Porfirio Díaz y su regreso
José M. Murià
No soy sospechoso de porfirista en el sentido que se le dio durante muchos años: simpatizante del régimen que se entronizó en México durante los últimos lustros del longevo gobierno del general Porfirio Díaz Mori.
Todo lo contrario. Soy de los que creen que, como resultado de la Revolución, se lograron en México cosas que hicieron de este país algo mucho mejor de lo que era y tal vez hasta de lo que somos. En consecuencia, a pesar de lo desacreditada que está, por obra del nefasto neoliberalismo vigente, sigo siendo un defensor de la Revolución Mexicana, entre otras cosas porque la concibo precisamente como resultado inevitable de los desfiguros de los llamados científicos que lograron envolver al presidente Díaz.
¡Conste que tampoco lo disculpo por ello! Sin embargo, no se puede negar que Díaz es uno de los individuos que más influyó para en el devenir de México. Llámesele Don Porfirio, Dictador, Coronel Díaz, etcétera, comoquiera sigue estando presente y no lo dejamos volver, no obstante que cumple hoy la friolera de 101 años de haber fallecido.
Quizá deberíamos recordar que, si está allá, es porque, cuando el hombre cayó en la cuenta de que no era grato en México, lio bártulos y no con mucho dinero se fue a vivir a París. Asimismo, no perdamos de vista su gesta contra los franceses que culminó con otrora muy celebrada victoria del 2 de abril de 1867, en Puebla.
Si la renuncia de Díaz no pudo evitar la guerra civil fue precisamente porque los porfiristas se quedaron incrustados y con los brazos cruzados. Tal es la razón por la cual éstos me parecen mucho más repudiables que el propio dictador. En cambio, los descendientes de ellos, con sus propios apellidos o con otros, pero con las mismas malas artes, siguen campeando alegremente por las esferas del poder.
Porfirio Díaz, con fuertes luces y obscuras sombras, no deja de constituir un gajo importante de la historia de México: de su propio país. De tal manera, el ostracismo secular al que ha sido condenado me resulta de lo más injusto para su memoria y, sobre todo, sumamente nocivo para los mexicanos que no dejamos de pelear con nuestra historia en vez de entenderla y asimilarla. A fin de cuentas somos, en muy buena medida, el resultado de toda ella.
Hace muchos años que no voy a París y, con todo lo que está pasando, seguramente no volveré pronto, pero sí quiero recordar que, en alguna época en que lo hice con frecuencia, menudearon mis visitas a su tumba. Algunas veces fui solo y me servía para pensar en las cosas nuestras. Otras lo hice en compañía de Miguel León-Portilla, cuando el maestro representaba a México en la Unesco. En una ocasión hasta le hicimos una guardia de homenaje, en otras solamente dejamos un ramito de flores. También acompañé en otra ocasión a Mario Ojeda, el sucesor de León-Portilla.
Los años pasan y no puedo dejar de pensar en lo mismo: ¿No sería ya hora de que lo dejaran venir?
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