domingo, 27 de enero de 2013

Mar de Historias
 
El amor en los tiempos del tuit
Cristina Pacheco
En la recámara se escuchan el rumor de la televisión y la voz temblorosa de Eunice:
–¿Eres tú?
En la sala-comedor se enciende la luz y se oye la respuesta de Daniela:
–Soy la única que tiene llave del departamento. ¿O qué ya le rentaste mi cuarto a otra persona? (se quita los zapatos, se acomoda en un sillón y se frota los pies) Si hubiera sabido que íbamos a pasarnos todo el tiempo caminando, mejor habría llevado botas.
Eunice (con una toalla sobre los hombros y el tinte recién puesto en la cabeza): Acaba de terminar la novela. No te esperaba tan temprano.
Daniela: Si te estorbo, me voy.
Eunice: ¡Qué genio! ¿Cenaron gallo o qué cosa?
Daniela: ¡Nada!
Eunice: No me digas que Juan Carlos no te invitó (arrastra una silla y se sienta al lado de su amiga). Se suponía que iban a festejar que al fin pudieron verse.
Daniela: Pues sí, pero…
Eunice: Si tienes hambre te invito a la pizzería de la esquina. En dos minutitos me lavo la cabeza y nos vamos.
Daniela: No, gracias (se levanta), Lo único que quiero es dormirme y que termine este maldito día.
Eunice: Pero si ayer te pasaste todo el tiempo esperándolo con la ilusión de ver a Juan Carlos. ¿Qué pasó?
Daniela: Mejor pregúntame qué no pasó (entra en la recámara estrecha con ropa colgada en las paredes). Invertí horas pensando en qué vestido ponerme, cómo arreglarme, y todo ¡para nada! (se desploma en la cama) ¡Pendeja, recontrapendeja!
Eunice: ¿A quién le dices tan feo?
Daniela: A mí, ¿a quién más? Todo iba muy bien hasta que se me ocurrió insistirle a Juan Carlos que teníamos que vernos, ver-nos, hablarnos en persona para decirnos cosas que no caben en un tuit. Mala idea. Cuando lo vi no se me ocurrió qué decirle. Me sentí incómoda, como si estuviera con un desconocido y no con el hombre al que amo desde hace cuatro años.
Eunice: No, mucho más. Acuérdate que mi hermano Jairo te lo presentó la noche en que le hicimos su fiesta de despedida y ya va para cinco años que él vive en Nebraska. (Mira su reloj.) Corro a quitarme el tinte. Ya se me pasó de tiempo. No vaya a quedarme calva. (Se detiene en la puerta.) No te duermas. Tenemos mucho de qué platicar.
II
Sobre la mesa hay un frasco de café soluble y dos tazas con el logotipo de la compañía en donde trabajan las amigas.
Eunice: Desahógate, dime qué sucedió.
Daniela: No puedo, porque no ocurrió nada.
Eunice: No te creo.
Daniela: Pues créeme. Ni una sola cosa pasó como Juan Carlos y yo la habíamos planeado. Siento que en vez de acercarnos, estamos más lejos que durante los meses en que no nos vimos.
Eunice: Habla claro. Empieza por el principio. Eso te ayudará a entender y a sentirte mejor.
Daniela: Okey (se concentra). Cuando me bajé en el Metro Hidalgo, Juan Carlos estaba esperándome. Corrió a besarme.
Su saliva me supo rara, quizá porque hacía tiempo que no nos besábamos. Además me dio vergüenza que la gente nos viera.
Eunice: Ay, ni quien se fije. ¿Juan Carlos está bien?
Daniela: Muy subido de peso en comparación a la última vez que nos vimos: fue en junio, para el día de su cumpleaños.
Eunice: ¿En serio desde entonces no se veían? Te juro que no me di cuenta.
Daniela: Porque entonces aún no te alquilaba el cuarto ni nos teníamos tanta confianza. Me salí de la casa de mis padres para tener más libertad con Juan Carlos y mira lo que son las cosas: lo he visto menos que nunca. Por fortuna, todo este tiempo hemos estado en contacto por el celular. A cada rato nos mandamos tuits. Anoche me escribió que ansiaba llevarme al Farallones: el hotel en donde pasamos nuestra primera noche.
Eunice: ¿Ya ves cómo eres de habladora? Antes me saliste con que no había pasado nada y ahora me dices que se fueron al hotel.
Daniela: Sí fuimos, pero ya no lo encontramos. Donde estaba el Farallones ahora hay una oficina de atención para personas de la tercera edad, un cibercafé y gimnasio.
Eunice (se muerde los labios): Perdona que me ría.
Daniela: No te preocupes. Nosotros también nos reímos mucho.
Eunice: Pues, ¡qué babosos! Mejor hubieran buscado otro lugar.
Daniela: Lo hicimos, pero no encontramos ningún hotel con cuartos disponibles. Como no tenemos coche, ni modo de quedarnos en la puerta esperando… Para animarme, Juan Carlos me dijo que por allí quedaba la ostionería de su primo Rafa, y me preguntó si se me antojaba pasar a conocerlo. ¿Qué iba a decirle? Pues que sí. El Rafa es guapetón, simpático y parece que canta muy bonito.
Eunice: ¿Es soltero?
Daniela: No, y además se nota que es un demonio. En el ratito que estuvimos con él lo llamaron como tres viejas y con todas fue de lo más cariñoso. Luego recibió un mensaje por su cel y tuvo que irse, pero nos invitó a cenar por su cuenta. Pedí unas tostadas de camarón y Juan Carlos un vuelve a la vida. No alcanzamos a comer. En la mesa de junto se armó una trifulca entre dos borrachos y mejor nos salimos para evitarnos problemas.
Eunice: ¿Y qué hicieron después?
Daniela: Juan Carlos me propuso que buscáramos otro hotel. La verdad, con tanto lío, como que se me habían pasado las ganas. Además ya era tarde y le recordé que tenía que levantarse muy temprano y yo también. Por cierto: que no se nos olvide poner el despertador a las seis.
Eunice: Está sonando tu celular.
Daniela: De seguro es Juan Carlos. Voy a contestarle, espérame (al cabo de un minuto vuelve radiante al comedor). No me tardé mucho, ¿verdad?
Eunice: En comparación a otras veces… ¿Te comentó algo?
Daniela: Que él también se sentía muy frustrado y que ojalá nos veamos la semana que viene. Le aclaré que no puedo: en la planta habrá inventario y no hay hora fija para salir. Lo entendió muy bien. El pobre se moría de sueño y dijo que me hablará mañana.
Eunice: Y ¿cuándo se van a ver?
Daniela: No sé, pronto. Mientras tanto seguiremos en contacto por teléfono.
Eunice: No te molestes por lo que te voy a decir: me da tristeza pensar en que quizá pasen meses, años, tal vez el resto de su vida muy unidos a través de mensajitos de dos líneas, sin tocarse, sin sentir su calor, sin verse engordar o envejecer.

No hay comentarios: