Ha dado inicio extraoficialmente la campaña por la presidencia de México con los llamados “destapes” de quienes aspiran a asumir este importante cargo político.
Apenas si se apaciguan los ánimos recelosos de los candidatos derrotados en la jornada electoral del pasado 7 de junio, apenas si acaba de expedir el Instituto Nacional Electoral (INE) las constancias de mayoría a quienes resultaron vencedores, cuando dio inicio extraoficialmente la campaña por la presidencia de México con los llamados “destapes” de quienes aspiran a tomarse algún día la foto oficial en “la silla del águila” junto al lábaro patrio y la banda presidencial cruzada en el pecho.
De ser estrictos, tales “destapes” bien se pudieran considerar como actos de precampaña. Sin embargo, toda vez que la ley electoral vigente no reconoce que haya iniciado la campaña hacia el 2018, para el INE no constituyen delito alguno las declaraciones de Margarita Zavala Gómez del Campo, esposa del ex presidente mexicano Felipe Calderón, y de Miguel Ángel Mancera Espinosa, alcalde de la Ciudad de México, en las que manifiestan su interés por aparecer en las boletas de los comicios a efectuarse dentro de tres años. Menos aún en el caso de Andrés Manuel López Obrador, quien no necesita declarar absolutamente nada para evidenciar su vocación presidencial: le bastó con crear un partido a la medida de sus aspiraciones: el Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA). Lo que resulta evidente es que desde ya, cualquier actividad pública de estas tres figuras tendrá el tamaño de sus aspiraciones; cualquier declaración, parejo sesgo.
Para Margarita Zavala el retorno a la casa presidencial de Los Pinos (que ya habitó en su condición de Primera Dama) pasa por dos opciones: la candidatura independiente o lograr que el Partido Acción Nacional (PAN) la postule como su opción para el 2018. Ella lo sabe y el discurso del video de su “destape” en YouTube así lo revela: “he decidido que en los tiempos que señala la ley electoral, buscaré la Presidencia de la República. Construiré de la mano de los ciudadanos un proyecto nacional que congregue a panistas, (…) pero también a quienes han votado por otras alternativas políticas”, dijo.
Sin embargo, por ambas vías son escasas las posibilidades para el sueño presidencial de la licenciada Margarita Zavala. Las divisiones internas de un partido escindido entre “maderistas” (incondicionales de su actual presidente, Gustavo Madero) y “calderonistas” (partidarios de Felipe Calderón) tornan difícil que se convierta en una candidata de unidad con independencia de cómo quede la correlación de fuerzas cuando este año el PAN renueve su dirigencia nacional.
Más difícil aún la tiene por la vía independiente. La fallida guerra contra el crimen organizado que encabezó su esposo –en la que ni siquiera logró las mediáticas detenciones o muertes de “capos” que hoy puede presumir su sucesor–, los miles de desaparecidos durante ese sangriento sexenio (2006-2012), más una vergonzosa tasa de desempleo de cinco puntos para quien se hizo llamar “el presidente del empleo” (lo que se tradujo en 867 mil 271 mexicanos más sin trabajo respecto a los que había en los albores de su mandato), no le allanan precisamente el camino a quien de lograr desbrozarlo e imponerse en las urnas sería la primera mujer en presidir un país tradicionalmente machista. Esto último, por cierto, no sería un escollo menor en el recién iniciado bogar hacia Los Pinos de la licenciada Margarita Zavala.
Un escenario cercanamente escabroso tiene ante sí Miguel Ángel Mancera. Si bien su condición de alcalde de la populosa Ciudad de México le otorga una visibilidad mayúscula, y su gestión al frente de la misma constituye un monumental acto de campaña que ya va para tres (de seis) años, el descalabro sufrido por Partido de la Revolución Democrática (PRD) en las elecciones del pasado 7 de junio con la pérdida de varias delegaciones en la capital del país presagia el advenimiento de jornadas tristes para un instituto político que se debate entre la refundación o la muerte.
Para Mancera lo difícil no será convencer a los eventuales electores sobre su idoneidad para timonear los destinos de la nación. En ese sentido señaló que “su trabajo al frente del Gobierno del DF hablará por él”. Lo difícil, en caso de llegar a las boletas del 2018 arropado por el PRD, será aglutinar a las fuerzas divididas de la izquierda mexicana en un proyecto viable que puede regresar al Partido Revolucionario Institucional (PRI), hoy en el poder, a la categoría de partido de oposición. Puede que el alcalde capitalino convenza a las “tribus” al interior del PRD de trabajar de manera conjunta en ese sentido; lo que resulta altamente improbable es que convenza al otrora perredista Andrés Manuel López Obrador de que renuncie a sus aspiraciones presidenciales a fin de que la izquierda mexicana sea un monolito sin fisuras en la venidera contienda electoral.
Para López Obrador, y él lo sabe, el 2018 es su última oportunidad para contender por la Presidencia de México (cualquier fecha posterior sólo servirá para datar su caducidad como político). Tiene a su favor la experiencia acumulada, dos sexenios de precampaña que lo han hecho conocido en toda la geografía mexicana y un instituto político que por destilación selectiva (del PRI salió el PRD que engendró a MORENA) presume estar ajeno a las marrullerías de los otros partidos. Obran en su contra el ser percibido como un político intolerante por un sector bastante amplio de la sociedad (sobre todo por las formas en que reaccionó ante sus dos derrotas en las urnas) y esa obsesión casi patológica por conducir los destinos de México que lo llevó a la farsa de proclamarse “presidente legítimo” y a nombrar un gabinete paralelo tras perder ante Felipe Calderón las elecciones del 2006. “Ad triarium ventum est” (a la tercera va la vencida) reza un viejo adagio latino, que alude a la confianza absoluta depositada en los “triarios”, soldados que integraban la tercera fila de la milicias romanas y cuyo valor y experiencia eran el sostén de las dos filas que les precedían, adagio que se ajusta perfectamente a las aspiraciones del PAN, que busca por tercera vez ser partido de gobierno; a las del PRD que irá con su tercer candidato por parejo cometido, y a las de López Obrador, quien anhela por tercera ocasión la presidencia del país. ¿Quién ganará de estos tres presidenciables si llegan a las boletas del 2018? En tres años lo sabremos.
De ser estrictos, tales “destapes” bien se pudieran considerar como actos de precampaña. Sin embargo, toda vez que la ley electoral vigente no reconoce que haya iniciado la campaña hacia el 2018, para el INE no constituyen delito alguno las declaraciones de Margarita Zavala Gómez del Campo, esposa del ex presidente mexicano Felipe Calderón, y de Miguel Ángel Mancera Espinosa, alcalde de la Ciudad de México, en las que manifiestan su interés por aparecer en las boletas de los comicios a efectuarse dentro de tres años. Menos aún en el caso de Andrés Manuel López Obrador, quien no necesita declarar absolutamente nada para evidenciar su vocación presidencial: le bastó con crear un partido a la medida de sus aspiraciones: el Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA). Lo que resulta evidente es que desde ya, cualquier actividad pública de estas tres figuras tendrá el tamaño de sus aspiraciones; cualquier declaración, parejo sesgo.
Para Margarita Zavala el retorno a la casa presidencial de Los Pinos (que ya habitó en su condición de Primera Dama) pasa por dos opciones: la candidatura independiente o lograr que el Partido Acción Nacional (PAN) la postule como su opción para el 2018. Ella lo sabe y el discurso del video de su “destape” en YouTube así lo revela: “he decidido que en los tiempos que señala la ley electoral, buscaré la Presidencia de la República. Construiré de la mano de los ciudadanos un proyecto nacional que congregue a panistas, (…) pero también a quienes han votado por otras alternativas políticas”, dijo.
Sin embargo, por ambas vías son escasas las posibilidades para el sueño presidencial de la licenciada Margarita Zavala. Las divisiones internas de un partido escindido entre “maderistas” (incondicionales de su actual presidente, Gustavo Madero) y “calderonistas” (partidarios de Felipe Calderón) tornan difícil que se convierta en una candidata de unidad con independencia de cómo quede la correlación de fuerzas cuando este año el PAN renueve su dirigencia nacional.
Más difícil aún la tiene por la vía independiente. La fallida guerra contra el crimen organizado que encabezó su esposo –en la que ni siquiera logró las mediáticas detenciones o muertes de “capos” que hoy puede presumir su sucesor–, los miles de desaparecidos durante ese sangriento sexenio (2006-2012), más una vergonzosa tasa de desempleo de cinco puntos para quien se hizo llamar “el presidente del empleo” (lo que se tradujo en 867 mil 271 mexicanos más sin trabajo respecto a los que había en los albores de su mandato), no le allanan precisamente el camino a quien de lograr desbrozarlo e imponerse en las urnas sería la primera mujer en presidir un país tradicionalmente machista. Esto último, por cierto, no sería un escollo menor en el recién iniciado bogar hacia Los Pinos de la licenciada Margarita Zavala.
Un escenario cercanamente escabroso tiene ante sí Miguel Ángel Mancera. Si bien su condición de alcalde de la populosa Ciudad de México le otorga una visibilidad mayúscula, y su gestión al frente de la misma constituye un monumental acto de campaña que ya va para tres (de seis) años, el descalabro sufrido por Partido de la Revolución Democrática (PRD) en las elecciones del pasado 7 de junio con la pérdida de varias delegaciones en la capital del país presagia el advenimiento de jornadas tristes para un instituto político que se debate entre la refundación o la muerte.
Para Mancera lo difícil no será convencer a los eventuales electores sobre su idoneidad para timonear los destinos de la nación. En ese sentido señaló que “su trabajo al frente del Gobierno del DF hablará por él”. Lo difícil, en caso de llegar a las boletas del 2018 arropado por el PRD, será aglutinar a las fuerzas divididas de la izquierda mexicana en un proyecto viable que puede regresar al Partido Revolucionario Institucional (PRI), hoy en el poder, a la categoría de partido de oposición. Puede que el alcalde capitalino convenza a las “tribus” al interior del PRD de trabajar de manera conjunta en ese sentido; lo que resulta altamente improbable es que convenza al otrora perredista Andrés Manuel López Obrador de que renuncie a sus aspiraciones presidenciales a fin de que la izquierda mexicana sea un monolito sin fisuras en la venidera contienda electoral.
Para López Obrador, y él lo sabe, el 2018 es su última oportunidad para contender por la Presidencia de México (cualquier fecha posterior sólo servirá para datar su caducidad como político). Tiene a su favor la experiencia acumulada, dos sexenios de precampaña que lo han hecho conocido en toda la geografía mexicana y un instituto político que por destilación selectiva (del PRI salió el PRD que engendró a MORENA) presume estar ajeno a las marrullerías de los otros partidos. Obran en su contra el ser percibido como un político intolerante por un sector bastante amplio de la sociedad (sobre todo por las formas en que reaccionó ante sus dos derrotas en las urnas) y esa obsesión casi patológica por conducir los destinos de México que lo llevó a la farsa de proclamarse “presidente legítimo” y a nombrar un gabinete paralelo tras perder ante Felipe Calderón las elecciones del 2006. “Ad triarium ventum est” (a la tercera va la vencida) reza un viejo adagio latino, que alude a la confianza absoluta depositada en los “triarios”, soldados que integraban la tercera fila de la milicias romanas y cuyo valor y experiencia eran el sostén de las dos filas que les precedían, adagio que se ajusta perfectamente a las aspiraciones del PAN, que busca por tercera vez ser partido de gobierno; a las del PRD que irá con su tercer candidato por parejo cometido, y a las de López Obrador, quien anhela por tercera ocasión la presidencia del país. ¿Quién ganará de estos tres presidenciables si llegan a las boletas del 2018? En tres años lo sabremos.
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