jueves, 1 de octubre de 2015

Gandhi, México y el 2 de octubre
Juan Carlos Ruiz Guadalajara*
E
l 2 de octubre de 1968 la India inició un año de festejos dedicados al advenimiento del centenario del natalicio de Gandhi. Lo hizo mediante la publicación de un libro que congregó la reflexión de políticos, filósofos y científicos de todo el mundo sobre la herencia del Mahatma a la humanidad. El mismo día, al otro lado del mundo, un grupo de personajes (impunes hasta hoy) ejecutaron la masacre de Tlatelolco sobre población civil que se manifestaba pacíficamente contra el autoritarismo que en México ejercía el régimen del Partido Revolucionario Institucional (PRI) encabezado entonces por Gustavo Díaz Ordaz. Tlatelolco se convirtió así en el acontecimiento más doloroso de un movimiento que, por más de cuatro meses, transitó de la resistencia estudiantil contra los abusos de los cuerpos policiacos hacia el reclamo de diálogo, justicia y apertura democrática. En palabras de Raúl Álvarez Garín, el movimiento fue como la cauda de un cometa y su huella se volvió indeleble como símbolo de una resistencia civil pacífica que terminó violentamente aniquilada.
Con ello el 2 de octubre, aniversario del natalicio de Gandhi (paradigma de la no violencia universal en el siglo XX), representaría para México un hito de la violencia de Estado. Veleidades de la historia aparte, lo cierto es que el PRI y sus aliados quisieron borrar la memoria del 2 de octubre mexicano, intento que fracasó gracias al grito tenaz del Comité 68 y de su líder histórico Raúl Álvarez Garín. A diferencia del influjo cardinal que Gandhi irradió sobre el movimiento de Martin Luther King, asesinado en abril de ese mismo 68, no encontramos una influencia explícita del legado del Mahatma en el movimiento estudiantil en México. Sin embargo, compartieron principios comunes: su vocación no violenta, su capacidad de oponer la razón y la verdad a la violencia, la creatividad de las expresiones de protesta y la defensa de la dignidad humana.
Otros paralelismos los encontramos en la violencia extrema que ambos movimientos recibieron como respuesta de los poderes que enfrentaron. En 1919, por ejemplo, Gandhi organizó su primera gran acción de desobediencia civil pacífica en India, convocando a un paro nacional para exigir la suspensión de las Leyes Rowlatt, aplicadas por los ingleses en la Primera Guerra Mundial para perseguir presuntos sediciosos, y vigentes aún tras el fin de la guerra. La acción recibió violencia extrema cuando el 12 de abril las fuerzas del general inglés Dyer dispararon contra una concentración pacífica en el baldío de Jallianwalla, Amritsar, masacrando a 379 personas. Gandhi declaró entonces la no cooperación y el rechazo total al imperio británico, iniciando un camino de casi tres décadas de trabajo constructivo con periodos de desobediencia civil, encarcelamiento y ayunos extremos para preparar a la población en la lucha no violenta por la Independencia.
Por su parte, en agosto de 1968 el movimiento estudiantil mexicano había definido los seis puntos de su pliego petitorio, cuya cuarta demanda era la eliminación del delito de disolución social, introducido al Código Penal Federal en 1941 por Manuel Ávila Camacho para perseguir presuntos sediciosos y perturbadores del orden público en el contexto de la Segunda Guerra Mundial. Finalizada ésta, el delito fue preservado por el PRI y usado como instrumento de persecución de opositores; dos años después de la masacre de Tlatelolco fue derogado; sin embargo, la conquista no violenta de una sociedad democrática y justa se frustró. De hecho, tras el 68 algunas vertientes de lucha optaron por la vía armada y fueron aplastadas durante la guerra sucia de Echeverría.
Mas la asociación entre Gandhi, México y el 2 de octubre tiene otra faceta poco conocida: en uno de sus intentos por lavar la sangre de Tlatelolco que marcó la Olimpiada de México, y semanas antes del inicio del Mundial de Futbol, Díaz Ordaz asistió el 24 de febrero de 1970 a Chapultepec para inaugurar la estatua de Gandhi que la comunidad de la India en México había encargado al escultor Francisco Canessi. Díaz Ordaz estuvo acompañado del regente Alfonso Corona del Rosal, protector de operadores de la matanza en Tlatelolco y fundador de los infelizmente célebres halcones. Fieles a la característica mendacidad del PRI, estos artífices de la violencia de Estado aprovecharon la ocasión para intentar mostrarse como promotores de la no violencia gandhiana.
Treinta años después, en 2001, llegaría a México el programa de extensión de la Gujarat Vidyapith, universidad fundada por Gandhi en 1920, para crear un laboratorio por la no violencia. Los gandhianos pronto comprendieron la carga significativa del 2 de octubre mexicano y decidieron construir una fraternidad con los sobrevivientes de Tlatelolco. La idea encontró respaldo inmediato en Raúl Álvarez Garín, quien se reconoció en la disciplina de Gandhi para solucionar todo tipo de problemas a la luz de valores universales que, como la justicia, consideraba eternos. A partir de 2006 la Vidyapith y el Comité 68 sellaron su alianza y comenzaron a conmemorar el 2 de octubre ante la efigie del Mahatma en Chapultepec.
Ese año Álvarez Garín pronunció un discurso para reivindicar la no violencia, la eficacia de la resistencia pacífica, el poder transformador de la moral política y de la solidaridad humana, señalando que “hay quienes, con enorme incomprensión, suponen que las acciones de Gandhi y las del movimiento estudiantil de 68 fueron ‘derrotadas’ porque no lograron en ese preciso momento sus objetivos. Sin embargo, el tiempo ha demostrado que la muerte violenta de Gandhi, así como la represión en contra del pueblo de México, fueron verdaderamente ineficaces en su propósito de destruir a la oposición, y que por el contrario, potenciaron notablemente los ánimos, las convicciones, las ideas y la disposición de lucha”.
Y esa es precisamente la herencia de Gandhi y de Raúl Álvarez Garín: ánimos, convicciones, ideas y disposición de lucha. Por ello seguirán siempre entre nosotros.
* Investigador de El Colegio de San Luis AC

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