Venezuela: el Golpe que no fue
La
suerte de la Revolución Bolivariana depende del pueblo y de la
velocidad con que se recuperen los espacios de soberanía e independencia
en Latinoamérica.
En psiquiatría hay un término que se llama
“idea deliroide”. Es aquella previa al delirio, que exagera en la mente
aquello que nos sirve para alimentar esperanza o espantar el miedo, y
nos impide razonar correctamente. No depende del coeficiente
intelectual, sino de lo afectivo. El psiquiatra venezolano José Mata
afirma que con las personas que experimentan este fenómeno es muy
difícil hablar, porque no escuchan.
En la madrugada de este martes, las figuras aisladas, sombrías y
tensas de los dirigentes opositores Juan Guaidó y Leopoldo López sobre
la autopista central de Caracas (Francisco Fajardo) en el distribuidor
vial de Altamira, una zona acomodada del este de la ciudad, no
anticipaban nada nuevo para la aventura golpista lanzada un poco antes
con ayuda de un grupo de unos 30 oficiales y suboficiales de la Guardia
Nacional Bolivariana y el Servicio Bolivariano de Inteligencia.
La novedad principal era López en la calle, porque estaba cumpliendo
una condena en modalidad domiciliaria y obviamente se había escapado. Un
simbolismo: se dijo que Guaidó había decretado un indulto, y que la
policía lo había acatado. Pero todo empezó mal, porque empezó con
mentiras. Allí López anunció por twitter que se encontraba en “La
Carlota”, para sembrar la idea -después ampliamente difundida- de que un
alzamiento militar había reconocido la autoridad del diputado Guaidó,
autoproclamado presidente, y se ocupaba la base aérea Francisco de
Miranda, conocida como... La Carlota.
Nunca entraron a la base aérea. Tal vez jamás se hubiese sabido esto
de no haber estado allí, siempre oportuna y valiente, la periodista de
TeleSUR Madeleine García.
A López y Guaidó se sumaron pronto algunos aliados, diputados de la
Asamblea Nacional, y se quedaron un rato allí pidiendo con aparente
desesperación por las redes sociales que "todo el pueblo" fuera a
respaldarlos. La respuesta se demoró y no alcanzó a ser masiva en ningún
momento del día. Ya cerca de las ocho de la mañana, cuando debía estar
todo empezando, en realidad ya habia terminado.
La idea sobrevalorada
La idea deliroide, en este caso, parece haber sido la esperanza de
que las aguerridas proclamas de las redes sociales se materializaran en
ir a poner el pecho en un posible combate sin final asegurado: la clase
media, como se sabe por múltiples estudios, se caracteriza por ser
temerosa y cauta, como los perros chicos que ladran detrás de las rejas.
Y colateral a esta idea, aquella otra de que al ver a sus colegas
alzados y respaldados por centenares de miles, los oficiales y soldados
de la base aérea les iban a abrir las puertas para atrincherarse allí y
generar un efecto dominó en las Fuerza Armada Nacional Bolivariana.
Nada de esto ocurrió. Peor aun (para Guaidó y López): la mayorìa de
los militares participantes en la aventura se escaparon pronto de allí y
se metieron a la base. Dijeron haber sido engañados por algunos de sus
superiores con una supuesta operación en un establecimiento penal, en
que el punto inicial de marcha sería el distribuidor Altamira.
Guaidó y López se retiraron a una plaza cercana, la de Altamira, un
antiguo bastión de las protestas violentas y dejaron a sus seguidores en
la autopista, atacando con piedras y molotovs la base aérea. Y también
con balas: un coronel resultó severamente herido en el cuello. Pero este
escenario, que se repitió por horas, es el mismo de 2014, 2016 y 2017:
había pasado de golpe de Estado a tema de orden público.
A esta altura, el palacio presidencial de Miraflores estaba ya
seguro, masivamente resguardado por decenas de miles de chavistas.
La prensa internacional no quiso enterarse de nada de esto. Siguieron
gran parte del día, en toda América Latina y el mundo, repitiendo las
consignas de Guaidó: que esta era la fase final de la “Operación
Libertad”, que en todo el país se estaba movilizando el pueblo, que 90
por ciento de la Fuerza Armada repudiaba a la “dictadura” y que su
victoria era cuestión de horas. En fin uno más de los muchos “Días
D” prometidos a los segudiores de la oposición.
Silenciosos se mantuvieron a lo largo del día también la mayoría de
los dirigentes "progresistas" latinoamericanos, a quienes no parece
perturbarles el prospecto de una dictadura de ultraderecha en Venezuela.
El excanciller chileno Heraldo Muñoz, uno de los artífices del grupo de
Lima, sacó la voz al fin de la jornada oara sentenciar lo que se sabía
desde las 8 de la mañana: que el golpe había fracasado.
