jueves, 30 de junio de 2016

Historias de perros: Lulú llegó a casa

Escrito por  Alina M. Lotti/CubaSí
Historias de perros: Lulú llegó a casa
Tener mascotas ayuda, sobre todo, a sortear la soledad de quienes viven sin compañía, y también a mejorar indicadores de salud y superar estados de ánimo depresivos.
Después de un largo “luto” por un canino perdido, Lulú, la perrita del momento, llegó a casa tan flaca como una lagartija y tan sonriente como la más feliz mascota de su tipo. A un año de su nacimiento, ya tuvo un primer dueño, Rafa, el zapatero del barrio, y de vez en vez escapa escurridiza hasta la puerta de su casa, quizás añorando su pasado.
 

En la nueva casa tiene comida, resguardo para el sueño, y puede sentirse afortunada, en tiempos en que no todos profesamos sentimientos nobles hacia los animales.

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Este comentario, precisamente, es un pretexto para referirme a quienes los dejan a la intemperie, no los atienden, y en el peor de los casos, los maltratan e impulsan al ruedo de las peleas que los dejan desangrando, y donde muchas veces pierden hasta la vida.


“No existen adjetivos capaces de calificar la monstruosidad que encarnan las peleas de perros y otros animales a los que el hombre, sediento de goces primitivos y salvajes, obliga a contender para su diversión personal, y para que el dinero fluya por los bolsillos de las personas viles que crean las condiciones necesarias para que estos espectáculos puedan suceder”, asegura la narradora Gina Picart en su blog Hija del Aire.


Se trata de un asunto recurrente, abordado en la prensa más de una vez, pero del cual —por lo menos hasta el momento— no se avizora solución alguna, a pesar de que constituye un reclamo de los grupos protectores de animales, que desde hace años luchan por conseguir que el Estado instituya una Ley de Protección contra el Maltrato Animal.


Nos resulta habitual ver en las calles de cualquier lugar de este país a quienes nombro “seres despiadados”, que —montados en bicicletas— arrastran a los caninos con cadenas o sogas, bajo el argumento de “fortalecer” sus músculos, para después lanzarlos en las peleas a cambio de cuantiosos dividendos.


Hace algunos años escribí un reportaje nombrado “¿Perros malos o personas crueles?”, motivada por la historia personal de un amigo que, mientras hacía ejercicios en la explanada del túnel de La Habana, fue asaltado por uno de estos llamados “perros de pelea”, y en cuyo avatar casi pierde una oreja.


Unos días después, el propio animal puso en peligro la vida de una abuela que acompañaba al nieto en un parque de La Habana Vieja, muy cerca de donde había ocurrido el suceso anterior. La historia terminó con el sacrificio del perro, muy a pesar del dueño. Verdadera lástima, pero no quedaba otro remedio.


Claro que los comentarios al respecto abundaron en aquella época, pero hoy la situación sigue siendo la misma, y en algunos lugares, hasta peor. Al margen de las peleas de perros, también están quienes se hacen cargo de los animales (cualquiera que ellos sean) y los maltratan, los mantienen en el abandono, al amparo de la luna y las estrellas, sin importarles si cae un aguacero o truena, lo cual asusta a muchos.


Conozco seres humanos que los adoran, que los cuidan y miman como si fueran bebés —tampoco hay que exagerar—, pero es cierto que las mascotas en la casa ayudan, sobre todo a quienes viven sin compañía, a sortear la soledad y, por ende, a mejorar indicadores de salud, que van desde controlar la presión arterial y disminuir el estrés hasta superar los estados de ánimo depresivos.  


Cuánto dolor entonces causan las imágenes antes narradas, que confirman una realidad: no hay perros malos, sino personas crueles.


Ya Lulú lleva más un mes en la familia, tiene unas libritas de más, y se conoce todos los recovecos del patio. Sencillamente, está feliz, y mi tía Nelia ha encontrado un consuelo tras la pérdida involuntaria de Boni, el canino anterior.


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Nuestro pueblo tiene mucho que enseñar a otros en cuanto a hospitalidad y generosidad, pero todavía le queda un largo trecho por recorrer en relación con este tema.


Es una suerte que existan personas que aman a los perros (u otras mascotas), esos seres indefensos, pero simpáticos y cariñosos, a los que, como decía la colega y amiga Barbarita de Breno y Bruno de la raza bichón habanero, “solo les falta hablar y decirnos cuánto nos aman”.  


Por lo pronto, si tiene cerca a algún “ser despiadado” con los animales, llámele le atención y trate de que reflexione al respecto, pues tal y como dijo el pensador indio Mahatma Gandhi: “Un país, una civilización se puede juzgar por la forma en que trata a sus animales”.

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