Publicado 11 septiembre 2017 (Hace 2 horas 50 minutos)
Son
44 años los que este lunes se cumplen desde el golpe de Estado y la
instauración de la dictadura militar en Chile, la que durante 17 años
dejó huellas imborrables para el país sudamericano. Estas son sólo
algunas de las tantas narraciones de lucha, amor y sobrevivencia.
En una nueva
conmemoración de esta fecha, recogemos once breves historias que
intentan representar a las 40.000 víctimas del régimen militar.
El pueblo de Latinoamerica recuerda a las y los chilenos que padecieron
los horrores del régimen de Augusto Pinochet: a los que cayeron
luchando, a los que sobrevivieron, a los que permanecen en pie. ¡Para
que nunca más!.
01. El padre Joan Alsina
El padre Joan era español, pero llegó a Chile impulsado por el deseo trabajar con el pueblo obrero. Participó del Gobierno de Salvador Allende siendo párroco en sectores pobres del país. Luego del golpe de Estado, fue llevado a la fuerza por militares hacia un puente del Río Mapocho, que cruza la capital. Allí, intentaron vendarlo para fusilarlo, pero el padre Joan le pidió a su verdugo: "Por favor no me pongas la venda, mátame de frente porque quiero verte para darte el perdón". Así fue, mirándolo a los ojos, el soldado disparó y Joan cayó al río sin vida. Una imagen que aquel uniformado nunca pudo olvidar, al punto que años después le confesó el crimen a otro padre, y se suicidó.
02. Carmen Gloria Quintana
Carmen Gloria Quintana tenía 18 años cuando fue detenida por la policía estatal junto a Rodrigo Rojas. Ambos no se conocían, estaban participando de una protesta contra la dictadura de Augusto Pinochet. Los demás lograron arrancar, Carmen no, Rodrigo tampoco. Los arrinconaron contra un muro, les rociaron gasolina, les prendieron fuego. Dejaron que las llamas los envolvieran un buen rato, hasta que decidieron apagarlos y llevarlos a un sitio eriazo donde dejaron abandonados sus cuerpos. Creyeron que habían muerto. Rodrigo sí lo hizo, no resistió. Cecilia no, sobrevivió, después de semanas entre la vida y la muerte. Hoy tiene 49 años y el 62% de su cuerpo quemado.
03. Salvador Allende
El presidente Allende decidió quedarse en el palacio de Gobierno aquel 11 de septiembre de 1973, pese a que el edificio se desplomaba por los bombardeos del golpe de Estado de Pinochet. No importó cuánto insistiera su familia pidiéndole que se pusiera a salvo. "Yo no voy a renunciar. Pagaré con mi vida la lealtad del pueblo" dijo. Y así fue. Ese día, aquel hombre de ojos suaves y generosos, aquel que en ese horror de humo y sangre supo dedicarle a su pueblo un discurso histórico y lleno de humanidad, murió combatiendo fusil en mano. "A mi buen amigo Salvador de parte de Fidel, quien por diferentes medios intenta alcanzar las mismas metas", decía la culata de esa AKA-47 que sostenía el cuerpo inerte del presidente y que años atrás le había obsequiado el comandante Fidel Castro.
04. Gloria Lagos
"¡No se la lleven, no se la lleven!" gritaba su hija de ocho años el día en que el servicio de inteligencia de Pinochet llegó a la casa de la familia para llevarse a Gloria, madre de tres hijos y embarazada de un cuarto, esa tarde de agosto. Gloria pertenecía al Movimiento de Izquierda Revolucionaria, tenía 28 años, y pese a su estado de gravidez fue torturada hasta la muerte en el campo de concentración Cuatro Álamos. Hasta el día de hoy, ella y el hijo que llevaba en su vientre permanecen desaparecidos. Gloria es una de las ocho mujeres embarazadas detenidas y desaparecidas de Chile.
05. Víctor Jara
Víctor era uno de los miles de detenidos en el Estadio Chile. El cantautor, poeta y director de teatro fue sido un referente cultural y político durante los años de la Unidad Popular de Allende. Dueño de una honda sensibilidad, sus canciones eran verdaderos poemas políticos que hablaban de amor y resistencia para el pueblo campesino y obrero. Los soldados se ensañaron con él. Lo torturaron durante horas y de maneras horrorosas. Le destrozaron las manos forzándolo a intentar tocar una guitarra. Su cuerpo fue encontrado con 44 impactos de bala.