Como es de rigor, Estados Unidos, a través del secretario de Estado,
Mike Pompeo, no tardó en apoyar el “putsch”, como hicieron después los
gobiernos de Argentina, Chile y en particular el presidente colombiano
Iván Duque. Se realizó de urgencia una reuniòn virtual del Grupo de
Lima, y se convocó a una sesión extraordinaria de la Organización de
Estados Americanos (de donde Venezuela se retiró el sábado 27 en el
plazo exacto de dos años tras la denuncia del tratado de afiliación), y a
un encuentro fisico de los cancilleres del mismo Grupo de Lima para el
viernes 3 de mayo.
López: el agua fría
El chorro de agua fría llegó a media tarde, cuando se supo que
Leopoldo López, en vez de participar en la vanguardia de la "gran
Operación Libertad", se introdujo a la misión diplomática chilena como
"huésped", en situación similar a la de otro integrante de la "patrulla
juvenil" de la derecha venezolana, Freddy Guevara, desde 2017. Se
conoció también que en la embajada de Brasil se refugiaron 25 de los
militares golpistas.
En un extraño giro, López dejaría más tarde la legación chilena para
trasladarse a la de España (no parece tan brutal la persecución de
Maduro después de todo), porque -según el canciller chileno, Roberto
Ampuero, no había espacio con los otros huéspedes. Es vox pópuli en la
Cancillerìa chilena que Guevara ha convertido la residencia diplomática
en un espacio propio, con alimentación, servidumbre, jardines y piscina
gratis.
Ya Guevara había confesado la semana anterior, en una entrevista con
un diario chileno, que utilizaba la residencia diplomática como centro
de reuniones para derribar al gobierno venezolano. Este martes, la
eurodiputada española Beatriz Becerra, entusiasta partidaria de una
invasión norteamericana a Venezuela, destacó el papel que podrìa jugar
esa Embajada a partir de ahora como centro de operaciones para el golpe
de Estado, aprovechando el status diplomático de un país que no reconoce
al gobierno de Nicolás Maduro.
Se abrieron entonces conjeturas acerca de si todo el operativo no
ftuvo otro fin que el de rescatar a López y hacerlo retomar su liderazgo
de la extrema derecha, tal vez porque Guaidó, deliroide, se había
comenzado a tomar en serio su papel de presidente imaginario.
Si el plan era atrincherarse en la base aérea de La Carlota -una
"cabeza de playa" donde levantar bandera- se asemeja notablemente a la
aventura de la "ayuda humanitaria" lanzada desde Colombia el 23 de
febrero, en que se lanzaron tres camiones y muchedumbres lanzando
piedras y bombas molotov en ambos lados de la frontera para sobrepasar a
la guardia y posiblemente pedir desde "territorio liberado" una
intervención extranjera.
El fracaso del golpe causó una reacción furibunda del Secretario de
Estado norteamericano, que atribuyó la lealtad de los militares
venezolanos a.... ¡Cuba!, y anunció aun más bloqueo y ataques contra la
isla socialista en el Caribe. Algo que requerirá una vivaz imaginación,
puesto que en días recientes Washington extremó las sanciones
anticubanas, extendiéndolas a cualquier Gobierno o empresa del mundo que
comercie con ese país.
El pueblo venezolano -tal como el cubano- ha derrotado todas las
maniobras y conspiraciones, pero el bloqueo norteamericano le hace pagar
un altísimo precio. Recientemente Caracas publicó algunas cifras del
costo en vidas -decenas de miles- por los embargos a medicamentos y
medicinas, asi como el robo abierto de recursos financieros y activos
venezolanos en Estados Unidos e Inglaterra.
Con la solidaridad de Rusia, China, Irán, Turquía y otros países,
Venezuela corre una carrera contra el tiempo: la guerra desatada en su
contra aceleró velozmente la descomposición de la arquitectura jurìdica e
institucional mundial. Un nuevo orden planetario se gesta sobre la
caida en picada del neoliberalismo como sistema único y Estados Unidos
como líder económico indiscutido; el capitalismo se reestructura y
aparecen fuerzas centrífugas.
Estados Unidos pelea en Venezuela por la hegemonía en su patio
trasero, con la ayuda de sujetos como Piñera, Macri, Bolsonaro y Duque.
Resucita para ello la "doctrina Monroe" ("América para los americanos"),
y ejerce todas las presiones imaginables para impedir que Rusia, China e
Irán efectúen negocios en la región, con agendas no intervencionistas
en los asuntos internos del los Estados.
Los golpes son duros, pero el sistema se resquebraja. Tambalean los
gobiernos neoliberales en América latina y Europa. La suerte de la
Revolución Bolivariana depende en primer lugar del pueblo venezolano,
pero también de la velocidad con que se recuperen los espacios de
soberanía e independencia en la regiòn latinoamericana y en el mundo.
Escrito por el periodista, Alejandro Kirk.
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