El último día de la poetisa Marina Tsvetáieva
© Sputnik/ Ruslan Krivobok CULTURA 19:41 31.08.2016(actualizada a las 19:47 31.08.2016) URL corto 02421 El 31 de agosto de 1941, Marina Tsvetáieva se quitó la vida en Elábuga, una pequeña ciudad de Rusia, en la república de Tartaristán. Según la leyenda, para ahorcarse empleó la misma cuerda con la que Borís Pasternak —uno de sus amores, poético, platónico y perenne— le envolvió las maletas antes de su último viaje. Las razones de su muerte son, para nosotros, en la distancia, más que evidentes. Después de una infancia en la Rusia zarista, Tsvetáieva se vio obligada a experimentar, en carne propia, la revolución y el nuevo régimen bolchevique. En 1919 decidió entregar a sus dos hijas, Ariadna e Irina, a un albergue, pensando que allí las alimentarían mejor que en su propia casa, donde las migajas no alcanzaban para todos. En menos de un mes, las dos pequeñas estuvieron al borde de la muerte. La poetisa logró rescatar a Ariadna, pero, al llegar al albergue, Irina ya se encontraba en manos de la muerte. No llegó a cumplir los tres años.
Eran años de hambre, de guerra, de realizar cualquier trabajo con el fin de alimentar a su pequeña. En 1922, el esposo de Tsvetáieva, que se encontraba en la guerra, se instala en Europa y Marina va tras él. Berlín, Praga, París… hermosas ciudades, cuya belleza y grandeza no pueden salvar a Marina de la pobreza, de las consecuencias de la guerra, del dolor…
"Nadie puede imaginar la pobreza en que vivimos. Los únicos ingresos los tenemos gracias a lo que escribo. Mi esposo está enfermo y no puede trabajar. Mi hija gana algunos céntimos bordando sombreritos. Tengo un hijo [Mur], tiene ocho años. Vivimos los cuatro con ese dinero. En otras palabras, morimos lentamente de hambre", escribía, con rabia y dolor Tsvetáieva en 1933.
Pero lo peor estaba por llegar… En 1937, el esposo de Marina es acusado de asesinar a un agente de inteligencia soviético que había llamado "terrorista" a Stalin. Esposo e hija vuelven a la Unión Soviética, y detrás de ellos viaja su hijo. Marina espera algún tiempo y en 1939 vuelve a la URSS, acercándose, fatídicamente, a su muerte…
La familia vive por algún tiempo en tranquilidad, en Bólshevo, una pequeña ciudad a las afueras de Moscú. Sin embargo, el 27 de agosto de ese año,
Ariadna es arrestada y condenada por espionaje a ocho años de trabajos forzados. Se enteraría de la muerte de sus padres cuando sus cuerpos ya estaban cubiertos por la tierra. El 16 de octubre de 1939, el esposo de Marina es arrestado.
Eran años de hambre, de guerra, de realizar cualquier trabajo con el fin de alimentar a su pequeña. En 1922, el esposo de Tsvetáieva, que se encontraba en la guerra, se instala en Europa y Marina va tras él. Berlín, Praga, París… hermosas ciudades, cuya belleza y grandeza no pueden salvar a Marina de la pobreza, de las consecuencias de la guerra, del dolor…
"Nadie puede imaginar la pobreza en que vivimos. Los únicos ingresos los tenemos gracias a lo que escribo. Mi esposo está enfermo y no puede trabajar. Mi hija gana algunos céntimos bordando sombreritos. Tengo un hijo [Mur], tiene ocho años. Vivimos los cuatro con ese dinero. En otras palabras, morimos lentamente de hambre", escribía, con rabia y dolor Tsvetáieva en 1933.
Pero lo peor estaba por llegar… En 1937, el esposo de Marina es acusado de asesinar a un agente de inteligencia soviético que había llamado "terrorista" a Stalin. Esposo e hija vuelven a la Unión Soviética, y detrás de ellos viaja su hijo. Marina espera algún tiempo y en 1939 vuelve a la URSS, acercándose, fatídicamente, a su muerte…
La familia vive por algún tiempo en tranquilidad, en Bólshevo, una pequeña ciudad a las afueras de Moscú. Sin embargo, el 27 de agosto de ese año,
Ariadna es arrestada y condenada por espionaje a ocho años de trabajos forzados. Se enteraría de la muerte de sus padres cuando sus cuerpos ya estaban cubiertos por la tierra. El 16 de octubre de 1939, el esposo de Marina es arrestado.
