martes, 18 de diciembre de 2012



La fábula de Bernard de Mandeville

DOMINGO, 16 DE DICIEMBRE DE 2012




La colmena, la riqueza y la corrupción.
Mandeville, el médico holandés, "hombre honrado y de cabeza clara", que escandalizó a la Inglaterra de los vicios privados y de los públicos beneficios.

El panal rumoroso... Seis peniques, caballeros... Seis peniques, el panal rumoroso o sea  los bribones volviendose honrados…
A las esquinas de las calles, en la Londres de los primeros años del siglo XVIII, vendedores ambulantes ofrecían unos de los muchos opúsculos que constituían la literatura volante del tiempo: un folleto divertido, una sátira sin duda, con aquel subtítulo de los bribones hechos caballeros.
Y el opúsculo se vendía bastante bien. Habían muchos de este tipo, pero los curiosos nunca faltaban. Un pequeño poema en octosílabos, de 433 versículo: es la fábula de las abejas que vivian prósperamente bajo un gobierno a decir verdad excelente:
Con más regalo que aquél 
ningún enjambre vivia:
ni tiranos padecía,
ni la democracia inquieta, 
porque entre leyes sujeta 
y afianza su monarquía”.
Gobierno constitucional, entonces, como lo que estaba vigente en Inglaterra, después del advenimiento de Guillermo de Orange, aristócrata holandés y príncipe protestante, que consiguió, como Guillermo III las coronas inglesa, escocesa e irlandesa después de la Revolución Gloriosa del 1688.

Pero tenemos que presentarlo este escritor, médico más interesado al cuerpo social que al cuerpo sus pacientes. Bernard de Mandeville nació en Dordrecht, Holanda, estudió medicina en Róterdam y filosofía en Leiden y a la fin del siglo XVII lo encontramos en Londres, unos años después que había llegado el rey holandés: en el tiempo tuvo que haber sido una importante inmigración holandesa a Inglaterra…
Hemos dicho de su interés para la vida social y esta, en forma satírica y sarcástica, se manifestó en su primera obra, la antedicha, de la cual iremos hablando.
Con la fábula de sus abejas nos enseña que en la colmena la honradez era de verdad poca y la virtud sólo un barniz; y se tiraba adelante muy bien. Claro habían los bribones de menesteres oscuros que traficaban con los vicios y las flaquezas humanas, pero ¿quien se mantenía inmune de deshonestidades? Ministros preocupados más de sí mismos que de la nación, jueces de equidad susceptible de modificaciones por un precio adecuado, médicos aplicados al dinero y a la apariencia más que a la salud de sus pacientes; y abogados,… bueno es facil hablar mal de ellos … y también de los curas. Y adelante con todas las profesiones y los oficios.

Mis lectores ahora se daran cuenta del porqué sus folletos fueron enjuiciados y el autor, intitulado por un juego de palabras Man devil - hombre diablo, llegó a ser, a los ojos de la opinión pública inglés un desinhibido libertino.
Aunque como ya sabemos las de arriba son cosas reconocidas en el mundo…

De todas formas, Inglaterra siguió siendo la colmena de la fábula de Mandeville, es decir el lugar en donde los “vicios privados” eran reprobados por todos pero se volvían, con mayor éxito, “públicos beneficios”. Los ingleses condenaron el médico holandes pero no dejaron de vivir hipócritamente como las abejas rumorosas de la fábula.
Sólo quarenta años más tarde se reflejaron, con participación y consenso, en el tratado “Sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones”: y quizá no se dieron cuenta que la “mano invisible” a la cual Smith atribuye la armonía de las humanas cosas otro no era que el egoismo en el cual Mandeville había encontrado una utilidad social.
“No es la benevolencia del carnicero o del panadero la que los lleva a procurarnos nuestra comida, sino el cuidado que prestan a sus intereses…"

El autor se defendió con una memoria que apareció desde entonces en las ediciones siguentes junto a explicaciones y comentarios: el pequeno poema del 1705 ya era una antología de versiculos, comentarios en prosa, anotaciones, diálogos, réplicas.

Seguimos con la historia.
A pesar de todo, o, más bien, propio por eso, el país, la colmena, prosperaba y gozaba: miles de pobres vivían por el lujos de los ricos – lujo nutrido por vicios, corrupción, fraude pues cada una de estas instancias produce empleos, trabajo y ocupaciones.
El orgullo, el fraude, el lujo 
rinden beneficios ciertos
y resucitan los muertos
a su irresistible embrujo.
¡Si hasta del hambre el influjo 
fomenta la digestión;
las mismas industrias son 
efectos del artificio,
y es imposible sin vicio 
edificar la nación!

