lunes, 2 de febrero de 2015

Banderas de UNASUR

Tres señales de alerta para una Latinoamérica cada vez más dividida

© Flickr/ Agencia de Noticias ANDES
Firmas
(actualizada a las 12:34 26.12.2014)
Francisco Herranz
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La última oleada de datos que llegan sobre América Latina no viene cargada de buenas noticias.
Es verdad que el crecimiento económico en 2015 en toda la región rondará el 2,2%, según las previsiones de la CEPAL, francamente mejor que el 1,1% con que cerrará este año. Pero estos números positivos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe saben a bien poco y lo peor es que esconden las contradicciones de un continente cada vez más dividido y con demasiados desafíos por resolver.
Desgraciadamente la desaceleración se ha consumado. El citado 1,1% se queda bien corto con respecto al crecimiento global que alcanzará el 3,3%. En otras palabras, la región crecerá menos que el planeta por tercer año consecutivo. Y muy lejos queda la década prodigiosa (2003-2013) cuando los vientos de bonanza permitieron que el paro se redujera hasta niveles históricos y prosperaran el consumo y la inversión. Por países Panamá (7%) encabeza la clasificación de 2015, seguida de Bolivia y Perú (ambos con el mismo 5,5%). En el furgón de cola aparecen tres pesos pesados: Venezuela (-1%), en clara recesión, Argentina (1%) y Brasil (1,3%). 
Ahora toca pues la hora de “la resaca”, término acuñado no sin cierto sarcasmo por la revista británica The Economist para definir el trago amargo que va a tener que pasar la sociedad latinoamericana en los próximos meses. Pasada la borrachera, ahora se impone  “luchar para sustituir la presa fácil del boom de las grandes mercancías por el trabajo duro de aumentar la productividad”. Lo difícil no es llegar a la cima sino mantenerse. Serán precisos ajustes fiscales y otras medidas muy poco populares para reavivar la confianza de los inversores. De hecho, los analistas apuestan por aumentar las tasas de inversión pública y privada para que la región tome nuevos bríos, porque no confían demasiado ni en el consumo ni en las exportaciones.
La segunda señal de alarma proviene del mundo laboral porque las últimas estadísticas ofrecidas por la Organización Internacional del Trabajo (OIT) no son para echar las campanas al vuelo. La OIT avisa que el lento crecimiento económico ya ha comenzado a impactar de forma negativa en el mercado del trabajo. “Lo más preocupante es que se están creando menos empleos”, aseguraba la directora regional de la OIT para América Latina y el Caribe, Elizabeth Tinoco, al presentar recientemente en Ciudad de México el panorama anual regional. El paro urbano ha bajado una décima —del 6,1% al 6,2% de 2013-, pero se ha notado una fuerte reducción en la generación de empleo reflejada en la tasa de ocupación. Estamos hablando de que dejaron de generarse al menos un millón de puestos de trabajo. El desempleo bajó en vez de subir por la salida de personas de la fuerza laboral, cansadas de no encontrar trabajo.
El tercer signo preocupante tiene su origen en la acentuada debilidad comercial con el exterior. De acuerdo con un estudio del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), las exportaciones caerán este año en América Latina alrededor del 1,4%, siendo la primera contracción que se produce desde el colapso de 2009. Por áreas geográficas el análisis es todavía más revelador: donde más cayó el intercambio comercial fue entre los propios Estados latinoamericanos (-8%), frente al —4% de Europa y el —5% de Asia. Y afortunadamente EEUU salvó la balanza con un 3% positivo. Todo esto refleja la caída de los precios de los productos básicos y la reorientación de los mercados internacionales. 
A esta turbia radiografía no ayudan las divisiones interregionales cada día más palpables. La reciente Cumbre Iberoamericana celebrada en la ciudad mexicana de Veracruz —la vigésimo cuarta edición para más señas- se convirtió en el último escenario de estos desencuentros políticos. A pesar de que la diplomacia de México había puesto toda la carne en el asador para que hubiera una máxima participación y a pesar de que el motivo de la cumbre era tan loable como la unidad a través de la “educación, la cultura y la innovación”, al final se produjeron seis sonadas ausencias boliviarianas o afines. Los jefes de Estado de Argentina (Cristina Kirchner), Brasil (Dilma Rousseff), Bolivia (Evo Morales), Cuba (Raúl Castro), Nicaragua (Daniel Ortega) y Venezuela (Nicolás Maduro) prefirieron no acudir. A este grupo se sumó el presidente salvadoreño Salvador Sánchez Cerén, a la postre ex comandante del izquiedista Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional. Convertir la Cumbre Iberoaméricana en una reunión bienal resultó ser una sabia decisión, porque el formato empieza a estar desgastado. 
Algo muy similar le está ocurriendo al Mercosur, paralizado por el enfrentamiento entre grandes y pequeños. Mercosur no oculta su antipatía hacia otro foro vecino, la Alianza del Pacífico, que ha dado mucho protagonismo a México, y despertado las envidias de Brasil.
Sobran tantas organizaciones latinoamericanas: Mercosur, Unasur, Alba, Alianza del Pacífico, Cumbre de las Américas… Solapan sus objetivos y en definitiva representan un importante gasto de fondos públicos que bien podrían destinarse a otras necesidades más urgentes. Quizás lo mejor sería aglutinarlas a todas ellas en una o dos organizaciones mucho más eficaces, influyentes y resolutivas que las actuales. ¿Idea descabellada y utópica? Probablemente sí.
Otra consecuencia de la ausencia de unidad es que afloran con mayor virulencia las disputas bilaterales como por ejemplo entre Argentina y Uruguay por el conflicto de las papeleras, entre Brasil y Paraguay por la represa binacional de Itaipú, o la actual crisis entre Bolivia y Perú.
Por último, la falta crónica de integración, fomentada por los egos nacionales, neutraliza las iniciativas y duplica los esfuerzos.
Como bien escribe Álvaro Vargas Llosa en el diario chileno La Tercera, el panorama de Latinoamérica “se puede resumir en la ausencia de una visión común, de valores compartidos y de una hoja de ruta conjunta” y las tres señales de alerta arriba apuntadas —desaceleración económica, baja tasa de generación de empleo y reducción de las exportaciones- sólo van a abrir un poco más la profunda brecha ya existente, con el evidente riesgo de parálisis y de recesión que eso comporta.
El dilema que subyace es crecer o estancarse, crear o morir. El tiempo apremia.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK

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