miércoles, 29 de mayo de 2019

Realismo político y judicialización de la política
 
La embestida del Poder Judicial contra Cristina Fernández de Kirchner empezó a inicios de 2015, pocos meses antes del triunfo de Mauricio Macri. Ofensiva que desde entonces es minuciosamente monitoreada por las embajadas de Washington y Tel Aviv en Buenos Aires.
En Sinceramente (Planeta, 2019), Cristina explica los fantásticos entretelones de un poder del Estado cuya misión, teóricamente, consiste en oficiar de guardián de las garantías constitucionales que corresponden a todos los ciudadanos por igual:
“A la distancia –escribe– entendí que la difusión de datos falsos en los medios hegemónicos oficialistas y la judicialización de ciertas decisiones de gobierno […], se transformaron en un método de persecución que iba más allá de los estrados judiciales”.
Cristina hace hincapié en la campaña de ataque y demonización a escala regional contra las figuras que habían liderado los procesos nacionales, populares y democráticos en América del Sur durante la última década, y que con sus políticas habían cambiado favorablemente las condiciones de vida de millones de hombres y mujeres (p. 51).
Tales fueron los casos de Lula da Silva, Dilma Rousseff, Rafael Correa y de ella misma, así como los de Jorge Glass y Amado Boudou, ex vicepresidentes de Ecuador y Argentina, y decenas de funcionarios de gobiernos progresistas encarcelados luego de juicios plagados de irregularidades.
Cristina se refiere a la persecución permanente de ex gobernantes, políticos y luchadores sociales, en el marco de una nueva táctica de guerra no convencional que se conoce con el nombre de lawfare (o guerra jurídica). Táctica que en la dimensión mediática, un editorialista del diario Clarín definió como periodismo de guerra.
El diputado del Parlasur Óscar Laborde sostiene que el concepto de lawfare fue empleado por primera vez en Unrestricted Warfare (1999), libro de estrategia militar escrito por dos coroneles chinos, y que en 2001 empezó a ser manejado en ámbitos diferentes al militar tras la publicación de un ar­tículo escrito por el general de la Fuerza Aérea Charles Dunlap, de la Duke Law School.
Laborde explica que Washington ha sido uno de los principales proveedores de asesoría para la reforma de los aparatos jurídicos en América Latina, y el Departamento de Justicia ha estrechado los vínculos con los poderes judiciales de la región en la lucha ­anticorrupción.
Una de las acciones más importantes –dice– fue el llamado proyecto Puentes, que consistió en cursos de asesoramiento a varios integrantes del Poder Judicial de Brasil, y otros países de la región. El alumno estrella fue el juez Sergio Moro, quien impulsó la causa Lava jato, y condenó a Lula a nueve años de prisión.
En sintonía con Laborde, el experto Guido Croxatto observa que los tribunales de América del Sur vienen cruzando hace tiempo lo que el filósofo alemán Jurgen Habermas llama una barrera de fuego: la legalidad jurídica, la distorsión la legalidad estricta o debido proceso.
Dice: “El neoconstitucionalismo (no positivista) tan de moda, que legitima el activismo judicial conservador (del juez Moro, o el juez que persigue a Cristina, Claudio Bonadio), bebe en las fuentes del realismo jurídico norteamericano. En el ‘no garantismo’ […] La novedad es que en América Latina el derecho positivo ha dejado de existir como lo conocíamos […] La creciente judicialización de la política es un corolario necesario del realismo jurídico […] El realismo va de la mano del análisis económico del derecho, otro enfoque de moda en las aulas de abogacía”.
Añade: “Este es el enfoque legal que proviene de la Escuela de Leyes de Chicago, donde también se gestó gran parte del modelo neoliberal aplicado en la región, con fuerza en Chile y Argentina en los 90, cuando se expanden las universidades privadas que lo replican. El ‘realismo’ y ‘law and economics’ van de la mano” (La judicialización de la política, Página 12, 14/7/18).
En suma, una matriz mundial de corrupción y delincuencia que a escala nacional, Cristina identifica en “…los rostros de los que se quieren presentar como cruzados contra la corrupción, son los mismos que formaron parte de la ‘Patria contratista’, y su apellido estuvo indisolublemente ligado a escándalos y negociados con el Estado: los Macri”.

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