De Brasil a Tijuana
Jorge Durand
Los nuevos flujos migratorios contemporáneos suelen ser explosivos. En 2014 decenas de miles de niños y adolescentes centroamericanos, acompañados y solos, se dirigían hacia la frontera de Texas, cruzaban desesperados el río Bravo y se entregaban a la migra. En 2015 miles de cubanos recorren el continente, desde Ecuador o Guyana, para llegar a México y cruzar la frontera, con los pies bien secos, y acogerse a los beneficios del asilo. En 2016 miles de haitianos llegan a Tijuana, después de una larga estancia de varios años en Brasil, donde trabajaron en las construcciones olímpicas y retoman el largo camino del migrante para tocar la puerta del imperio.
Todos llegan a la frontera en busca de refugio, pero incluso entre ellos se pueden distinguir clases sociales, con la debida licencia por extrapolar el término. Los cubanos son los aristócratas del flujo migratorio de refugiados a nivel global. Por el hecho de ser cubanos tienen el privilegio de acceder a la condición de refugio de manera expedita, segura e inmediata. La ley de ajuste cubano y sus posteriores adecuaciones les permiten aspirar al sueño americano y huir de lo que, dicen, es la pesadilla socialista.
Los haitianos ocupan un segundo nivel. Son los más pobres en esta nuestra América. A un país devastado y erosionado hasta extremos inconcebibles en una zona ecológica de vegetación tropical, le suceden terremotos teutónicos y, peor aún, políticos. Tienen la ventaja de que al llegar a México les dan un permiso para transitar y salir del país, porque se hacen pasar por migrantes del Congo, que tienen un nivel de protección por parte del Alto Comisionado de Naciones Unidas para Refugiados (Acnur). Por tanto, se les da un salvoconducto y pueden viajar libremente, incluso tomar un avión a Tijuana. Muchos traen su ahorros, después de años de trabajo en la construcción, y están dispuestos a gastarlos en un viaje donde al final lo que siempre queda es la esperanza.
El tercer grupo son los centroamericanos, hondureños, guatemaltecos y salvadoreños, nuestros vecinos de ayer, hoy y siempre. Ellos no tienen permiso para cruzar por México ni salvoconducto para transitar. Son migrantes irregulares, que se suben al lomo de la Bestia, que casi no tienen dinero, que sortean garitas y retenes y se acogen en las casas de migrantes a lo largo de toda la frontera vertical. Son el objetivo principal del Instituto Nacional de Migración y los que son deportados de manera inmediata y expedita.
Estas tres oleadas sucesivas de migrantes que buscan refugio provienen del área de influencia de Estados Unidos. Las causas y los procesos son muy diferentes al fenómeno migratorio que se vive en Europa y el Mediterráneo, pero el patrón migratorio es muy semejante: de carácter explosivo, compacto y hacia un lugar de destino.
Un elemento crucial en estos nuevos flujos tiene que ver con la tecnología. De hecho, siempre la tecnología ha acompañado a los migrantes, desde los buques a vapor para la migración transatlántica, el ferrocarril para la mexicana, el telégrafo para los giros de dinero, el teléfono, el fax, el Internet y el celular.
En la casa del migrante en Tijuana, administrada por los misioneros Escalabrini y un grupo de voluntarios, los haitianos conforman 90 por ciento de los acogidos. Todos con un celular en mano reciben y mandan noticias de sus pueblos de origen, de sus compañeros en Brasil, de los familiares que cruzan por Ecuador o Costa Rica rumbo a México y Estados Unidos.
Los centroamericanos se dirigen a Texas, la vía más corta pero más peligrosa. Los haitianos prefieren Tijuana, la vía más larga pero más segura. Hay rutas establecidas, pero estas pueden cambiar de manera inmediata con un simple mensaje que llega a un celular.
Por medio del celular una intrincada red social se moviliza por el continente, desde Brasil hasta Tijuana, un viaje de meses que empezó en abril y que tiene en la actualidad saturadas las casas de migrantes y en alerta a los servicios de migración de México y Estados Unidos.
Es en Tijuana donde se concentra y organiza por turnos el ingreso de los haitianos a Estados Unidos para tener una entrevista. Turnos que otorga el Instituto Nacional de Migración mexicano, de acuerdo con los estadunidenses, para una migración ordenada. Hace unas semana se daban 100 turnos por día, ahora sólo cincuenta, pero se ha desatado el rumor de que se acaba el sistema de turnos esta semana por parte de Estados Unidos.
La inmensa mayoría son migrantes económicos: sólo buscan trabajo y están dispuestos a recorrer el continente con tal de tener la oportunidad de vender su fuerza de trabajo. A diferencia de los cubanos, e incluso los centroamericanos (menores, adolescentes o mujeres con niños), los haitianos no tienen mucha información sobre los argumentos que deben dar o esgrimir para que se les otorgue refugio. Ciertamente buscar trabajo o estar muerto de hambre no es una razón suficiente.
Por eso algunos haitianos se hacen pasar por migrantes del Congo cuando ingresan a México, porque tienen un estatus internacional más acorde con la condición de refugiados. Algo semejante a argumentar que eres sirio en estos momentos y solicitar refugio con argumentos válidos en Europa. No obstante, muchos de ellos quedarán registrados en las estadísticas mexicanas como migrantes africanos.
Paradójicamente, ser sujeto de refugio en estos momentos es un raro privilegio. Más de cinco mil migrantes haitianos tocan la puerta del Tío Sam, pero el futuro es incierto, porque al parecer EU se niega a recibirlos por no tener capacidad para integrarlos y acomodarlos.
Es la historia de los migrantes y refugiados del siglo XXI: quedar en el limbo.
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