La masacre de Charleston -donde nueve feligreses negros fueron acribillados a balazos por un joven supremacista blanco dentro de una iglesia- significa la lamentable constatación de que el sistema estadounidense está fracasando en lo que se refiere al acceso a las armas de fuego y a la convivencia interracial.
El crimen, casi terrorista por indiscriminado, ocurrido en esa localidad de Carolina del Sur, abre de nuevo el eterno debate sobre el control del uso de las pistolas y los fusiles que la población civil norteamericana puede tener y portar legalmente, un uso reconocido por la Segunda Enmienda de la Constitución de Estados Unidos.
Charleston se suma así a la lista de escenarios trágicos como Columbine, Virginia Tech, Fort Hood y Newtown. Supone el caso más reciente de una veintena de matanzas brutales perpetradas en los últimos 10 años a lo largo y ancho del territorio de EEUU. Y desgraciadamente habrá más. Era cuestión de probabilidades que una de las 200 millones de armas que existen en circulación por todo el país cayera en las manos de un nuevo desequilibrado o de un desconocido racista radical, como el tal Dylann Roof, de 21 años, quien entró en la Iglesia Episcopal Metodista Africana (EMA) Emanuel de Charleston dispuesto a mancharse de sangre y desencadenar "una guerra entre razas".
La nación está conmocionada porque el atentado es el mayor motivado por cuestiones raciales que se produce en más de nueve décadas en Estados Unidos.
Más sobre el tema: Tiroteo en Charleston
Se da la circunstancia de que Roof —quien también odia a latinos, judíos y asiáticos- es simpatizante de un grupo supremacista blanco llamado Consejo de Ciudadanos Conservadores que se opone a la "mezcla de razas", descalifica a los negros como si fueran inferiores y ha financiado con miles de dólares la campaña presidencial del candidato republicano hispano Ted Cruz, lo que le ha puesto a éste en serios apuros ante la opinión pública local.
Roof se rodeaba de signos racistas. Solía llevar desafiante una cazadora donde estaban cosidas la bandera de Sudáfrica (la de la época del apartheid) y la de Rhodesia (ahora Zimbabue), como emblemas de la segregación racial que estas dos naciones africanas soportaron en los años 80 y 90 del siglo pasado.
El asesino confeso también enarbolaba la bandera de los Estados Confederados de América —utilizada durante la Guerra Civil o de Secesión (1861-1865)- como símbolo de la esclavitud, el racismo y la dominación blanca que defendían los separatistas del sur frente a los abolicionistas del norte. La actitud agresiva e intolerante de Roof ha despertado por todo el país una corriente ciudadana que aboga por retirar esa insignia de la vida social norteamericana y eliminarla de parques públicos y edificios, matrículas de coches y tiendas online. Amazon, Google, eBay y Alibaba ya han prohibido su venta en Internet. El movimiento que ha surgido es muy loable, pero no llega a tocar la verdadera raíz del problema: las altas dosis de odio interracial que todavía emponzoñan la sociedad estadounidense y que se transforman en víctimas mortales gracias a la profusión de armas de fuego.
En este contexto, lo más llamativo del suceso ha sido, probablemente, la reacción del mismísimo Barack Obama, destacado miembro del colectivo afroamericano. Para el presidente de EEUU, el país "no se ha curado" aún del racismo.
Charleston se suma así a la lista de escenarios trágicos como Columbine, Virginia Tech, Fort Hood y Newtown. Supone el caso más reciente de una veintena de matanzas brutales perpetradas en los últimos 10 años a lo largo y ancho del territorio de EEUU. Y desgraciadamente habrá más. Era cuestión de probabilidades que una de las 200 millones de armas que existen en circulación por todo el país cayera en las manos de un nuevo desequilibrado o de un desconocido racista radical, como el tal Dylann Roof, de 21 años, quien entró en la Iglesia Episcopal Metodista Africana (EMA) Emanuel de Charleston dispuesto a mancharse de sangre y desencadenar "una guerra entre razas".
La nación está conmocionada porque el atentado es el mayor motivado por cuestiones raciales que se produce en más de nueve décadas en Estados Unidos.
Más sobre el tema: Tiroteo en Charleston
Se da la circunstancia de que Roof —quien también odia a latinos, judíos y asiáticos- es simpatizante de un grupo supremacista blanco llamado Consejo de Ciudadanos Conservadores que se opone a la "mezcla de razas", descalifica a los negros como si fueran inferiores y ha financiado con miles de dólares la campaña presidencial del candidato republicano hispano Ted Cruz, lo que le ha puesto a éste en serios apuros ante la opinión pública local.
Roof se rodeaba de signos racistas. Solía llevar desafiante una cazadora donde estaban cosidas la bandera de Sudáfrica (la de la época del apartheid) y la de Rhodesia (ahora Zimbabue), como emblemas de la segregación racial que estas dos naciones africanas soportaron en los años 80 y 90 del siglo pasado.
El asesino confeso también enarbolaba la bandera de los Estados Confederados de América —utilizada durante la Guerra Civil o de Secesión (1861-1865)- como símbolo de la esclavitud, el racismo y la dominación blanca que defendían los separatistas del sur frente a los abolicionistas del norte. La actitud agresiva e intolerante de Roof ha despertado por todo el país una corriente ciudadana que aboga por retirar esa insignia de la vida social norteamericana y eliminarla de parques públicos y edificios, matrículas de coches y tiendas online. Amazon, Google, eBay y Alibaba ya han prohibido su venta en Internet. El movimiento que ha surgido es muy loable, pero no llega a tocar la verdadera raíz del problema: las altas dosis de odio interracial que todavía emponzoñan la sociedad estadounidense y que se transforman en víctimas mortales gracias a la profusión de armas de fuego.
