El arte de la música del arte
Juan Arturo Brennan
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La trompeta de Ludwig van Beethoven (con oreja) Op. 127, escultura del artista estadunidense John Baldessari, que recibe al espectador en la muestra montada en el Museo del Palacio de Bellas ArtesFoto Juan Arturo Brennan
El visitante a la exposición El arte de la música (Museo del Palacio de Bellas Artes) es recibido por la sarcástica escultura titulada La trompeta de Ludwig van Beethoven (con oreja) Op. 127 del artista estadunidense John Baldessari.
De ahí en adelante, puede admirar una gran variedad de piezas (no todo es pintura) que forman una interesante aunque no exhaustiva iconografía musical en la que destaca sobre todo la procedencia diversa de las obras, tanto desde el punto de vista cronológico como en lo geográfico y en lo estético.
En el ámbito de la contribución mexicana, la presencia de algunas piezas prehispánicas es complementada con obras de Diego Rivera, José Clemente Orozco, Rufino Tamayo, Julio Ruelas, Antonio Ruiz El Corcito, Fermín Revueltas, y las fotografías de Juan Rulfo y Graciela Iturbide.
En otras áreas de la exposición hay objetos y representaciones musicales de China, Japón e India, así como de la Grecia clásica, un hermoso y gigantesco libro de coro, obras de artistas tan diversos como Alexander Calder, Giorgio de Chirico, Carlos Mérida y Xul Solar, y una sección autorreferencial dedicada a la iconografía musical del propio Palacio de Bellas Artes.
Entre las numerosas obras de arte europeo incluidas destaca el cuadro Alegoría de la fidelidad marital, detallado y perfeccionista óleo del holandés del siglo XVII Jan Miense Molenaer, cuya presencia ahí ha sido criticada, no sé si por sus valores estéticos o por el significado de su título y/o su contenido social. En una línea paralela de pensamiento, me extrañó la ausencia de ejemplos de ese curioso género pictórico de naturalezas muertas conocido como vanitas, en el que la iconografía musical suele ser abundante.
Uno de los aspectos más interesantes de la exposición El arte de la música está en las piezas de arte abstracto, ante las que el visitante tiene la tarea de imaginar, descubrir, inferir o inventar la referencia musical; lo mismo ocurre con una serie de obras en las que la música está en el título, aunque no necesariamente en la imagen.
Asimismo, se exhiben varias piezas en las que es más relevante el elemento escénico o dancístico que el estrictamente musical.
También se encuentran en esta exposición algunas interesantes aproximaciones conceptuales a la representación visual de la música. Por ejemplo, Mandalas para la vida moderna, del mexicano Iván Puig, un botellófono electromecánico que a su resultado sonoro añade el elemento visual de sombras en constante movimiento.
Muy atractiva, también, la presencia de Buscando el amor, del estadunidense Christian Marclay, un breve filme que presenta un extreme close up de la pastilla y la aguja de un tocadiscos que brincan anárquicamente sobre la deteriorada superficie de un viejo disco de vinilo; el resultado, tanto visual como sonoro, es hipnótico, fascinante e inquietante.
Se trata, en suma, de una exposición muy atractiva que vale la pena visitar, en la que es posible hallar algunos detalles mu-seográficos perfectibles, como el cuidado de la ortografía en algunas de las cédulas y textos, y la precisión en la información.
Hay ahí, por ejemplo, una pieza designada simplemente Instrumento musical de cuerdas, Asia, China, del que cualquier melómano mínimamente ilustrado sabe de inmediato que se trata de una pi-pa.
La parte tradicional de la exposición es complementada con recursos tecnológicos como videos y estaciones de escucha que ofrecen al visitante la posibilidad de una experiencia multisensorial durante el recorrido.
Mis dos piezas favoritas: las pinturas Ninfa y sátiro, de Arnold Böcklin, y Mujer con mandolina, de Tamara de Lempicka. El arte de la música, que ha sido visitada multitudinariamente, se exhibe en el Museo del Palacio de Bellas Artes y concluirá el 5 de junio. Hay que ir, sin pensarlo dos veces.
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