06. Ana González
A Ana González no la desaparecieron ni la mataron. Al menos no físicamente, pero sí en vida. Su marido, Manuel Recabarren, dos de sus hijos y su nuera, que estaba embarazada, son detenidos desaparecidos hasta el día de hoy. Fue en abril de 1976 cuando la dictadura le arrebató todo. Ana se unió a la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos convirtiéndose en una de sus dirigentes y más reconocidos rostros de lucha. Hoy tiene 92 años y aún no hay mínimas certezas del paradero de sus cinco queridos. Probablemente no las tenga. Como la mayoría de las madres y esposas de detenidos desaparecidos que mueren de tanto caminar, preguntado: ¿Dónde están?.
07. Álvaro Barrios
¡Álvaro! dijo en voz alta Coty al ver a su estudiante. Hace tanto que no sabía de él. Qué alegría toparlo caminando por la calle, en un Santiago en el que en cada esquina despuntaban las desgracias. Coty quiso acercársele, estrecharlo y decirle lo inmensamente dichosa que estaba por saber que nada había sucedido. Pero Álvaro la detuvo con la mirada a lo lejos, y cuando estuvo próxima, le dijo musitando, a la pasada, a corta distancia: No se me acerque profesora, me vienen siguiendo. En ese entonces Álvaro ya había sido detenido por los agentes, y al no querer abrir la boca para delatar, lo habían forzado a salir a recorrer las calles con vigilancia, y así poder atrapar a quien pudiera saludarlo. Esa técnica habitual se llamó "poroteo". Por el poroteo cayeron muchos. Pero Coty no, porque Álvaro, desde la muerte, le salvó la vida.
08. Marta Ugarte
"Vino del mar con una cicatriz que dividía su pecho en dos, trazada por un furioso puñal que eternizó su indefensión", dice el cantautor chileno Patricio Manns en la canción que le dedicó a Marta, la profesora cuyo cadaver fue devuelto por las olas tras ser arrojado desde un helicóptero al interior de un saco de género. Las huellas de su cuerpo delataron la tortura a la que fue sometida antes de morir. Marta es sólo una de las y los chilenos lanzados al océano pacífico para hacerlos desaparecer. Pero el mar no, el mar quiso regresarla y dejarla serenamente en la arena para develar el espanto. "Volviste a mí porque me ataste al nudo de la eternidad".
09. Carlos Contreras
A Carlos lo detuvieron. Tras largas horas de tortura, confesó que al día siguiente se juntaría con un compañero. Le dijeron que fingera como si nada pasara, que llegara a reunirse con su amigo para que ellos pudieran atraparlo también. Pero a metros del punto de encuentro, y seguido de cerca por los agentes, Carlos se lanzó contra un microbus, evitando arrastrar a su amigo a compartir el horror. Mientras los efectivos lo subían malherido a un vehículo, Carlos gritó que estaba siendo torturado por parte de agentes de Pinochet, que le avisaran a su mamá, que era dueña de una farmacia, en Concepción. Fue llevado a un hospital y luego a un sitio eriazo. Allí lo mataron y lo quemaron.
10. Anónima
Tenía 16 años. Fue detenida por sus ideas políticas. Permaneció varios días siendo vejada. Ella y otras mujeres fueron víctimas de abusos sexuales. Nunca pudo ver nada, en los ojos le adhirieron cintas adhesivas, vendas y capuchas. "Me ponían corriente, me quemaron con cigarrillos". Fue violada por animales, torturada con ratones. La despertaban de noche para que perdieran la noción del tiempo y así agilizar el proceso inevitable de locura, angustia y desesperación. Cuando la soltaron seguía teniendo 16 años, pero ya no era la misma. Nunca más lo fue.
