CIUDAD DE MÉXICO, 30 de mayo.- El Ministerio Público aún no daba fe de que Manuel Buendía Tellezgirón había sido asesinado de cuatro balazos a quemarropa dentro de un estacionamiento de las calles de Insurgentes y Londres, donde el periodista de Excélsior acostumbraba guardar su coche, cuando su verdugo echó a andar un macabro montaje que lo mantuvo impune durante cinco años: se apoderó de la escena del crimen; de las exequias, las pagó; como si fuera deudo, en el velatorio recibió pésames y condolencias, y, casi de inmediato, atrapó a ocho porros en Guadalajara, a quienes endilgó el crimen.
Después de haber seguido a sol y a sombra al autor de la columna Red Privada y conocer al dedillo la rutina diaria del periodista michoacano de 58 años, José Antonio Zorrilla Pérez, al mando de la hoy extinta Dirección Federal de Seguridad (DFS), decidió que el 30 de mayo de 1984 fuera el último día del periodista mexicano más influyente de la época.
Zorrilla Pérez, jefe de la policía política mexicana —desde donde se creó la tristemente célebre Brigada Blanca, que encabezó la Guerra Sucia, persiguiendo a los disidentes políticos del gobierno entre 1960 y 1980, desaparecida en 1985—, fue descubierto por Buendía de tener nexos con el narcotráfico. Zorrilla sabía que el periodista tarde o temprano lo publicaría.
Aquel macabro sketch montado por Zorrilla terminó por desmoronarse públicamente cinco años y 12 días después del asesinato. Cinco meses y medio habían transcurrido del arranque de la administración de Carlos Salinas de Gortari, cuando el 13 de junio de 1989, el tinglado que Zorrilla Pérez montó sobre el homicidio de Buendía se cayó. Lo descubrió Ignacio Morales Lechuga, entonces procurador del Distrito Federal.
Zorrilla fue sentenciado a 35 años de cárcel como autor intelectual, y como coautores del homicidio fueron sentenciados a 25 años los comandantes de la DFS Juventino Prado Hurtado y Raúl Pérez Carmona; Juan Rafael Moro Ávila Camacho y Sofía Marysia Naya Suárez fueron condenados a 25 años de prisión por homicidio calificado.
Según reportes policiacos de hace 30 años, pasadas las seis y media de la tarde del 30 de mayo, un asesino solitario le pegó cinco balazos a quemarropa y por la espalda a Buendía, dentro del estacionamiento de las calles de Insurgentes y Londres. En la autopsia practicada a Buendía, el director del Servicio Médico Forense, Mario Alva Rodríguez, determinó que fueron cuatro balazos los que segaron la vida del periodista: dos tiros cruzaron el tórax y el abdomen, la tercera bala se quedó en la columna vertebral y otra atravesó el hombro.
Tan pronto como el asesino —identificado después como Juan Rafael Moro Ávila Camacho— vio caer el cuerpo sin vida de Buendía huyó hacia la Zona Rosa. Como estaba planeado en la llamada Operación Noticia, Moro se trepó a una motocicleta y se esfumó entre el tráfico vehicular de aquel miércoles de quincena, sin que nada pudiera hacer Juan Manuel Bautista, ayudante de Buendía, que con la pistola de su jefe pegó una carrera para intentar atrapar al homicida.
Con rapidez inusitada, 30 minutos después del asesinato, Zorrilla Pérez, entonces titular de la DFS, dependencia a cargo de la Secretaría de Gobernación, llegó al lugar de los hechos con varios comandantes a su cargo y asumió por sus pistolas la investigación del caso, poniéndose por encima de la Procuraduría del Distrito Federal, a cargo de Victoria Adato de Ibarra.
La información sobre el homicidio, publicada el 31 de mayo y firmada por Raymundo Riva Palacio, evidencia que los agentes de la DFS fueron los que iniciaron los interrogatorios a los dos testigos de los hechos: Bautista, el ayudante de Buendía, y Felipe Flores Fernández, chofer de un camión que prestó auxilio al periodista.
Los elementos de la DFS indujeron las respuestas de Bautista, cuando éste describió al hombre que asesinó a su jefe. “Además, a una pregunta de los investigadores de la Dirección Federal de Seguridad, que llevaron a cabo los interrogatorios, dijo que el atacante ‘estaba pelón, que apenas le estaba creciendo el pelo’. Un investigador precisó si podía ser el corte de pelo ‘tipo militar’, a lo cual Bautista contestó afirmativamente”, escribió el reportero.
Como parte de las indagatorias, Zorrilla ordenó a sus subalternos apoderarse de los archivos del periodista, con los cuales Buendía habría de sustentar los nexos del jefe policiaco con los narcotraficantes de la época.
