lunes, 21 de enero de 2013

Durango

 

Durango Downtown2
Me preguntan ¿Te gusta Durango? ¿Como te encuentras aquí?
De veras no sé que contestar. “Sí, claro. Me gusta mucho vivir aquí. El clima es bonito. El frío no es frío y el calor es algo suave”.
Se resplandecen los ojos de los que me interrogan: los duranguenses son muy orgullosos de su ciudad. Nunca había encontrado personas así ligadas a su tierra, a su ciudad. Tal vez los franceses o, mejor, los parisienses.
Sí, Durango es bonito, pero más que las “avenidas”, los palacios, las iglesias me gusta la gente que la vive, la ciudad: el hombre al final.
Entonces no sólo lo que es bonito, que tiene su propia belleza arquitectónica, artistica, cultural, sino también las casas, las viviendas más humildes, los barrios pobres.
En todos quiero ver un aliento de vida, una historia que ha pasado o que sigue, un drama o una comedia, un llanto o las risas de esto acontecimiento que es la vida.
La historia no es algo que tenemos que ver como un resto arqueológico, como algo muerto, de analizar bajo la lupa del microscopio.
La vida sigue: nosotros somos lo que fuimos.
Entonces no la historia sino las historias.
No existe la humanidad sino el hombre –el hombre de carne y hueso, como ya dijo el grande español- y yo también quiero ver el hombre, conocer al hombre.
Al ver un palacio o una catedral, una piedra o una pintura, me parece que estoy viendo la vida que fue atrás y como en un espejo, en un juego de reflejos, la vida de nosotros que estamos viendo.
Que nos dice algo que nos pueda servir. Si no ¿para que?
Me gusta andar por las calles; pasar para donde nuca había pasado, como descubrir un mundo en lo conocido, en lo que pensamos de conocer.
Todo es conocido, todo es nuevo: depende de los ojos a través de los cuales estamos viendo. Depende del alma, del corazón más que del cerebro.
Las puertas están abiertas, las ventanas no tienen cortinas; de las casas sale el olor de los frijoles cociendo y de la cebolla picada; los niños gritando y el ruido sinsentido de la televisión eternamente encendida. Y las caras de los hombres, los ojos negros y punzantes de jovenes mujeres ya engordadas.
Hay pobreza en Durango. Se la lee por cómo son, en la cara de muchos; por lo que comen: comida pobre, simple, que viene de lejos, de una cultura atávica, de un acostumbre heredado de los padres (si no fuera por los horribles refrescos -CocaCola y otros parecidos- importados por una cultura masificante y destructora emitida de continuo en la televisión.
Comiendo en la calle, en la acera, sentados en la banqueta de las miles de tienditas de tortillas y carne picada que se encuentran en las esquinas.
Pero también mucha dignitad, mucho respeto. En ningun lado había escuchado dar las gracias cuando rehusas lo que te ofrecen o les niegas la moneda que te piden.
O quizás no es pobreza: es una manera de vivir diferente que acaso no entiendo. Puede ser una cuestión de clima, de latitud, lo que es bastante común en todos los paises del sur. Les sirve poco, no piden más.
Es lo mismo que asombró al antropólogo Marshall Sahlins cuando, como nos cuenta en su “La economía de la edad de piedra”, los Bosquimánes de la Africa ecuatorial a los que les preguntaban porque no van en busqueda del desarrollo económico, contestaron con otra pregunta: “¿Porqué deberíamos dedicarnos al cultivo mientras hay en el suelo así tantas nueces de mongo-mongo?”
Correcto: no es obligatorio imitar los occidentales y los occidentales tienen que dejar de imponer su reglas, su estilo, también su supuesta democracia. Sobre todo cuando se hace valer con la coerción, o, peor, con las armas.
Lo grave es que este pueblo, aunque vive en su naturaleza de manera simple y tranquila, va a ser corrompido por las politicas del gobierno que se aprovecha de ellos y los sumete, yo diría casi en una forma “oculta” de esclavitud, los hace pobres “institucionales” con la distribucion de ayudas, de subsidios, de ofertas lúdicas (panem et circenses de antigua memoria y de sempiterna actualidad).
No es más el orgullo, la consciente independencia de una elección de vida –muy particular pero quizás inteligente de los Bosquimánes- sino llegará ser el apagamiento de las aspiraciones más nobles, la derrota de las ilusiones en los jovenes más valientes y más orgullosos.
También esto aparece en la ciudad. Los muchos estudiante de una escuela que no prepara, o quizás prepara para algo que no se encuentra.
Esta es la verdadera tragedia en estos momentos: jovenes que estudian en una carrera que en la vida no encuentrarán.
Más que vivir tienen que sobrevivir, aceptando trabajos marginales, informales, cuando no illegales.
No son buenos auspicios para la ciudad, para México.
Y hay responsabilidades, culpas en los que mandan pero también en los que aceptan.
Durango como una ocasión, como una ilusión.

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