11. Santiago Nattino, Manuel Guerrero y José Manuel Parada
En marzo de 1985 Santiago, Manuel y José Manuel fueron secuestrados por agentes de Pinochet. A Nattino lo agarraron en plena calle, a Guerrero y a Paredes se los llevaron juntos, desde el lugar en el que trabajaban. Ambos, profesores del Colegio Latinoamericano, eran conocidos más allá de su comunidad estudiantil, por lo que su desaparición se hizo rápidamente difundida. No pasó mucho tiempo hasta saberse el paradero de los tres: cerca del aeropuerto de la capital, los cuerpos de Santiago, Manuel y José Manuel fueron encontrados al borde del camino, degollados y con profundas marcas de tortura. Hoy, son conocidos como víctimas del "Caso Degollados".
El padre Joan era español, pero llegó a Chile impulsado por el deseo trabajar con el pueblo obrero. Participó del Gobierno de Salvador Allende siendo párroco en sectores pobres del país. Luego del golpe de Estado, fue llevado a la fuerza por militares hacia un puente del Río Mapocho, que cruza la capital. Allí, intentaron vendarlo para fusilarlo, pero el padre Joan le pidió a su verdugo: "Por favor no me pongas la venda, mátame de frente porque quiero verte para darte el perdón". Así fue, mirándolo a los ojos, el soldado disparó y Joan cayó al río sin vida. Una imagen que aquel uniformado nunca pudo olvidar, al punto que años después le confesó el crimen a otro padre, y se suicidó.
Carmen Gloria Quintana tenía 18 años cuando fue detenida por la policía estatal junto a Rodrigo Rojas. Ambos no se conocían, estaban participando de una protesta contra la dictadura de Augusto Pinochet. Los demás lograron arrancar, Carmen no, Rodrigo tampoco. Los arrinconaron contra un muro, les rociaron gasolina, les prendieron fuego. Dejaron que las llamas los envolvieran un buen rato, hasta que decidieron apagarlos y llevarlos a un sitio eriazo donde dejaron abandonados sus cuerpos. Creyeron que habían muerto. Rodrigo sí lo hizo, no resistió. Cecilia no, sobrevivió, después de semanas entre la vida y la muerte. Hoy tiene 49 años y el 62% de su cuerpo quemado.
El presidente Allende decidió quedarse en el palacio de Gobierno aquel 11 de septiembre de 1973, pese a que el edificio se desplomaba por los bombardeos del golpe de Estado de Pinochet. No importó cuánto insistiera su familia pidiéndole que se pusiera a salvo. "Yo no voy a renunciar. Pagaré con mi vida la lealtad del pueblo" dijo. Y así fue. Ese día, aquel hombre de ojos suaves y generosos, aquel que en ese horror de humo y sangre supo dedicarle a su pueblo un discurso histórico y lleno de humanidad, murió combatiendo fusil en mano. "A mi buen amigo Salvador de parte de Fidel, quien por diferentes medios intenta alcanzar las mismas metas", decía la culata de esa AKA-47 que sostenía el cuerpo inerte del presidente y que años atrás le había obsequiado el comandante Fidel Castro.
"¡No se la lleven, no se la lleven!" gritaba su hija de ocho años el día en que el servicio de inteligencia de Pinochet llegó a la casa de la familia para llevarse a Gloria, madre de tres hijos y embarazada de un cuarto, esa tarde de agosto. Gloria pertenecía al Movimiento de Izquierda Revolucionaria, tenía 28 años, y pese a su estado de gravidez fue torturada hasta la muerte en el campo de concentración Cuatro Álamos. Hasta el día de hoy, ella y el hijo que llevaba en su vientre permanecen desaparecidos. Gloria es una de las ocho mujeres embarazadas detenidas y desaparecidas de Chile.
Víctor era uno de los miles de detenidos en el Estadio Chile. El cantautor, poeta y director de teatro fue sido un referente cultural y político durante los años de la Unidad Popular de Allende. Dueño de una honda sensibilidad, sus canciones eran verdaderos poemas políticos que hablaban de amor y resistencia para el pueblo campesino y obrero. Los soldados se ensañaron con él. Lo torturaron durante horas y de maneras horrorosas. Le destrozaron las manos forzándolo a intentar tocar una guitarra. Su cuerpo fue encontrado con 44 impactos de bala.
