¡Todos somos Ayotzinapa!
Un crimen incalificable, y a más de un mes de haber sido perpetrado NO HAY UN SOLO DETENIDO. ¿Cómo es posible que un estado que cuenta con un formidable aparato de seguridad no pueda identificar siquiera a un responsable de tamaña barbarie? Así como todos fuimos Tlalelolco en la masacre de los estudiantes mexicanos que tuvo lugar el 2 de Octubre de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, ciudad de México, la masacre de Ayotzinapa nos interpela a todos, nos agrede a todos y no puede caer en el olvido, ni sus autores intelectuales y materiales escudarse en la impunidad.
Nos llena de rabia el maldito doble rasero del imperio y sus secuaces; de Estados Unidos y sus lacayos europeos, que si algo muchísimo menos grave que el monstruoso crimen de Ayotzinapa hubiera ocurrido en Cuba, Bolivia, Ecuador o Venezuela habrían descargado toda su artillería mediática, política, económica y diplomática contra estos países, denunciando la barbarie cometida ante las cortes y organismos internacionales, exigiendo la pronta identificación y castigo de los culpables, la depuración de las fuerzas policiales y militares involucradas e imponiendo sanciones durísimas por tan aberrante violación de los derechos humanos. Pero como eso tuvo lugar en México y como el gobierno mexicano es una pieza estratégica en la configuración de la siniestra Alianza del Pacífico inventada por Washington para contener la creciente influencia de China en América Latina entonces la prensa de la derecha cierra sus ojos, los gobiernos de Estados Unidos y Europa miran para otro lado y se convierten de hecho en encubridores y, por lo tanto, en cómplices de un crimen horrendo.
Horrendo por la forma en que fue perpetrado, horrendo por el carácter de sus víctimas, horrendo por la metodología para deshacerse de esos cuerpos y por el infinito dolor infligido a sus familiares. En la matanza de Tlatelolco los muertos fueron subrepticiamente recogidos en camiones de basura para posteriormente ser incinerados; sólo unos pocos pudieron ser rescatados antes de la "limpieza" dispuesta por las autoridades. El número de las víctimas jamás pudo ser confirmado oficialmente, pero observadores imparciales coinciden en que su número se empinaría por arriba de los trescientos. En Ayotzinapa la historia vuelve a repetirse, pero con una diferencia: al menos sabemos que son 43 los valientes jóvenes que han sido desaparecidos. Pero hay fosas comunes que se descubren por aquí y por allá y que hablan de un terrorismo de estado de tenebrosas ramificaciones y cuyos crímenes recién comienzan a salir a luz. Desgraciadamente, Ayotzinapa parece ser tan sólo la punta de un lúgubre iceberg.
Nos llena de rabia el maldito doble rasero del imperio y sus secuaces; de Estados Unidos y sus lacayos europeos, que si algo muchísimo menos grave que el monstruoso crimen de Ayotzinapa hubiera ocurrido en Cuba, Bolivia, Ecuador o Venezuela habrían descargado toda su artillería mediática, política, económica y diplomática contra estos países, denunciando la barbarie cometida ante las cortes y organismos internacionales, exigiendo la pronta identificación y castigo de los culpables, la depuración de las fuerzas policiales y militares involucradas e imponiendo sanciones durísimas por tan aberrante violación de los derechos humanos. Pero como eso tuvo lugar en México y como el gobierno mexicano es una pieza estratégica en la configuración de la siniestra Alianza del Pacífico inventada por Washington para contener la creciente influencia de China en América Latina entonces la prensa de la derecha cierra sus ojos, los gobiernos de Estados Unidos y Europa miran para otro lado y se convierten de hecho en encubridores y, por lo tanto, en cómplices de un crimen horrendo.
Horrendo por la forma en que fue perpetrado, horrendo por el carácter de sus víctimas, horrendo por la metodología para deshacerse de esos cuerpos y por el infinito dolor infligido a sus familiares. En la matanza de Tlatelolco los muertos fueron subrepticiamente recogidos en camiones de basura para posteriormente ser incinerados; sólo unos pocos pudieron ser rescatados antes de la "limpieza" dispuesta por las autoridades. El número de las víctimas jamás pudo ser confirmado oficialmente, pero observadores imparciales coinciden en que su número se empinaría por arriba de los trescientos. En Ayotzinapa la historia vuelve a repetirse, pero con una diferencia: al menos sabemos que son 43 los valientes jóvenes que han sido desaparecidos. Pero hay fosas comunes que se descubren por aquí y por allá y que hablan de un terrorismo de estado de tenebrosas ramificaciones y cuyos crímenes recién comienzan a salir a luz. Desgraciadamente, Ayotzinapa parece ser tan sólo la punta de un lúgubre iceberg.
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