sábado, 28 de febrero de 2015

Se alzan voces contra la hegemonía de EEUU y sus aliados

  • La Casa Blanca

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Escrito por Rasul Gudarzi
A finales de la década de los 70, algunos de los países que entonces eran catalogados del “Tercer Mundo” empezaron a criticar a Occidente por pretender dominar el planeta. Al día de hoy, son más las voces que se están alzando contra los planes hegemónicos de esos gobiernos occidentales, entre ellas la de Rusia.
El ministro ruso de Exteriores, Serguei Lavrov, durante una reunión extraordinaria del Consejo de Seguridad de la ONU, el pasado lunes, acusó a Occidente de querer dominar al mundo e imponer su ideología; el liberalismo.
En este sentido, sin referirse de forma explícita a ningún país, el titular ruso afirmó que tales esfuerzos constituyen una grave violación de los principios de la Carta de la ONU, en concreto de la independencia, la igualdad y la soberanía de los Estados. Para apoyar sus afirmaciones, señaló la crisis reinante en Siria, Irak y Libia, y aseguró: “Todo ello es el resultado del dominio de la política global. Todas estas acciones condujeron a la anarquía y la inestabilidad en Oriente Medio y el norte de África, generando el extremismo”.
No es solo Moscú quien cuestiona estas políticas hegemónicas de los gobiernos occidentales, encabezados por EE.UU., muchos otros, como China o Irán, las critican y califican de ejemplo evidente de la injerencia en sus asuntos internos.
Pero, ¿cómo y cuándo empezó esa política? Después de la Segunda Guerra Mundial y mediante el Informe 68 del Consejo de Seguridad Nacional (NSC-68), cuyo carácter es confidencial, consta de 58 páginas y fue elaborado el 14 de abril de 1950 durante la presidencia de Harry S. Truman, EE.UU. puso de relieve sus intenciones, al describir sus intereses como internacionales y no solo nacionales. A través de ese informe aseguró que todo lo que pase en cualquier rincón del mundo tiene que ver con Washington, provocando su entrada en escena.
Después de esa decisión sucedió algo importante, que abrió el camino de EE.UU. para materializar su objetivo, el fin de la Guerra Fría y la disolución de la Unión Soviética, o sea el triunfo del liberalismo ante el comunismo. Al respecto existen diferentes teorías, como el Fin de la Historia y el Último Hombre, de Francis Fukuyama, en la que su autor expone que la historia, como lucha de ideologías, ha terminado, con un mundo final basado en una democracia liberal impuesta tras el fin de la Guerra Fría.
Desde aquel entonces, Estados Unidos se ha venido valiendo del tema de los derechos humanos, para declarar que ya no son un asunto interno sobre el que los propios gobiernos puedan decidir o dictar leyes, sino que es mundial. De ese modo, si una minoría o una etnia protesta por la situación que atraviesa y denuncia su discriminación, la ONU puede intervenir, sin pedir permiso alguno del gobierno implicado.
Es así como se pierde la inmunidad de las autoridades y los gobiernos, y si la ONU determina que se están violando los derechos humanos en un país, puede derrocar al ejecutivo gobernante, tal como sucedió con Muamar Gadafi, en Libia.
Este punto resulta de gran beneficio para los pueblos, siempre y cuando su aplicación sea de forma equitativa y no selectiva, es decir, que no sea el instrumento del cual se valen las superpotencias con el fin de intervenir en los asuntos internos de otros países y presionarlos para cumplir con sus objetivos.
Eso nos lleva a un dilema; los seres humanos son diferentes en esencia, es decir, lo que buscan o quieren es diverso; no todos quieren la libertad de expresión y practicar sus deseos dentro del marco de la ley. Con otras palabras, quienes viven en EE.UU. son diferentes a quienes viven en Etiopía, Filipinas, China, Baréin o la India, por lo tanto cuando pasa algo en estos países se da una violación de los derechos humanos y su solución requiere una intervención extranjera, sin embargo, cuando algo similar sucede en propios países, como EE.UU., Francia, etc., ni hablar.
De estos planteamientos se puede interpretar que la violación de los derechos humanos, según ellos, significa todo lo que se hace en contra de lo que establecen. Es decir, Washington y sus aliados creen que solo sus principios y determinaciones valen y deben materializarse mientras aquellos países que cuentan con una ideología diferente deben alinearse a ellos o ser reprimidos, esto no lo expresan claramente, pero en la práctica se comportan así.
Quizás por esta misma razón, EE.UU. considera que Rusia e Irán son una gran amenaza para lo que llaman el nuevo orden mundial, así que intenta aislarles, dado que estos dos países no reconocen los valores presentados por Occidente como mundiales, y abogan por respetar unas normas internacionales y el derecho de autodeterminación de los pueblos, dentro de cualquier religión o visión.
En este sentido, Washington ha arrancado una masiva guerra sicológica y mediática contra Rusia e Irán. Su objetivo reside en mostrar a Moscú como un agresor que pretende violar y controlar los países de Europa del Este, mientras Irán es una amenaza potencial para la seguridad mundial, justificando así sus medidas hostiles contra estos dos, como sanciones y amenazas de guerra, al decir que todas opciones están sobre la mesa.
Países como Rusia e Irán son conscientes de que el principal objetivo de las medidas punitivas que adopta Washington es derrocar a sus gobiernos, dividir sus territorios y debilitarles para que no puedan siquiera oponerse a estas; además de pretender que gobiernos subordinados ocupen al poder, para que representen sus intereses y contribuyan a la materialización del plan de dominio de los pueblos y acaten los principios del liberalismo.

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