Entre los archivos de Buendía estaban las presuntas ligas de Zorrilla Pérez con Miguel Ángel Félix Gallardo, Ernesto Fonseca Carrillo, Don Neto, y Rafael Caro Quintero, como lo acreditaron años después la Procuraduría capitalina y la PGR.
El homicidio del columnista ocurrió nueve meses antes del asesinato del agente de la DEA Enrique Camarena Salazar y el piloto Alfredo Zavala Avelar, ocurrido el 7 de febrero de 1985. Caro Quintero —actualmente libre y prófugo—, señalado como culpable del doble homicidio ocurrido en Guadalajara, huyó el 9 de marzo de 1985 a Costa Rica, amparado con credenciales de la Dirección Federal de Seguridad y firmadas por Zorrilla Pérez.
La última columna
En la información publicada en este diario como parte de la cobertura del asesinato de Buendía, y retomada por el periodista Miguel Ángel Granados Chapa para su libro Buendía, el primer asesinato de la narcopolítica en México, se acreditó que hasta la tarde cuando fue baleado, ese miércoles fue una jornada normal en la vida del periodista más influyente de México.
“La inició temprano por la mañana, cuando salió de su casa de la colonia Lindavista, en el norte de la Ciudad de México. Solía desahogar en el desayuno, la comida y la cena compromisos profesionales que lo proveían de información o elementos para construir su criterio respecto de asuntos sobre los que escribiría”, relató Granados Chapa.
Ese 30 de mayo —dice el libro que Granados Chapa dejó inconcluso, que fue concluido por su hijo Tomás Granados Salinas y el periodista Tomás Tenorio—, tras su reunión matutina, llegó a su despacho y dio los toques finales al borrador de la columna que enviaría a Excélsior, donde publicaba desde seis años atrás, y a la Agencia Mexicana de Información, que distribuía su trabajo a más de una veintena de diarios de los estados.
La columna en cuestión se refería a una sociedad anónima creada por los más ricos empresarios de México, que de esa manera se preparaban para adquirir algunas de las empresas más productivas que el gobierno se disponía a vender para cumplir los planes de austeridad dictados por el Fondo Monetario Internacional.
La nota informativa de Riva Palacio refiere que ese 30 de mayo de hace tres décadas no hubo nada inusual o que alterara las costumbres del periodista.
Buendía hizo llamadas telefónicas a Relaciones Exteriores, a la Contraloría General de la Federación y a columnistas y periodistas amigos suyos. Buendía había comido en un salón de la Cancillería con Víctor Flores Olea, subsecretario de Relaciones Exteriores, y Jorge Montaño, director de Asuntos Multilaterales de esa dependencia.
Fiel a su costumbre, aquel 30 de mayo de 1984, antes de salir de su oficina que jocosamente anunciaba en el directorio del edificio como “MIA, Mexican Intelligence Agency”, Buendía tomó su pistola semiautomática calibre .38 súper y se la metió en la cintura.
Desde años atrás, el periodista era blanco de amenazas. Nunca aceptó que le pusieran escolta. Quince días antes de su muerte, Buendía le confió a Miguel Reyes Razo que tenía miedo de los tecos, los porros que Zorrilla atrapó y encerró como chivos expiatorios del crimen.
“Sé que existen quienes desearían verme muerto. (…) Tengo miedo de los tecos. Ellos, los de Guadalajara son capaces de cualquier cosa”, le dijo Buendía a Reyes Razo.
Bartlett: fue un periodista muy respetado
A 30 años del asesinato de Manuel Buendía, columnista de Excélsior, Manuel Bartlett Díaz, quien entonces era secretario de Gobernación, explicó que carece de elementos para afirmar que este crimen estuvo relacionado con la delincuencia organizada o que haya sido el primer caso de una víctima de la narcopolítica.
Entrevistado brevemente antes de participar en la sesión de la Comisión de Energía, el ahora coordinador de los senadores del Partido del Trabajo recordó que el asesinato de Manuel Buendía fue “una gran desgracia, porque fue un gran periodista, respetado por todos y su calidad hace que siga siendo recordado de manera permanente año con año”.
—¿Fue este asesinato producto de lo que se llama narcopolítica?
Guardó silencio por unos instantes.
—El asunto se analizó entonces con todo detenimiento.
—¿Tuvo relación con el crimen organizado?
—No sé yo que lo haya tenido. Hay muchas versiones y tú las conoces bien.
Bartlett dejó en claro que Buendía no tenía problemas con la clase política de hace 30 años.
“En relación con el poder, Buendía no tenía problema alguno en aquel momento, pero de entonces a la fecha lo que tenemos es un grave problema que hay que atender y buscar la mejor protección para los periodistas en la realización de su trabajo.”