En este contexto, lo más llamativo del suceso ha sido, probablemente, la reacción del mismísimo Barack Obama, destacado miembro del colectivo afroamericano. Para el presidente de EEUU, el país "no se ha curado" aún del racismo.
"No se trata sólo de no ser educado al decir 'negrata' en público. No consiste en si el racismo todavía existe o no. No se trata sólo de una patente discriminación. Las sociedades no borran, de la noche al día, todo lo que ocurrió 200 ó 300 años antes", dijo en una entrevista. "La discriminación sigue formando parte de nuestro ADN", subrayó; es decir, estaba reconociendo que esa anomalía, esa enfermedad se sigue transmitiendo de padres a hijos y especialmente en ciertos estados sureños.
Ahora algunos datos de discriminación. Aunque sólo representan el 13% de la población de EEUU, los afroamericanos son el grupo étnico más presente en las cárceles y también corren más riesgo que los blancos de sufrir los efectos del crimen. Son los más afectados por la pobreza y los peor pagados.
Pero el discurso de Obama, lleno de frustración, fue incluso más lejos que el racismo, y planteó que el sistema no funciona y necesita un arreglo inmediato. "Como país tenemos que reconocer el hecho de que este tipo de violencia masiva no ocurre en otros países avanzados. No ocurre en otros lugares con esta frecuencia. Y está en nuestras manos hacer algo sobre ello", añadió.
El razonamiento de Obama consiste en que todas las naciones tienen gente inestable, violenta y llena de odio, pero que Estados Unidos es diferente al resto del mundo, porque está "inundado" de armas que se pueden conseguir sin demasiados problemas pasando una serie de requisitos administrativos. Sólo en 2013 más de 11.000 estadounidenses resultaron muertos a consecuencia de los disparos generados por las armas de fuego. Si el Congreso hubiera adoptado alguna medida con sentido común, tras la matanza ocurrida en 2012 en un colegio de Newtown —donde hubo 28 muertos, la mayoría niños-, se habrían podido evitar nuevos baños de sangre, quien sabe incluso si se habría prevenido la tragedia de Charleston.
Aunque las reformas son apoyadas por el 90% de la población, según los datos de la Casa Blanca, no serán ni siquiera consideradas por el Congreso, controlado por el Partido Republicano, que tiende a defender los intereses del poderoso lobby armamentístico de la Asociación Nacional del Rifle, amparándose en un texto constitucional blindado.
Los lamentos de Obama bien parecen pues un brindis al sol.
No se trata de demonizar a todos los estadounidenses que tienen un revólver guardado en un cajón de su casa para defenderse de un asaltante, pues la mayoría de los ciudadanos respeta la ley. Pero es preciso y urgente que se discutan los límites de este controvertido derecho que data de finales del siglo XVIII (1791) y que fue aprobado en un contexto sociopolítico completamente distinto al actual. Lo que está pasando en EEUU es absolutamente anormal. Hay que detener estos crímenes, poniendo en marcha una ordenación jurídica más acorde con los tiempos que corren, tal y como se hizo en su día en el Reino Unido o en Francia. Si no se toman medidas concretas, la responsabilidad sobre la próxima matanza recaerá sobre los legisladores de Washington y sobre quienes les amparan.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK
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Ahora algunos datos de discriminación. Aunque sólo representan el 13% de la población de EEUU, los afroamericanos son el grupo étnico más presente en las cárceles y también corren más riesgo que los blancos de sufrir los efectos del crimen. Son los más afectados por la pobreza y los peor pagados.
Pero el discurso de Obama, lleno de frustración, fue incluso más lejos que el racismo, y planteó que el sistema no funciona y necesita un arreglo inmediato. "Como país tenemos que reconocer el hecho de que este tipo de violencia masiva no ocurre en otros países avanzados. No ocurre en otros lugares con esta frecuencia. Y está en nuestras manos hacer algo sobre ello", añadió.
El razonamiento de Obama consiste en que todas las naciones tienen gente inestable, violenta y llena de odio, pero que Estados Unidos es diferente al resto del mundo, porque está "inundado" de armas que se pueden conseguir sin demasiados problemas pasando una serie de requisitos administrativos. Sólo en 2013 más de 11.000 estadounidenses resultaron muertos a consecuencia de los disparos generados por las armas de fuego. Si el Congreso hubiera adoptado alguna medida con sentido común, tras la matanza ocurrida en 2012 en un colegio de Newtown —donde hubo 28 muertos, la mayoría niños-, se habrían podido evitar nuevos baños de sangre, quien sabe incluso si se habría prevenido la tragedia de Charleston.
Aunque las reformas son apoyadas por el 90% de la población, según los datos de la Casa Blanca, no serán ni siquiera consideradas por el Congreso, controlado por el Partido Republicano, que tiende a defender los intereses del poderoso lobby armamentístico de la Asociación Nacional del Rifle, amparándose en un texto constitucional blindado.
Los lamentos de Obama bien parecen pues un brindis al sol.
No se trata de demonizar a todos los estadounidenses que tienen un revólver guardado en un cajón de su casa para defenderse de un asaltante, pues la mayoría de los ciudadanos respeta la ley. Pero es preciso y urgente que se discutan los límites de este controvertido derecho que data de finales del siglo XVIII (1791) y que fue aprobado en un contexto sociopolítico completamente distinto al actual. Lo que está pasando en EEUU es absolutamente anormal. Hay que detener estos crímenes, poniendo en marcha una ordenación jurídica más acorde con los tiempos que corren, tal y como se hizo en su día en el Reino Unido o en Francia. Si no se toman medidas concretas, la responsabilidad sobre la próxima matanza recaerá sobre los legisladores de Washington y sobre quienes les amparan.
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