lunes, 28 de enero de 2013

La ley de las consecuencias no previstas

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Dicen que cuando la reina Isabel I de Inglaterra le pidió a su consejero financiero, Thomas Gresham, que le explicara porque en el reino las reservas de metales preciosos se habían bajado hasta ocasionar una crisis monetaria, el ministro tuvo que decirle que era la consecuencia de la política monetaria del rey Enrique VIII, su padre, quien para financiar el gobierno sin recurrir a impuestos, había decidido de acuñar el chelín con un contenido de plata más bajo.
Y que había pasado. Dándose cuenta de esto, mercaderes y empresarios fundieron las viejas monedas, vendieron la plata al exterior, donde tenía mayor cotización, utilizando al interior la moneda “corrupta”. La desaparición de la plata había debido a su diferencia de valor con la nueva moneda legal: el valor nominal del chelín era más alto que su contenido en plata.
La explicación tomó el nombre de Ley de Gresham según cual “la moneda mala siempre expulsa del mercado a la buena”. En definitiva, cuando es obligatorio aceptar la moneda por su valor facial, y el tipo de cambio se establece por ley, los consumidores prefieren ahorrar la buena y no utilizarla como medio de pago.
La decisión de Enrique VIII había provocado una reacción inesperada y opuesta a la que él se había propuesto, agravando la crisis financiera de Inglaterra.
La ley de Gresham es un caso particular de la más amplia que el sociólogo americano Robert K. Merton llamó la ley de las consecuencias involuntarias o no previstas (The Unanticipated Consequences of Purposive Social Action,1936) que siempre se verifican cuando se planean acciones que llevan a resultados no buscados o queridos.
En la ciencia medica hemos encontrado que muchos estudios dieron resultados non esperados (aspirina, antibióticos); como en la Física (el neutrón); en la historia pasada el caso de la descubierta de la América es el más epatante.
Resultados no previstos pero positivos.
En cambio, es en el campo de la política económica que los resultados de la acción planeada por los gobiernos son siempre negativas y contraproducentes.
Hace treinta anos el economista de la escuela de Chicago, George J. Stigler, ganó el Nobel propio por sus estudios sobre los efectos de la reglamentación pública, demostrando que ninguna de las medidas tomadas por el gobierno americano para controlar, dirigir y reglamentar la economía había tenido éxito: a lo mejor las disposiciones habían sido inefectivas, a lo peor habían tenido efectos opuestos a los deseados.
Ha pasado mucho tiempo desde entonces pero las consecuencias de la introducción de reglas y de cupos, también llamadas “efectos perversos”, constituyen la pesadilla de la política económica contemporánea.
Más la reglamentación se hace detallada y sistemática, más los efectos perversos se multiplican, mostrando como sea imposible prever la consecuencia de todos los comportamientos que siguen a la introducción de una nueva regla o de un nuevo drenaje.
Esto se explica sobretodo con el hecho que sistemas bastante simples (p. e. una estructura burocrática) tratan de controlar sistemas complejos (mercado, vida social) presumiendo de tener la totalidad del conocimiento para substituirse a los millones de decisores, que, juntos, son los únicos que la tienen.
Es la “presunción fatal” de los intervencionistas de la cual nos habló Hayek:
“los socialistas son victimas de una presunción fatal: creen de conocer más de lo que es posible conocer, y piensan de conseguir objetivos imposibles de alcanzar. … Son constructivistas: creen erróneamente que todas las instituciones y todos los sistemas de reglas, en sus génesis y en sus mutaciones, sean resultados de planes y proyectos intencionales.
Ellos abusan de la razón; pero la razón tiene que ser correctamente usada es decir tiene que conocer sus limites y enfrentar las consecuencias del hecho sorprendente que un orden generado sin intención puede con mucho superar los planes que los hombre crean conscientemente”
Los efectos que se manifiestan en la realidad son definidos “perversos” simplemente porque “los expertos” –a quienes no les gusta que la realidad termine con imponerse- no los habían integrados en sus ecuaciones.
En la realidad este género de resultados son lógicos y no tienen nada de “perverso”.
¿A ser “perversas” no son acaso las causas mismas?
La eficacia de la política económica presupone lo que no es: que los individuos, obedientes y previsibles, actúen como átomos en trayectorias inmutables y predeterminadas.
Presupone el control social y es este el verdadero “efecto perverso”.
¡Maldita sea la libertad individual que choca con las previsiones de nuestros benévolos planificadores!
La idea que les voy compartiendo sale de unas lecturas italianas en IBL Istituto Bruno Leoni que tiene como lema “ideas para el libre mercado”.
Otras ideas sobre el tema en
ContraPeso.info: Efectos no Intencionales.
 

 

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