viernes, 18 de enero de 2013

Malí, Argelia y los riesgos del intervencionismo
El intento de rescate, por parte del ejército de Argelia, de un grupo de secuestrados en una planta productora de gas en el sur de ese país, derivó ayer en la muerte de una treintena de rehenes –entre ellos, ciudadanos estadunidenses y europeos– y de varios de sus captores, pertenecientes a una célula islamista que estuvo ligada a Al Qaeda. De acuerdo con un comunicado difundido por los secuestradores, el hecho se produjo en represalia por la ofensiva militar que Francia emprendió hace unos días en el vecino Malí, con el supuesto fin de ayudar a su gobierno a contener la violencia asociada con grupos integristas islámicos y a recuperar localidades ocupadas por éstos, particularmente en el norte del país.
Con el desastroso y sangriento saldo registrado en la central gasera del sur argelino, sin embargo, queda exhibido el carácter improcedente e injustificable de la intromisión militar que lleva a cabo el gobierno de París en Malí con el supuesto fin de combatir el terrorismo: en efecto, lejos de ayudar a contener la violencia que se desarrolla entre los grupos islamistas y el ejército de Bamako, la presencia de las tropas francesas ha multiplicado el número de muertos –tanto civiles como combatientes– y de desplazados en ese país africano, y ha extendido la violencia a la vecina Argelia, situación que amenaza con atizar el encono histórico antifrancés que prevalece entre amplios sectores de la población de ambos países; con fortalecer antes que debilitar a los grupos yihadistas que operan en la zona limítrofe común, y con dar combustible para la continuación y profundización del conflicto.
Es significativo, por otra parte, que los sangrientos hechos registrados en el sur de Argelia coincidan con la confirmación del asesinato, a manos del movimiento islamista somalí Al Shabab, del espía francés Dennis Allex, secuestrado en Somalia hace tres años y medio en el contexto de la ayuda del gobierno de Francia al régimen de transición somalí en su lucha contra la referida organización guerrillera.
El común denominador de los episodios referidos es el inocultable afán de intromisión de Francia, en su calidad de antigua potencia colonial, en las mencionadas naciones del Sahel y del cuerno de África: ya sea por arrogancia imperial, por sentimiento de culpa, por intereses geoestratégicos o por una combinación de los tres factores, el gobierno galo se ha erigido, ante los fenómenos de violencia endémica que se registran en esos países, como depositario de un poder que nadie le otorgó; se ha dado a la tarea de poner orden en lo que considera su ámbito de influencia y ha obtenido, como puede verse, los resultados contrarios.
La moraleja de estos hechos es que las naciones occidentales en general –y las antiguas metrópolis coloniales, en particular– deben actuar con contención y buena voluntad ante los conflictos que desgarran a varias naciones de Asia y África, y deben resistirse a emprender en ellas injerencias armadas que resultan tan inescrupulosas como ineficaces y que terminan por volverse, más temprano que tarde, en multiplicadoras de la violencia y la barbarie.

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