Pero las abejas de esa ciudad ciudad claman al cielo por su decadencia moral. Jove-Júpiter las oye y les devuelve las leyes de la pública moralidad: el crimen cesa; se cierran y quedan desocupadas las cárceles; la lujuria es destronada por la decencia y la modestia; se quedan sin trabajo sastres y cocineros, sin dinero políticos, burócratas y abogados corruptos; en fin reina la austeridad y la frugalidad pero con ella aparece la pobreza y la avaricia.

En poco tiempo la colmena se despobla, pierde su antiguo poder, renuncia a comerciar con el mundo, se encierra en una economía autárquica y austera.
La “moraleja” de Mandeville reza: “A solas la vertud no puede hacer grande un país. Los que querrian resucitar la edad del oro tienen que aceptar junto con la honradez también las bellotas, comida de puercos”
Porque, si bien se repara, 
la insobornable virtud
no es prenda de la salud, 
aunque la ayuda y prepara. 
Hay que dar al alquitara 
mezclas de esencia remota, 
y sólo entonces borbota
la soñada Edad de Oro, 
libre de usar, sin desdoro, 
la honradez ... y la bellota.

Pero la obra de Mandeville nos hace entender algo, bajo la paradoja del sarcasmo y de la ironía: la sociedad es un ente muy complejo y de efectos sorprendentes e inesperados. Sobre todo inesperados: decisiones que parecen promover el vicio en realidad promueven la virtud. Medidas que persiguen el bienestar en realidad causan daños.

La costurera cuyo propio bienestar depende de los caprichos de la moda; el mesero y el barman que pueden cuidar a sus familias gracias al consumo de alcohol de sus clientes; la fábrica de telas que hace posible la vida de sus trabajadores y que existe gracias a la pasión por el lujo y las novedades.
Mandeville continúa con las paradojas para reiterar la complejidad de la sociedad. ¿Cuál puede ser el beneficio que el público reciba de la existencia de ladrones? Pero, ¿qué sucedería si por algún milagro repentino absolutamente toda la gente de una nación se tornara incapaz de robar? Mandeville contesta que la mitad de los artesanos del país estarían desempleados.
La razón es sencilla. En todas partes existen adornos, cerrojos y objetos que sirven de protección contra robo a las casas. Nunca se hubiera pensado en esas rejas, puertas y cerraduras, de no existir el peligro de ser robado. Quienes hacen su trabajo de la satisfacción de esas necesidades se quedarían sin empleo.

Mandeville da otro ejemplo de esas situaciones en las que el mal y el bien se encuentran.
¿Imaginaríamos que las mujeres virtuosas, sin saberlo, promueven el trabajo de las prostitutas? O puesto de otra manera ¿la incontinencia presta un servicio a la preservación de la castidad?
Quien tiene deseos poco limpios en medio de jóvenes mujeres decentes, sabe que de llegar sus instintos a límites puede acudir a los servicios de mujeres más complacientes. No puede culparse de esto a la decencia de esas mujeres castas.

Desde luego y muy importante, Mandeville no afirma que para fomentar el empleo debería haber más ladrones, que para preservar la honradez de las mujeres hay que abrir más prostíbulos.
Se limita a señalar esa paradoja, que es el punto central de su idea: un acto reprobable produce un beneficio, es decir, en la sociedad hay efectos inesperados.

Este autor es de obligada lectura para los gobernantes que piensen en medidas simplistas y directas; y también es para los ciudadanos que se pregunten cómo es posible que sueños de sociedades mejores acaben produciendo sociedades peores, olvidando que el camino hacia el infierno está empedrado de buenas intenciones.

Pero no, este ultimo de los prostíbulos, sí, lo dijo en su “A modest defence of public stews” (Una modesta defensa de las casas de placer) en donde desea que se fije en Londres un barrio de estos lugares, y describe cuantas, cual precio, cuales atenciones tener para reducir los casos de muchachas y mujeres casadas, victimas de los deseos varoniles.
El hombre excitado – nos dice Mandeville – allí hubiera podido calmar con seguridad sus ardores y la excitación habría quedado sólo en la imaginación; en este caso -nos recuerda el doctor Mandeville- esta pasaría “a glande penis ad glanden pinealem (sic)” (del glande del pene a la glandula pineal).
Por eso es posible concluir que lo que era una paradoja, se vuelve una realidad: la castidad es protegida por la lascivia y la mejor de las virtudes quiere la ayuda del peor de los vicios.



“Hombre honrado y de cabeza clara” es el comentario de Karl Marx leyendo sus obras.
Los versiculos en cursiva son de Alfonso Reyes que en el 1957 hizo la “paráfrasis libre” El panal rumoroso, de “The fable of the bees” de Bernard de Mandeville.
Hemos traido ideas de la carta titulada “Un medico immoralista del settecento, Bernardo di Mandeville” por un anónimo del 1937 y de Vicios y Bondades por ContraPeso del 2000.

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