sábado, 30 de septiembre de 2017

Es tarea de todos recuperar esos murales.

Es tarea de todos recuperar esos murales. | Foto: Javier Otaola

Recorrí con Gotha varios de los lugares donde el colectivo había pintado murales. Muy pocos quedaban de pie en Juchitán. Los que no se habían venido abajo por completo presentaban cuarteaduras considerables.
Gotha lleva días durmiendo en una hamaca en el patio de su casa, en el Callejón de La Ventosa, segunda sección de Juchitán. Su esposa Rosa duerme en un sillón junto a Valentina, su hija recién nacida. Desde el pasado 7 de septiembre su vida cambió. Duermen poco y en estado de alerta. El sismo no tiró su casa pero adentro de ella todo está fuera de lugar, como si la hubieran sacudido. Muebles tirados, cristales rotos y cuadros movidos.
Su nombre es Jesús Vicente Lagunas pero sus amigos lo conocen como Gotha. Así firmaba las paredes cuando comenzó a pintar los muros de Juchitán, hace ya varios años. Desde que iba a la secundaria se interesó por el graffiti y luego de mucho trabajo, decenas de murales y uno que otro problema con la policía Gotha ya se ha hecho de cierto renombre entre los artistas urbanos del país. A sus 34 años ha pintado murales en Nuevo León, Tamaulipas, Chiapas, Veracruz, Puebla, Ciudad de México, Querétaro, Guerrero y por supuesto por todo Oaxaca.
Hace siete años fundó el colectivo Chiquitraca junto con Armando Zárate y Osnar Galo. Buscaban trascender el mundo de los graffiteros y querían hacer algo que impactara a toda la comunidad. Fue así que surgió su primer proyecto Banni Laanu, Nuestra gente, que consistía en pintar 20 murales realistas con el retrato de algún anciano o anciana de la comunidad que practique un oficio típico en la región. Tenemos así un mural dedicado a doña Juve Teco, o Na’ Juve Teco, como le dicen en zapoteco. Na’ Juve lleva años preparando pan en Chicapa de Castro y es reconocida por prácticamente todos los habitantes de esa localidad oaxaqueña. También hay un mural para la cohetera Na’ Rosa Madu, otro para la vendedora de flores Na’ Rosita, otro para el tenor Ta’ Nen, otro para la pareja de comerciantes de Santa María Xadani, Na´ Roselia y Ta´Joel, y otro para el ferrocarrilero Ta’ Chente, quien murió hace pocos días a la edad de 105 años.
Los murales del proyecto Banni Laanu son vistos a diario por muchos habitantes del Istmo de Tehuantepec, en su mayoría zapotecos. Inclusive algunos de ellos llevan mensajes en ese idioma. Son parte de su cotidianidad e inspiran, no solo a los jóvenes que al intentar imitarlos han creado sus propios colectivos y sus propios estilos, sino a los ancianos que jamás hubieran imaginado un reconocimiento similar en vida.
Nuestra gente es un homenaje a la cultura del barrio, es reconocerse primero en la historia local que en la nacional, en los cohetes que fabricó Na’ Rosa Madu y que truenan año con año durante la fiesta del santo patrón, que en la valentía de alguno de los llamados “Niños Héroes”. Banni Laanu le roba espacio a esas figuras míticas del pasado para dárselo en su lugar a alguno de esos personajes que todos reconocen en el pueblo. Es una apuesta por la memoria local. “Los abuelos son nuestros pilares más fuertes -dice Gotha-, como las casas que con el terremoto aún se mantienen de pie, firmes. Eso significan los abuelos para nosotros.”
El sismo de 8.2 grados que hace una semana azotó al sur de México y Centroamérica parece haber acabado con la tranquilidad de los juchitecos. Hasta ahora la cifra oficial de muertos rebasa los 90 y los daños materiales son incalculables. Cuadrillas de peritos recorren las casas y edificios para verificar el estado de los inmuebles. Si consideran que representan un riesgo para sus habitantes los marcan con spray o los rodean con cinta. Aún así la gente no está dispuesta a abandonar sus hogares, o lo que queda de ellos. En muchos predios las familias que vivían en casas separadas se han visto obligadas a compartir su vida diaria en los patios, mientras buscan poner orden a lo que han logrado rescatar de entre los escombros.
Poco después del temblor Gotha se comunicó con sus amigos para saber cómo se encontraban. Todos, afortunadamente, se encontraban bien. A la mañana siguiente comenzó a circular por internet la fotografía de uno de los murales dañados. La noticia corrió entre los integrantes del colectivo. Fue hasta ese momento que Gotha sintió que “aterrizó” y empezó a dimensionar lo que había pasado.
Recorrí con Gotha varios de los lugares donde el colectivo había pintado murales. Muy pocos quedaban de pie en Juchitán. Los que no se habían venido abajo por completo presentaban cuarteaduras considerables. Algunos otros resultaron fragmentados al fracturarse las paredes sobre las cuales había sido pintados. En Cheguigo, en la octava sección de Juchitán se encuentra el mural de Na’ Cata, trabajadora de la palma que fabrica sopladores y abanicos. A Na’ Cata solo le queda un ojo, algo de cabello y la blusa. El resto se encuentra tirado en la banqueta. Casi todos los pedazos aún conservan la pintura y al verlos se antoja armar el rompecabezas para preservar el mural. Pero las cuarteaduras del muro hacen pensar en su demolición antes que en su restauración.
