viernes, 24 de octubre de 2014

Falló el sistema de toma de decisiones
Jorge Carrillo Olea
 
Ningún líder lo sabe todo, es un viejo axioma para quienes estudian o se interesan en los procesos de toma de decisiones basados en inteligencia. No es un fenómeno actual, aceptarlo es una virtud del que decide hacerse asesorar por quienes saben más o saben lo último en materias específicas. Es una virtud tan vieja como el conflicto humano.
Decidir a golpes personalistas, a base de intuiciones, no es lo propio, si bien son sabidas las grandes decisiones que erraron por darse sobre supuestos falsos o no enteramente ciertos, o lo que es el gran fracaso del analista: no saber deducir el mensaje y los alcances de lo que ya conoce.
Seguramente existe algún libro sobre este aleccionador asunto. En México tenemos por lo menos una lección: el 10 de julio de 1971. Los muchachos marchistas solicitaban solamente una mayor representación en el Consejo Universitario de la Universidad Autónoma de Nuevo León.
Se les enfrentó con la fuerza más brutal del estado: los halcones. Sencillamente fue una decisión mal tomada, no hubo cálculo de consecuencias, fue mal calculada en sus efectos posibles. Todo partió de una frase del subsecretario de Gobernación Gutiérrez Barrios: No permitiremos que nos tomen las calles ( México en riesgo, Grijalbo, 2011, p. 48).
Si fuera una jettatura que cada sexenio tenga su crisis, parece que a Peña Nieto ya le llegó. Otros fueron el 2 de octubre para Díaz Ordaz, o los sismos de septiembre de 1985 para De la Madrid, el EZLN de Salinas, el error de iniciar la guerra de Michoacán de Calderón.
Hoy hay una grave crisis en casa que producirá graves transformaciones. ¿Cuáles? Es tarea de los taumaturgos de Peña. Se acepte en esos términos o no el cambio promovido, obligado o soportado, ya nada será igual.
En Guerrero hay manifestaciones sociales disímbolas que por décadas se han enredado: el Partido Revolucionario Obrero Campesino Unión del Pueblo, el Partido de los Pobres, la Universidad Popular, la Normal Rural de Ayotzinapa, las guerrillas de ellos derivadas y la criminalidad más alta del país. Esta es una constante de la vida del estado. Un explosivo coctel, así que no hay nada nuevo.
Vigilarlo siempre fue suficiente para mantener al estado, principalmente la sierra de Atoyac, Chilpancingo, Iguala y Tierra Caliente en la lista de riesgos latentes. Si ese diagnóstico y las decisiones derivadas fueron constantes y suficientes, ¿por qué hoy habría de fallar?
Se supo que la muerte de Beltrán Leyva el 19 de diciembre del 2009 en Cuernavaca produciría una fragmentación de su banda y así fue, se crearon entre otros grupos los Guerreros Libres, que empezaron a asolar Tierra Caliente, el sur del estado de México, los llamados altos de Taxco y Buenavista de Cuéllar y su epicentro: Iguala.
Todo esto se sabía. Se sabía que ex miembros del Ejército Revolucionario del Pueblo Insurgente (ERPI) había cooptado a ciertos alumnos de la Normal Rural en Tixtla y los usaban como mensajeros y halcones en su relación con Guerreros Libres. Sobre todo se sabía bien, sin duda, quién era el presidente municipal de Iguala, y su mujer. Todo esto se sabía.
Se sabía esta amarga historia no sólo por vieja sino porque en Guerrero y en la propia Iguala hay un delegado de Gobernación, del Cisen, hay el correspondiente de la PGR, de la Policía Federal y tropas del Ejército, de éste todo un batallón (600 hombres). Entonces todo lo que ocurría se sabía.
Todos esos numerosos agentes por lo menos producirían información cruda, pero otros niveles la refinarían convirtiéndola en inteligencia, dándole significado, alternativas de atención, y de cada una de éstas, sus efectos consecuentes.
Se concluye en que nada de lo dramáticamente sucedido debía haberse dado. Había o debía haber suficiente información, cruda y procesada, para anticipar hechos y consecuencias.
¿Falló en los altos niveles el análisis de inteligencia? Difícil de aceptar. ¿Entonces? Sólo cabe aceptar como hipótesis que lo que falló fue el sistema de toma de decisiones.

No hay comentarios: