lunes, 11 de mayo de 2015


Homenaje y adioses a un maestro
Luis Villoro y la liberación de la razón
Adolfo Gilly
Foto
El Ejército Zapatista de Liberación Nacional organizó el pasado 2 de mayo un homenaje al filósofo Luis Villoro y al maestro zapatista José Luis Solís López, Galeano. Asistieron familiares de este último, el escritor Juan Villoro y Fernanda Navarro, hijo y compañera del filósofo, y Adolfo Gilly, entre otrosFoto Víctor Camacho
A
quí, a la sombra protectora de un árbol de Oventik y de su pueblo, entre sus gentes de elección, los hombres y las mujeres del EZLN, más algunos de tantos como lo respetamos, lo quisimos y lo extrañamos, quiero hablar de Luis Villoro con palabras que en algunas veces él nos dijo y seguirán para siempre siendo suyas.
De lejos venía la ruta de Luis, de su natal Barcelona allá por 1922, de su España republicana, de este México de la Revolución de Independencia, de sus propios impulsos libertarios que le nacían desde aquellas tierras catalanas.
Insólito puerto de llegada, hasta este pueblo de Chiapas había navegado toda su vida, una vida marcada en sus escritos, en sus actos, en su generosidad que otros dirán, y en sus discípulos, los viejos y los nuevos.
Filósofo, lo encontré hace ya más de 30 años junto al mar Pacífico preguntando por el sentido de la historia. Impulsos e intereses varios, decía Luis, nos llevan a indagar la historia, este afán que en la cultura mexicana nos viene de muy antes de que este México existiera.
Quizás el interés más entrañable de cuantos nos mueven hacia la historia, nos decía entonces, “ sería el interés por la condición y el destino de la especie humana en el pedazo de cosmos que le ha tocado vivir. Este interés se manifiesta en dos preguntas, nunca expresadas, presupuestas siempre en cualquier historia: la pregunta por la condición humana, la pregunta por el sentido”: quiénes somos y qué sentido tiene todo esto, goces y sufrimientos, humillación y orgullo, disfrute y privaciones, qué es esta condición de nuestras vidas y cuál es su destino.

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Por esos tiempos y desde mucho antes se preguntaba Luis –y también nos decía– por la razón y el destino de otro conocimiento, la filosofía, con la misma pregunta que le hacía a la historia: ¿para qué la filosofía, para qué este oficio? La había respondido en 1978 en su discurso de ingreso a El Colegio Nacional, y la explayó después en Creer, saber, conocer, su libro clásico de 1982.
Filosofía y dominación” se titulaba aquel discurso y desde ese mismo título estaba planteando, por antítesis, la liberación.
A la imagen del hombre justo liberado, nos dice Luis Villoro, propia de muchas filosofías, “ sucede la de la liberación de la comunidad de todos los humanos. El filósofo se convierte entonces en liberador o aun en revolucionario. Con ello amplía la búsqueda de la vida justa, del ‘alma individual’, a la sociedad entera”. Con ello sale del laberinto de la soledad, podría decirnos tal vez otro escritor si aquí entre nosotros estuviera.
Luis Villoro enunciaba en aquel discurso las condiciones en que esa actividad vital del pensamiento puede congelarse en doctrina y así perder su fuerza activa y disruptiva, pues “ su codificación en una doctrina es la amenaza que pesa sobre todo pensamiento liberador”.
Es esa función distinta, y no su contenido, lo que separa a un pensamiento de liberación de un pensamiento de dominio, a la filosofía de la ideología”, nos decía, nos dice todavía hoy más que nunca. Y más allá: “ Por su preguntar mismo y por su operación crítica, no por su intención expresa, la actividad filosófica es un pensamiento disruptivo, es decir, cumple una función de ruptura de las creencias”.
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También los poderes sociales acuden a la filosofía para legitimarse, afirma Luis Villoro: “ La dominación sólo es efectiva cuando los dominados la aceptan”. Esos poderes realizan así una operación de encubrimiento.
Consiste ésta en “ presentar el pensamiento de liberación, que abre a una forma de vida y a una sociedad distintas, como si se expresara en doctrinas comúnmente aceptadas, que aseguran la reiteración de la forma de vida y la sociedad existentes”.
De esta operación, que se resume en un pensamiento de dominación enmascarado, abundan los ejemplos, nos decía Luis:
El encubrimiento ideológico puede verse en el uso que el poder político puede hacer de las doctrinas filosóficas. En muchos casos el ejercicio de una dominación aparece como una realización histórica de aquel estado ‘otro’ postulado por una filosofía. Los ejemplos en la historia del pensamiento son muchos. En la conquista española se realizan los valores del cristianismo, el cual es justamente negación de toda conquista. En la dictadura jacobina, se manifiesta el contrato social de las libertades individuales destinado a preservarlas. En la explotación capitalista, se garantizan los derechos del hombre, que implican la negación de toda explotación. En la dominación de la burocracia, se asegura la liberación del proletariado, que supondría la negación de todo poder burocrático. ¿No ha sido el destino de la mayoría de los pensamientos libertarios ser usados para justificar situaciones de dominio?
Al alejarse de la práctica que le dio origen, al abandonar su cuestionamiento continuo, al fijarse en un ‘ismo’, un pensamiento libertario está listo para convertirse en servidor de un poder establecido. La ideología es ese encubrimiento del pensamiento filosófico para utilizar sus doctrinas al servicio de una dominación.

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¿Para qué entonces la filosofía?, se preguntaba Luis Villoro regresando a su interrogante inicial. Su respuesta fue liberadora, revolucionaria y, en aquellos días de 1978, anunciadora. Nos dijo, nos dejó dicho:
Todo progreso, toda liberación implica ruptura. La actividad filosófica es el tábano sobre la conformidad ideológica. Impide la tranquila complacencia en las doctrinas aceptadas, reniega de la satisfacción de sí mismo en las convicciones reiteradas. Con ello, da testimonio perpetuo de la posibilidad de liberación de la razón.
¿Y no es ahora más necesario que nunca ese pensamiento de ruptura, en esta época de pensamiento homogeneizado, reducido a lugares comunes, enlatado, consumido en grandes cantidades, en esta época de pensamiento manipulado, servicial, fascinado por la fuerza y el poder; en esta época, en suma, en que la razón parece haber sido domesticada por el afán de ganancia y de dominio”?
Así entendida, la filosofía no puede reducirse a su práctica profesional”, concluían sus palabras sobre conocimiento y práctica, filosofía y liberación:
La filosofía no es una profesión. Es una forma de pensamiento, el pensamiento que trabajosamente, una y otra vez, intenta concebir, sin lograrlo nunca plenamente, lo otro, lo distinto, lo alejado de toda sociedad en la cual la razón esté sujeta. Lo otro, nunca alcanzado, buscado siempre en la perplejidad y en la duda, es veracidad frente a prejuicio, ilusión o engaño; autenticidad frente a enajenación; libertad frente a opresión.

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Quise traer aquí la palabra de Luis Villoro antes que la nuestra porque en esa palabra, hace ya casi cuatro décadas, estaba contenido su pensamiento de razón, justicia y libertad y su andar, iniciado desde mucho antes, hasta esta tierra amorosa y protectora, hasta este territorio en rebeldía, hasta este pueblo y este árbol de Oventik.
Estos son los adioses, compañero.
Oventic, Chiapas, 2 de mayo de 2015

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