Acteal: 15 años de impunidad
Se cumplieron ayer 15 años de que un grupo de paramilitares de
filiación priísta asesinaran en la localidad tzotzil de Acteal, Chiapas, el 22
de diciembre de 1997, a 45 personas –mujeres, hombres y menores– y otras 26
resultaron heridas. En aquel momento, el gobierno de Ernesto Zedillo intentó
presentar la atrocidad como consecuencia de un
conflicto intercomunitarioy hasta por
la disputa por un banco de arena, pero organizaciones nacionales y extranjeras demostraron que había sido, en realidad, un episodio inscrito en la estrategia de contrainsurgencia aplicada por el Ejecutivo federal contra las comunidades zapatistas, que los criminales recibieron entrenamiento y armas por parte de efectivos militares regulares y que las corporaciones policiales federal y estatal no hicieron nada por impedir la masacre.
La impunidad, a lo largo de los tres lustros transcurridos desde entonces, ha
sido casi total. En diversas instancias internacionales Zedillo ha sido sujeto
de acusaciones por crímenes de lesa humanidad, pero el gobierno de Felipe
Calderón le tramitó un estatuto de inmunidad ante las autoridades de Estados
Unidos, país de residencia del ex mandatario; Emilio Chuayffet, por entonces
secretario de Gobernación, y responsable directo del incumplimiento
gubernamental de los acuerdos de San Andrés Larráinzar, se vio obligado a
dimitir, pero no fue ni siquiera investigado, y hoy despacha como secretario de
Educación Pública; tampoco se investigó la presunta responsabilidad del ex
gobernador chiapaneco Julio César Ruiz Ferro, de Jorge Madrazo Cuéllar,
procurador federal en aquel tiempo, ni del general Mario Renán Castillo, a la
sazón responsable de la Séptima Zona Militar, ni del que se desempeñaba como
secretario de Defensa, el general Enrique Cervantes Aguirre (quien sí ha sido
investigado, en cambio, por su presunta participación en el asesinato de 22
campesinos, en el contexto de la guerra sucia de los años 70 del siglo
pasado). La lista no es, por supuesto, exhaustiva.
En cuanto a los autores materiales de la masacre, varias decenas de ellos
fueron juzgados, sentenciados y encarcelados. En 2009 un grupo de operadores
judiciales y académicos del régimen consiguió que la Suprema Corte de Justicia
de la Nación (SCJN) dejara en libertad a 26 de los condenados –con el argumento
de que las autoridades habían cometido graves irregularidades en el proceso–, en
lo que fue considerado no sólo un nuevo agravio a las víctimas y a los
sobrevivientes, sino también un riesgo grave para los segundos.
Desde el 22 de diciembre de 1997 han transcurrido, en suma, tres lustros de
impunidad. De esa forma sale a la luz el pacto de complicidad que recorre los
sexenios sin distinción entre priístas y panistas, y que ha hecho imposible,
hasta ahora, el ejercicio de la justicia para crímenes de Estado como la matanza
del 2 de octubre de 1968, la guerra sucia impulsada por los gobiernos
de Luis Echeverría y José López Portillo, los asesinatos políticos perpetrados
durante el salinato, las masacres campesinas toleradas o auspiciadas por el
gobierno de Zedillo –de las que Acteal fue quizá la más grave, pero no la única–
y de la masiva violación a los derechos humanos en el contexto de la
guerra contra la delincuenciadeclarada por Felipe Calderón.
El gobierno que inició el 1° de diciembre tiene, con el expediente de Acteal,
una oportunidad para demostrar que no representa al PRI de siempre: bastaría con
que emprendiera un esclarecimiento verosímil de las responsabilidades de los
altos mandos que operaban hace 15 años en los ámbitos federal y estatal, que
retirara la inmunidad concedida a Zedillo y que permitiera, en su caso y en los
de otros, la actuación libre e irrestricta del Poder Judicial y de instancias
internacionales de justicia.
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