lunes, 29 de abril de 2019

La obsesión antilatinoamericana
 
Es ya obsesiva, enfermiza, la invariable reacción de la Casa Blanca hacia cualquier movimiento político o social latinoamericano que se perfile, aún mínimamente, como de izquierda, y mucho más si roza con ideas que se acerquen a los reclamos sociales, y todavía más si son de orden socialista.
La historia latinoamericana en el siglo XX está básicamente configurada por esa premisa. Sí, ya se sabe, América para los americanos, y así ha sido siempre según lo demuestra también nuestra frágil memoria. Ya Juan Domingo Perón y Evita se mostraron sospechosos por sus preferencias obreristas, de inclinaciones hacia la inadmisible izquierda. Naturalmente, y por fortuna, la tendencia real que surgió a la postre en el Movimiento 26 de Julio de Fidel Castro se supone que pasó desapercibida hasta para las más agudas mentes del Departamento de Estado. Después continuó uno de los más terribles tiempos para el subcontinente: las casi cuatro décadas de feroces golpes de Estado en que cayeron, para el otro lado, Brasil, Argentina, Uruguay, Paraguay, Bolivia, Chile, Ecuador, Perú, Venezuela (en una palabra prácticamente la totalidad del hemisferio sur) y también los países centroamericanos salvo, por fortuna, México, aunque nuestro país no dejó de ser golpeado rudamente por las fuerzas militares y paramilitares que también existían, aun cuando los historiadores se han colocado muchas veces del lado de quienes han difundido la idea de un México impoluto y pacificado.
Igualmente, por fortuna, la gran mayoría de los países nombrados han logrado, en los pasados 20 o 30 años, liberarse de sus dictaduras más sangrientas. No necesariamente para vivir en el mundo idílico de la democracia, pero sí habiendo disminuido notablemente la crueldad de sus golpistas, casi siempre militares. Pero sometidos al mando de las oligarquías respectivas. Normalmente cerrando el círculo de los golpes castrenses en línea… 
Naturalmente no pretendemos aquí analizar los motivos del escape de Cuba a esa tormenta de sangre provocada por los golpistas militares en casi la totalidad de los países latinoamericanos (aunque otros dirán que el diluvio se presentó bajo la dictadura castrista), y ahora bajo la dictadura de Nicolás Maduro en Venezuela. 
Para nadie es un secreto que el gobierno de Cuba, prácticamente desde el principio, exhibió una clara tendencia antigolpista, democrática y simplemente nacionalista. Un nacionalismo que, por supuesto, se exarcerbó después de la sumisión por muchos años a capitales mafiosos o directamente explotadores de la mano de obra del campesinado. En efecto, los primeros revolucionarios cubanos vieron de inmediato que Cuba era apenas un campo de explotación y, desde luego, un territorio en que la vida alegre (cabarets, juegos de azar y prostitución eran las principales fuentes de riqueza). También, naturalmente, estuvo muy presente en los revolucionarios la propiedad de ricas plantaciones en que el azúcar, para el extranjero, resultaba el principal proveedor de capitales. La batalla en contra de todos estos frentes fue el primer punto de contradicción entre el nuevo gobierno de la revolución y el gobierno estadunidense, que imaginó que los jóvenes revolucionarios estarían fácilmente al alcance de un capital que los corrompería sin mayores dificultades, como había sido su experiencia con otros levantados en América Latina. No tomaron suficientemente en serio la disciplina moral y la decisión profunda interna de estos revolucionarios, que además aprovecharon óptimamente la aparición de otro poder mundial: la Unión Soviética, que sintió ya la seguridad de poder enfrentar a la otra potencia mundial, que desde luego fue siempre la primera en el aspecto del poderío militar y económico, medido desde los más variados puntos de vista.
Naturalmente este hecho no disminuyó el ímpetu de los jóvenes revolucionarios que decidieron hacerle frente a Estados Unidos con el relativo apoyó de la URSS, con capacidad también de destrucción nuclear a grandes distancias.
Es claro, sin duda, que Cuba fue uno delos resortes más importantes de la guerra fría. Pero también es claro, sin duda, que su alianza con la Unión Soviética resultó uno de los factores más importantes de freno a los posibles movimientos revolucionarios que pudieron alentar a diferentes grupos a lo largo y a lo ancho del continente. En realidad se estableció entre la URSS y Estados Unidos una suerte de acuerdo para mantener el status quo en los diferentes territorios del globo en que hacían contacto los super poderes. Por eso se vivió intensamente la sensación de que el mundo vivía permanentemente al borde de la guerra nuclear, y nada fue más bienvenido que el tácito acuerdo de no agresión entre los poderes nucleares y el arribo, en la Unión Soviética, de una generación de nuevos políticos que se atrevieron incluso a terminar con el comunismo que había formado un gran Estado durante 80 años, con ventajas evidentes y también con desventajas indudables.
Desde luego la pregonada democracia socialista, que se había ya negado rotundamente por Stalin, siguió su curso negativo durante todos esos años y, además, dio nacimiento a una de las negaciones más bárbaras que ha vivido la especie humana: la sumisión prácticamente total de la sociedad al Estado y el establecimiento de una ideología rudamente unilateral, además de que propició la aparición de la burocracia como un cuerpo social con buena dosis de autonomía.
También en este aspecto la revolución cubana fue en alguna medida heredera de su mayor. Exacerbadas las tendencias de cambio, naturalmente, por la relativa penuria de la misma. No hemos visto aún lo suficiente de la nueva revolución venezolana, pero todo haría suponer que tales problemas, en la situación actual, llegarían tal vez a excesos que no podemos ahora siquiera imaginar. Esto no significa que el ímpetu revolucionario de los pueblos se haya desvanecido, sino que posiblemente espera, sin remedio, para mejores tiempos y oportunidades.

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