A media hora de Juchitán se encuentra Unión Hidalgo, donde el colectivo pintó tres murales más de la serie, entre ellos el primero, dedicado a Na’ Rosita, una vendedora de flores. Para llegar a ese lugar es necesario cruzar el puente de El Estero, sin embargo este resultó dañado por el sismo y varias grietas lo atraviesan de un extremo a otro. Los pobladores cruzan a pie y a cada lado se habían improvisado sitios de taxis para llevar a las personas a su destino. Adelante de Unión Hidalgo se encuentra Chicapa de Castro donde se pintaron dos murales más. De los cinco murales pintados en ambos pueblos solo sobreviven dos. La misma suerte corrieron otros murales pintados en Tehuantepec, San Francisco del Mar e Ixtepec.
De los 20 murales proyectados como parte de Nuestra Gente el colectivo apenas había realizado 15 y de esos solo se salvaron 6. El colectivo Chiquitraca tiene otro proyecto llamado Muxe que pretende visibilizar a esta comunidad transgénero típica del Istmo de Tehuantepec, así como combatir la discriminación de que son objeto. Este proyecto, sin embargo, ha tenido problemas para encontrar muros. Parece que no a todo el mundo le interesa tener pintado a un muxe afuera de su casa. De los diez muros que este proyecto planea intervenir hasta el momento solo se habían pintado dos, uno dedicado a Felina y otro a Rubitch, pero el primero de ellos resultó dañado por el temblor.
Gotha no sabe qué pasará con ambos proyectos, pero como graffitero está acostumbrado a andar a contracorriente, a no contar con apoyos institucionales, a tocar puertas y a no aceptar un no como respuesta. Su resiliencia es sorprendente. Afirma con orgullo que todos los trabajos se habían realizado de manera autogestiva y contaban con el apoyo de los vecinos. A pesar de eso hoy reconoce que si el colectivo quisiera concluir los proyectos Binni Laanu y Muxe, pintando nuevos murales para sustituir los que se cayeron, necesitarán tiempo y mucha ayuda. Hoy más que nunca están abiertos a conseguirla.
Chiquitraca no es el único colectivo de graffiteros afectado por el sismo. Basta con recorrer algunos pueblos de la zona para reconocer que el Istmo está lleno de artistas, de colectivos, de muralistas jóvenes que tienen algo que decir, que pelean cada muro y que buscan un poco de reconocimiento en cada obra.
Para esos días Jomer, otro integrante del colectivo Chiquitraca, había organizado el Festival de Arte Urbano “T. Mixta 27”. El 9 y 10 de septiembre una veintena de artistas provenientes de Colima, Guanajuato, Jalisco, Ciudad de México y Oaxaca se reunirían para pintar la barda perimetral de la Escuela Secundaria Técnica #27, ubicada en el municipio de Ixtepec, Oaxaca.
Ante la magnitud del terremoto muchos no llegaron. Tan solo quienes ya iban de camino decidieron llegar a su destino luego de comunicarse con el organizador y verificar si existían condiciones o si se había cancelado el evento. Con menos asistencia de la esperada y a pesar de las montañas de escombro y de las decenas de réplicas que se perciben a diario, el Festival de se llevó a cabo. Además de los muros de la secundaria se pintaron otras bardas. Después de todo el temor a los temblores no está peleado con las ganas de pintar. Como despedida el martes 12 Jomer ofreció al dueño de un comedor de truchas, ubicado a las afueras de Ixtepec, un mural de unos 8 metros de largo a cambio de dar de comer a una veintena de graffiteros. El dueño del lugar aceptó y en poco más de tres horas Aser 7, Frase, Frank Salvador, Shon, Croma, Gotha y varios más cubrieron con sus aerosoles toda el área destinada al mural. Después de eso circularon las cervezas y el mezcal. Todos comieron carnitas y Jomer cocinó unas truchas.
A más de uno pudiera parecer trivial que un grupo de jóvenes se preocupe por pintar murales o por preservar los que ya estaban pintados habiendo gente que perdió su casa, su negocio o, peor aún, un ser querido. Quienes así piensan olvidan que la cultura le da tanto sentido a nuestras vidas como nuestras necesidades materiales. Somos eso que reconocemos de nosotros en el otro que vemos en la calle. Si antes los zapotecos del Istmo y los habitantes de Juchitán se reconocían en los murales de Binni laanu, hoy ya no lo pueden hacer. El colectivo Chiquitraca había obsequiado a los habitantes del Istmo de Tehuantepec un espejo en el cual observarse, un lienzo en el cual reconocerse. Hoy esa exposición abierta a todos prácticamente ya no existe, desapareció entre los escombros. Costará mucho trabajo recuperar la tranquilidad, levantar una nueva casa para llenarla con nuevos y viejos recuerdos. Pero si algo queda claro es que esa reconstrucción debe hacerse sobre los cimientos de Nuestra gente, sobre aquello que representan nuestros abuelos.
Es tarea de todos recuperar esos murales.


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