Aprender a morir
Muerte digna, ¿palabras?
Hernán González G.
Cuando oímos hablar de
los impresionantes adelantos en el planeta, más en materia tecnológica y
científica, se pasa por alto que en lo referente a la expansión de una
conciencia traducida en valores útiles, no en conceptos gastados, la
humanidad sigue debatiéndose en un atraso mental alarmante, por no decir
suicida, desde la añeja idea de que el dinero es el verdadero dios
hasta el convencimiento generalizado de que el que no lo tiene no
existe, pasando por el hecho de confundir muerte digna con asesinato y
sentido de vida con consumismo. Condición para lo anterior es explotarse
unos a otros a costa de la dignidad de todos.
Debido a esta evolución limitada del cerebro humano, condicionada por
una animalidad torpe impuesta por los poderes beneficiarios del
sistema, es que ciencia y tecnología tomaron un camino muy diferente al
del desarrollo y convivencia de los pobladores de la tierra, sumidos en
una vida amedrentada e inconsciente, al identificar la valiosa
oportunidad de una genuina evolución individual y colectiva con un
ineludible valle de lágrimas, escenario de ese dolorismo a conveniencia de diversas jerarquías, no por dañinas menos recurrentes.
Si el derecho a tener una vida digna sigue siendo otro sueño inalcanzable para la mayoría de los seres humanos, con excesivo dinero, mucho, poco o sin éste, el derecho a una muerte digna se quiere hacer asunto aún más delicado, tema tan complejo como la discusión bizantina de cuántos ángeles caben en la punta de un alfiler, motivo de sesudas consideraciones como la inmortal frase de Quezada:
Ser o no ser con jabón Amanecer. El elemental sentido común lo volvieron escrupulosa y falsa ciencia. Es uno de los incontables ejemplos de esa escindida conciencia humana a merced de ambiciones, hipocresías y embustes, en todas las épocas, de todos los colores y en todos los continentes.
El Senado pretendió cantar victoria el 1º de julio pasado al avalar
la reforma al artículo cuarto constitucional que incorpora la muerte
digna y los cuidados paliativos a enfermos terminales, “garantizando ( sic)
el acceso a los medicamentos para esos cuidados”. Sin embargo, el humor
involuntario de esta última frase revela más una conciencia indefinida
en esa Cámara que la objeción de conciencia en ciertos sectores de salud
tan simulados como timoratos. Muy pronto, razones económicas habrán de
modificar esos criterios.
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