Interrogado sobre la diferencia de los contextos sobre la seguridad de los periodistas de 1984 a la fecha, el senador consideró que “ahora estamos en un periodo muy grave, la lista de periodistas asesinados, secuestrados, amenazados es muy grande; es un problema serio, tan es así que tenemos una comisión en el Senado para estar atentos a estos problemas”.
Después de haber seguido a sol y a sombra al autor de la columna Red Privada y conocer al dedillo la rutina diaria del periodista michoacano de 58 años, José Antonio Zorrilla Pérez, al mando de la hoy extinta Dirección Federal de Seguridad (DFS), decidió que el 30 de mayo de 1984 fuera el último día del periodista mexicano más influyente de la época.
Zorrilla Pérez, jefe de la policía política mexicana —desde donde se creó la tristemente célebre Brigada Blanca, que encabezó la Guerra Sucia, persiguiendo a los disidentes políticos del gobierno entre 1960 y 1980, desaparecida en 1985—, fue descubierto por Buendía de tener nexos con el narcotráfico. Zorrilla sabía que el periodista tarde o temprano lo publicaría.
Aquel macabro sketch montado por Zorrilla terminó por desmoronarse públicamente cinco años y 12 días después del asesinato. Cinco meses y medio habían transcurrido del arranque de la administración de Carlos Salinas de Gortari, cuando el 13 de junio de 1989, el tinglado que Zorrilla Pérez montó sobre el homicidio de Buendía se cayó. Lo descubrió Ignacio Morales Lechuga, entonces procurador del Distrito Federal.
Zorrilla fue sentenciado a 35 años de cárcel como autor intelectual, y como coautores del homicidio fueron sentenciados a 25 años los comandantes de la DFS Juventino Prado Hurtado y Raúl Pérez Carmona; Juan Rafael Moro Ávila Camacho y Sofía Marysia Naya Suárez fueron condenados a 25 años de prisión por homicidio calificado.
Según reportes policiacos de hace 30 años, pasadas las seis y media de la tarde del 30 de mayo, un asesino solitario le pegó cinco balazos a quemarropa y por la espalda a Buendía, dentro del estacionamiento de las calles de Insurgentes y Londres. En la autopsia practicada a Buendía, el director del Servicio Médico Forense, Mario Alva Rodríguez, determinó que fueron cuatro balazos los que segaron la vida del periodista: dos tiros cruzaron el tórax y el abdomen, la tercera bala se quedó en la columna vertebral y otra atravesó el hombro.
Tan pronto como el asesino —identificado después como Juan Rafael Moro Ávila Camacho— vio caer el cuerpo sin vida de Buendía huyó hacia la Zona Rosa. Como estaba planeado en la llamada Operación Noticia, Moro se trepó a una motocicleta y se esfumó entre el tráfico vehicular de aquel miércoles de quincena, sin que nada pudiera hacer Juan Manuel Bautista, ayudante de Buendía, que con la pistola de su jefe pegó una carrera para intentar atrapar al homicida.
Con rapidez inusitada, 30 minutos después del asesinato, Zorrilla Pérez, entonces titular de la DFS, dependencia a cargo de la Secretaría de Gobernación, llegó al lugar de los hechos con varios comandantes a su cargo y asumió por sus pistolas la investigación del caso, poniéndose por encima de la Procuraduría del Distrito Federal, a cargo de Victoria Adato de Ibarra.
La información sobre el homicidio, publicada el 31 de mayo y firmada por Raymundo Riva Palacio, evidencia que los agentes de la DFS fueron los que iniciaron los interrogatorios a los dos testigos de los hechos: Bautista, el ayudante de Buendía, y Felipe Flores Fernández, chofer de un camión que prestó auxilio al periodista.
Los elementos de la DFS indujeron las respuestas de Bautista, cuando éste describió al hombre que asesinó a su jefe. “Además, a una pregunta de los investigadores de la Dirección Federal de Seguridad, que llevaron a cabo los interrogatorios, dijo que el atacante ‘estaba pelón, que apenas le estaba creciendo el pelo’. Un investigador precisó si podía ser el corte de pelo ‘tipo militar’, a lo cual Bautista contestó afirmativamente”, escribió el reportero.
Como parte de las indagatorias, Zorrilla ordenó a sus subalternos apoderarse de los archivos del periodista, con los cuales Buendía habría de sustentar los nexos del jefe policiaco con los narcotraficantes de la época.
Entre los archivos de Buendía estaban las presuntas ligas de Zorrilla Pérez con Miguel Ángel Félix Gallardo, Ernesto Fonseca Carrillo, Don Neto, y Rafael Caro Quintero, como lo acreditaron años después la Procuraduría capitalina y la PGR.