© AP PHOTO/ GIAN CARLO BARONE Gabriela Mistral: Una destacada voz lírica de América Latina "Todos creen que soy valiente. No conozco a nadie más temerosa que yo. Tengo miedo de todo. De los ojos, de la oscuridad, de los pasos; pero sobre todo, de mí, de mi cabeza —si se le puede llamar cabeza— que fielmente me ha servido en la escritura y me ha asesinado en vida. Nadie ve, nadie sabe, que desde hace ya un año —aproximadamente— busco con los ojos un gancho, pero no hay, porque en todos lados hay electricidad. No hay 'arañas'… Hace un año que me pruebo la muerte. Todo es monstruoso y terrible. Tragar es asqueroso, saltar es hostil, repulsión inmemorial por el agua. No quiero dar miedo —después de la muerte—, creo que ya tengo miedo de mí misma después de la muerte. No quiero morir, quiero no ser. ¡Tonterías! Mientras sea yo necesaria… Pero, Dios, ¡qué poco, qué nada puedo!", escribe en agosto de 1940. Por dos años, Tsvetáieva no sabe si su hija y su esposo están vivos o muertos. En un desesperado intento de salvarlos, intenta escribir a Stalin, sin recibir respuesta. Es entonces, después de tantos años de prolífica escritura, cuando Marina comienza a rendirse, deja de crear poemas y se dedica a las traducciones. Traduce a Federico García Lorca, pero su trabajo se ve interrumpido por el inicio de la guerra. Así empieza su camino hacia la muerte… ¡Que sean héroes los enemigos! ¡Acabe en guerra el convite! Que solo quedemos dos: ¡El mundo y yo! (trad. Severo Sarduy)
© SPUTNIK/ Conozca a Mayakovski, el Poeta de la Revolución El 8 de agosto de 1941, Marina Tsvetáieva y su hijo, Mur, se van huyendo de la guerra a Elábuga. Es en ese último viaje que Pasternak envuelve la maleta de Tsvetáieva con la cuerda que ella usaría después para suicidarse. Los últimos días de vida de Marina son terribles: buscando trabajo para ella y para su hijo, viendo puertas cerradas y las espaldas de todos los que le negaron el más mínimo trabajo. El 31 de agosto de 1941, Marina Tsvetáieva usa sus últimas fuerzas para colgarse y abandonar un mundo que ya la había abandonado a ella. "¡Mur! Perdóname, pero seguir hubiera sido peor. Estoy muy enferma, ya no soy yo. Te amo con fervor. Entiende que yo no podía vivir más. Dile a tu padre y a Ariadna, si los ves, que os amé hasta el último minuto y explícales que llegué a un camino sin salida", fueron las palabras que dejó Marina a su hijo. También me da tristeza que esta tarde tras el sol haya ido tanto tiempo y he ido a tu encuentro, dentro de un siglo. (trad. Carlos Álvarez) Ya han pasado casi cien años desde que Marina escribiera estos versos —y 75 desde su dolorosa muerte— y el pueblo ruso todavía la recuerda con fervor. Su voz, su alma y su poesía están hoy en día más presentes que nunca. Sus poemas son cantados y leídos por los jóvenes. Su retrato es reconocido por todos y su lugar como la gran poetisa rusa, junto a Anna Ajmátova, es indiscutible.
© SPUTNIK/ Conozca a Mayakovski, el Poeta de la Revolución El 8 de agosto de 1941, Marina Tsvetáieva y su hijo, Mur, se van huyendo de la guerra a Elábuga. Es en ese último viaje que Pasternak envuelve la maleta de Tsvetáieva con la cuerda que ella usaría después para suicidarse. Los últimos días de vida de Marina son terribles: buscando trabajo para ella y para su hijo, viendo puertas cerradas y las espaldas de todos los que le negaron el más mínimo trabajo. El 31 de agosto de 1941, Marina Tsvetáieva usa sus últimas fuerzas para colgarse y abandonar un mundo que ya la había abandonado a ella. "¡Mur! Perdóname, pero seguir hubiera sido peor. Estoy muy enferma, ya no soy yo. Te amo con fervor. Entiende que yo no podía vivir más. Dile a tu padre y a Ariadna, si los ves, que os amé hasta el último minuto y explícales que llegué a un camino sin salida", fueron las palabras que dejó Marina a su hijo. También me da tristeza que esta tarde tras el sol haya ido tanto tiempo y he ido a tu encuentro, dentro de un siglo. (trad. Carlos Álvarez) Ya han pasado casi cien años desde que Marina escribiera estos versos —y 75 desde su dolorosa muerte— y el pueblo ruso todavía la recuerda con fervor. Su voz, su alma y su poesía están hoy en día más presentes que nunca. Sus poemas son cantados y leídos por los jóvenes. Su retrato es reconocido por todos y su lugar como la gran poetisa rusa, junto a Anna Ajmátova, es indiscutible.
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