A Ana González no la desaparecieron ni la mataron. Al menos no físicamente, pero sí en vida. Su marido, Manuel Recabarren, dos de sus hijos y su nuera, que estaba embarazada, son detenidos desaparecidos hasta el día de hoy. Fue en abril de 1976 cuando la dictadura le arrebató todo. Ana se unió a la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos convirtiéndose en una de sus dirigentes y más reconocidos rostros de lucha. Hoy tiene 92 años y aún no hay mínimas certezas del paradero de sus cinco queridos. Probablemente no las tenga. Como la mayoría de las madres y esposas de detenidos desaparecidos que mueren de tanto caminar, preguntado: ¿Dónde están?.
¡Álvaro! dijo en voz alta Coty al ver a su estudiante. Hace tanto que no sabía de él. Qué alegría toparlo caminando por la calle, en un Santiago en el que en cada esquina despuntaban las desgracias. Coty quiso acercársele, estrecharlo y decirle lo inmensamente dichosa que estaba por saber que nada había sucedido. Pero Álvaro la detuvo con la mirada a lo lejos, y cuando estuvo próxima, le dijo musitando, a la pasada, a corta distancia: No se me acerque profesora, me vienen siguiendo. En ese entonces Álvaro ya había sido detenido por los agentes, y al no querer abrir la boca para delatar, lo habían forzado a salir a recorrer las calles con vigilancia, y así poder atrapar a quien pudiera saludarlo. Esa técnica habitual se llamó "poroteo". Por el poroteo cayeron muchos. Pero Coty no, porque Álvaro, desde la muerte, le salvó la vida.
"Vino del mar con una cicatriz que dividía su pecho en dos, trazada por un furioso puñal que eternizó su indefensión", dice el cantautor chileno Patricio Manns en la canción que le dedicó a Marta, la profesora cuyo cadaver fue devuelto por las olas tras ser arrojado desde un helicóptero al interior de un saco de género. Las huellas de su cuerpo delataron la tortura a la que fue sometida antes de morir. Marta es sólo una de las y los chilenos lanzados al océano pacífico para hacerlos desaparecer. Pero el mar no, el mar quiso regresarla y dejarla serenamente en la arena para develar el espanto. "Volviste a mí porque me ataste al nudo de la eternidad".
A Carlos lo detuvieron. Tras largas horas de tortura, confesó que al día siguiente se juntaría con un compañero. Le dijeron que fingera como si nada pasara, que llegara a reunirse con su amigo para que ellos pudieran atraparlo también. Pero a metros del punto de encuentro, y seguido de cerca por los agentes, Carlos se lanzó contra un microbus, evitando arrastrar a su amigo a compartir el horror. Mientras los efectivos lo subían malherido a un vehículo, Carlos gritó que estaba siendo torturado por parte de agentes de Pinochet, que le avisaran a su mamá, que era dueña de una farmacia, en Concepción. Fue llevado a un hospital y luego a un sitio eriazo. Allí lo mataron y lo quemaron.
Tenía 16 años. Fue detenida por sus ideas políticas. Permaneció varios días siendo vejada. Ella y otras mujeres fueron víctimas de abusos sexuales. Nunca pudo ver nada, en los ojos le adhirieron cintas adhesivas, vendas y capuchas. "Me ponían corriente, me quemaron con cigarrillos". Fue violada por animales, torturada con ratones. La despertaban de noche para que perdieran la noción del tiempo y así agilizar el proceso inevitable de locura, angustia y desesperación. Cuando la soltaron seguía teniendo 16 años, pero ya no era la misma. Nunca más lo fue.
En marzo de 1985 Santiago, Manuel y José Manuel fueron secuestrados por agentes de Pinochet. A Nattino lo agarraron en plena calle, a Guerrero y a Paredes se los llevaron juntos, desde el lugar en el que trabajaban. Ambos, profesores del Colegio Latinoamericano, eran conocidos más allá de su comunidad estudiantil, por lo que su desaparición se hizo rápidamente difundida. No pasó mucho tiempo hasta saberse el paradero de los tres: cerca del aeropuerto de la capital, los cuerpos de Santiago, Manuel y José Manuel fueron encontrados al borde del camino, degollados y con profundas marcas de tortura. Hoy, son conocidos como víctimas del "Caso Degollados".
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