de peones de la Casa Blanca encabezado por Colombia y México; que el secretario de la OEA, Luis Almagro, hizo del derrocamiento de Maduro su leitmotiv (hasta anduvo mendigando apoyo en el Senado estadounidense); y que, salvo honrosas excepciones como Evo Morales, las y los líderes del progresismo regional parecen mirar para otro lado.
En nombre de la libertad y la democracia, Donald Trump amenaza a Venezuela con sanciones económicas. El magnate neoyorquino se pone el equipo al hombro y despeja dudas sobre quién maneja los hilos de la “resistencia” venezolana. Un guión de manual: financiamiento de mercenarios, provocación del caos, sensación de ingobernabilidad y conformación de Estado paralelo. Las estrategias utilizadas para invadir Libia y Siria. El plan se cocina en los laboratorios de guerra del Departamento de Estado pero también en las oficinas de la petrolera ExxonMobil, financista de la campaña de Trump y de la que fuera su histórico CEO el actual secretario de Estado Rex Tillerson.
EEUU se relame por reapropiarse de la primera reserva mundial de petróleo, en nombre de la libertad y la democracia.
En nombre de la libertad y la democracia, los grandes consorcios mediáticos articulan en coro la mayor campaña internacional de distorsión informativa de las últimas décadas. No hay escrúpulos en esta guerra de cuarta generación. Todo vale para demonizar a la revolución bolivariana y aislar al gobierno de Maduro. La puesta en escena del Plan Cóndor mediático oculta la violencia opositora y la disfraza de “movilización pacífica” contra la “dictadura”, invisibiliza la vigencia del chavismo en las calles, manipula, miente abiertamente. Su poderosa fuerza comunicacional les permite instalar matrices, crear realidades inexistentes. Pura estrategia de falsificación de la realidad que ahora se endulcora con el neologismo de “posverdad”. Pero hay que tomar nota: están ganando -y por goleada- la batalla simbólica, la disputa del sentido en nuestras sociedades.
En nombre de la libertad y la democracia, los grupos empresariales y financieros arrecian el sabotaje a la economía venezolana, induciendo una inflación descontrolada y provocando la escasez de alimentos y medicinas, que golpea sobre todo a los sectores populares. Con esa estrategia, y la ineficacia del gobierno para revertirla, han logrado multiplicar el descontento, el hastío y la despolitización de buena parte de la población. Y han obligado a las mujeres del barrio -sujeto histórico de la revolución- a resignar espacios de participación comunitaria para resolver el día a día.
En nombre de la libertad y la democracia, el antichavismo combina todas las formas de guerra (callejera, institucional, comunicacional, internacional, psicológica). Pone toda la carne en el asador. Apuesta a todo o nada.
En nombre de la libertad y la democracia, la derecha intentará impedir este domingo que la gente vaya a votar. Que el pueblo participe de una Asamblea Constituyente, símbolo de una democracia con protagonismo popular.
En nombre de la libertad y la democracia, buscan tumbar por las malas, de forma antidemocrática, al proyecto que en este siglo más ha avanzado en la libertad de su pueblo y en construir una democracia más igualitaria.
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