domingo, 28 de agosto de 2016

Y la crisis va
Rolando Cordera Campos


Mientras Joseph Stiglitz en reciente entrevista anuncia la muerte del consenso neoliberal, tanto en vastos territorios de la academia como en los negocios, la política y hasta en parte de la derecha estadunidense, los europeos recibirán consternados el más reciente juicio pesimista de este Nobel sobre el futuro del euro. Es allá en el viejo continente, que hasta hace poco presumía orgulloso de sus grandes saltos civilizatorios, sustentados en su Unión Europea, la Europa social del bienestar y la cohesión, el libre tránsito de personas y la acogida generosa de miles de condenados de la tierra, donde ahora se vive el fin de una época y la dura, cruel por demás, transición hacia otra forma de vivir y entender la economía, la política, la distribución de los frutos del esfuerzo colectivo.

Todo eso y más resienten los embates de las grandes dislocaciones que en el alma y el cuerpo europeo trajo consigo la Gran Recesión, y ahora profundiza su secuela de incertidumbre y lento crecimiento de larga duración. Si ya asistimos al comienzo de unas posdemocracias que trastocarán los usos y costumbres del capitalismo democrático que derrotó al imperio del mal –según la desafortunada y perversa fórmula del presidente Reagan–, o tan sólo es un prolongado y hondo bache que, sin embargo, vaticina alguna recuperación no tan lejana, lo veremos más o menos pronto, cuando empiece a fraguar la nueva visión de Europa que ansiosos buscan Alemania, Francia e Italia y adquiera algún sentido el lamentable Brexit de Albión. De hecho, no parece que la proverbial perfidia de la isla vaya a servirle de mucho en estos escenarios, donde lo único cierto es lo incierto y el azar se materializa en el terror, el atentado y la muerte de los inocentes.

Los principios maestros que gobernaban y articularon el desenvolvimiento capitalista de la segunda posguerra han sido trastocados, después de décadas de ofensiva neoliberal y de casi un decenio de recesión sostenida. Según el estudioso alemán Wolfgang Streeck, estos principios serían el de la justicia del mercado, fruto de la productividad marginal y la competencia, y el de la justicia social, asociado a las normas, convenciones, luchas y reclamos de las bases sociales, y convertido en forma institucional como expansión de derechos y protección social universal por el Estado de bienestar y las democracias industriales de masas surgidas después de la segunda guerra.

Siempre en tensión, en un equilibrio inestable, estos principios fueron sin embargo la base de la gran conversación que habría de culminar en la Unión Europea y la transformación tranquila soñada por sus inventores y promotores. La muerte anunciada del desvarío neoliberal podría encontrar en Europa un grotesco mentís y dar lugar a una extraña no muerte del neoliberalismo, como lo llamara el británico Colin Crouch en un libro publicado y discutido con ardor hace unos cuantos años.

Ni la historia está escrita ni el futuro es como se soñaba, un paso adelante obligado, hacia una mejor y más segura forma global de vida. La federación del hombre, que Jefferson imaginara, puede dar lugar a una serie distópica, dominada por nuevas enigmáticas escaseces que, a su vez, podrían propiciar inéditas maneras de dominar a una humanidad enorme y fracturada.

En estos y otros términos se piensa y discute hoy en el mundo avanzado y en algunas regiones que buscan el desarrollo. Pero por lo visto, oído y leído en estas semanas, eso no es lo nuestro. Lo nuestro está en el micro planeta que hemos creído puede disculparnos de asistir al magno encuentro de la especie con ella misma. Y, si este cálculo nos falla, ya tenemos con nosotros otro planeta tierra.

En memoria de Emilio Sacristán

En solidaridad con Caty y los suyos

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