El homicidio del columnista ocurrió nueve meses antes del asesinato del agente de la DEA Enrique Camarena Salazar y el piloto Alfredo Zavala Avelar, ocurrido el 7 de febrero de 1985. Caro Quintero —actualmente libre y prófugo—, señalado como culpable del doble homicidio ocurrido en Guadalajara, huyó el 9 de marzo de 1985 a Costa Rica, amparado con credenciales de la Dirección Federal de Seguridad y firmadas por Zorrilla Pérez.
La última columna
En la información publicada en este diario como parte de la cobertura del asesinato de Buendía, y retomada por el periodista Miguel Ángel Granados Chapa para su libro Buendía, el primer asesinato de la narcopolítica en México, se acreditó que hasta la tarde cuando fue baleado, ese miércoles fue una jornada normal en la vida del periodista más influyente de México.
“La inició temprano por la mañana, cuando salió de su casa de la colonia Lindavista, en el norte de la Ciudad de México. Solía desahogar en el desayuno, la comida y la cena compromisos profesionales que lo proveían de información o elementos para construir su criterio respecto de asuntos sobre los que escribiría”, relató Granados Chapa.
Ese 30 de mayo —dice el libro que Granados Chapa dejó inconcluso, que fue concluido por su hijo Tomás Granados Salinas y el periodista Tomás Tenorio—, tras su reunión matutina, llegó a su despacho y dio los toques finales al borrador de la columna que enviaría a Excélsior, donde publicaba desde seis años atrás, y a la Agencia Mexicana de Información, que distribuía su trabajo a más de una veintena de diarios de los estados.
La columna en cuestión se refería a una sociedad anónima creada por los más ricos empresarios de México, que de esa manera se preparaban para adquirir algunas de las empresas más productivas que el gobierno se disponía a vender para cumplir los planes de austeridad dictados por el Fondo Monetario Internacional.
La nota informativa de Riva Palacio refiere que ese 30 de mayo de hace tres décadas no hubo nada inusual o que alterara las costumbres del periodista.
Buendía hizo llamadas telefónicas a Relaciones Exteriores, a la Contraloría General de la Federación y a columnistas y periodistas amigos suyos. Buendía había comido en un salón de la Cancillería con Víctor Flores Olea, subsecretario de Relaciones Exteriores, y Jorge Montaño, director de Asuntos Multilaterales de esa dependencia.
Fiel a su costumbre, aquel 30 de mayo de 1984, antes de salir de su oficina que jocosamente anunciaba en el directorio del edificio como “MIA, Mexican Intelligence Agency”, Buendía tomó su pistola semiautomática calibre .38 súper y se la metió en la cintura.
Desde años atrás, el periodista era blanco de amenazas. Nunca aceptó que le pusieran escolta. Quince días antes de su muerte, Buendía le confió a Miguel Reyes Razo que tenía miedo de los tecos, los porros que Zorrilla atrapó y encerró como chivos expiatorios del crimen.
“Sé que existen quienes desearían verme muerto. (…) Tengo miedo de los tecos. Ellos, los de Guadalajara son capaces de cualquier cosa”, le dijo Buendía a Reyes Razo.
Bartlett: fue un periodista muy respetado
A 30 años del asesinato de Manuel Buendía, columnista de Excélsior, Manuel Bartlett Díaz, quien entonces era secretario de Gobernación, explicó que carece de elementos para afirmar que este crimen estuvo relacionado con la delincuencia organizada o que haya sido el primer caso de una víctima de la narcopolítica.
Entrevistado brevemente antes de participar en la sesión de la Comisión de Energía, el ahora coordinador de los senadores del Partido del Trabajo recordó que el asesinato de Manuel Buendía fue “una gran desgracia, porque fue un gran periodista, respetado por todos y su calidad hace que siga siendo recordado de manera permanente año con año”.
—¿Fue este asesinato producto de lo que se llama narcopolítica?
Guardó silencio por unos instantes.
—El asunto se analizó entonces con todo detenimiento.
—¿Tuvo relación con el crimen organizado?
—No sé yo que lo haya tenido. Hay muchas versiones y tú las conoces bien.
Bartlett dejó en claro que Buendía no tenía problemas con la clase política de hace 30 años.
“En relación con el poder, Buendía no tenía problema alguno en aquel momento, pero de entonces a la fecha lo que tenemos es un grave problema que hay que atender y buscar la mejor protección para los periodistas en la realización de su trabajo.”
Interrogado sobre la diferencia de los contextos sobre la seguridad de los periodistas de 1984 a la fecha, el senador consideró que “ahora estamos en un periodo muy grave, la lista de periodistas asesinados, secuestrados, amenazados es muy grande; es un problema serio, tan es así que tenemos una comisión en el Senado para estar atentos a estos problemas”.
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