miércoles, 27 de abril de 2016


Miguel de Cervantes Saavedra

Cervantes y Shakespeare, cuatro siglos recorriendo los laberintos del alma

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Vicky Peláez

El hecho de que dos titanes de la literatura universal, Miguel de Cervantes Saavedra y William Shakespeare, dejaran este mundo con solo un día de diferencia, es uno de esos misterios que hacen pensar en lo poco que sabemos de las leyes del universo.

Somos sueños de nosotros mismos, almas en destellos,
Y uno para el otro sueños de sueños de otros.
(Fernando Pessoa, 1888 —1935)
Hay coincidencias en la vida que son difíciles de descifrar. El hecho de que dos titanes de la literatura universal, el español Miguel de Cervantes Saavedra y el británico William Shakespeare, dejaron este mundo en abril de 1616, con solo un día de diferencia, constituye uno de los misterios o coincidencias que hacen pensar en lo poco que sabemos de las leyes del universo.
Cervantes murió a los 69 años y Shakespeare a los 52. Sus destinos eran completamente diferentes pero su talento y su capacidad de romper el orden establecido en la literatura, haciendo un juego confuso entre lo objetivo y lo subjetivo, los proyectaron más allá de su época, hacia la eternidad.
Shakespeare se convirtió en el dramaturgo más importante de la literatura occidental, autor de las obras universales "Hamlet", "Macbeth", "Romeo y Julieta", "Otelo". También a su pluma le pertenecen 39 obras teatrales, 154 sonetos y cuatro obras líricas. Miguel de Cervantes escribió "Don Quijote de la Mancha", la obra considerada como una de las primeras y más resaltante novelas de la literatura universal. "El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha" es el libro más traducido y editado después de la Biblia.
Hay muchas incógnitas sobre la capacidad creativa de William Shakespeare y hay muchas hipótesis sobre el autor real que se escondía detrás del apellido Shakespeare, pero más allá de todo esto, el autor británico conocido como el Bardo de Avon (nació en Stratford-upon-Avon) para el escritor argentino Jorge Luis Borges, "nadie fue tantos hombres como aquel hombre, que a semejanza del egipcio Proteo, pudo agotar todas las apariencias del ser". (Borges se refiere a un antiguo dios del mar que podía cambiar de forma fácilmente).
Shakespeare logró comprender los laberintos y los escondrijos del alma humana, lo sublime de ella y lo oscuro como la envidia, las tentaciones, la codicia, las contradicciones, la venganza, el incesto y la complejidad de las relaciones familiares. A la vez, su fascinación por el amor, "la sublime pasión" en medio de "la intriga y traición" se reveló en "Romeo y Julieta". El Bardo de Avon describe el amor como "un humo que sale del vaho de los suspiros; al disiparse, un fuego que chispea en los ojos de los amantes; al ser sofocado, un mar nutrido por las lágrimas de los amantes". (Primer acto, escena I).
También en "Ricardo III" trató de descifrar los motivos de un tirano cuya única meta es el poder. Sin embargo, muestra también que toda la impostura al servicio del poder queda anulada en el momento que se le aproxima a Ricardo III la muerte: el rey ofrece su reino a cambio del caballo que le salvaría la vida: "¡Mi reino por un caballo!" (Quinto acto, escena IV).
La frase que pronuncia Hamlet, "Ser o no ser: ese es el problema" (Tercer acto, escena I) es conocida en todos los rincones del mundo, igual como la reflexión que le sigue sobre la injusticia que domina la existencia del ser humano. Ha pasado más de 400 años, pero el pensamiento de Shakespeare expresado por Hamlet sigue válido y latente hasta ahora. En un momento de desesperación e incertidumbre Hamlet exclamó con el dolor, "¿Quién aguantaría los ultrajes y desdenes del mundo, la injuria del opresor, la afrenta del soberbio, las congojas del amor desairado, las tardanzas de la justicia, las insolencias del poder y las vejaciones que el paciente mérito recibe del hombre indigno, cuando uno mismo podría procurar su reposo con un simple estilete?".
Lo curioso fue que los sufrimientos de Hamlet no los padeció el Bardo de Avon, quien tuvo una vida muy cómoda y cercana a la Corte, sino a su contemporáneo Miguel de Cervantes que peleó en la guerra como soldado, estuvo al servicio del cardenal Acquaviva, luchó en Lepanto y estuvo ocho años preso en Argel, hizo además de espía en el norte de Marruecos y cayó prisionero de piratas.
Logró volver a España y la recorrió como comisario (recaudador) para el acopio y provisión de víveres destinados a las Armadas y Flotas de Indias. Al quebrar el banco donde depositaba las recaudaciones, fue metido preso en la cárcel pública de Sevilla en la Galera de Hierro escuchando cada noche aullidos de dolor que provenían de la Galera Vieja y tratando de sobrevivir junto con la suciedad, el tedio y el calor.
El escritor español Santiago Posteguillo contó en su libro, "La Noche cuando Frankenstein leyó el Quijote" cómo "aquel veterano de guerra se afanaba en sostener bien el papel que le habían traído con un muñón que tenía por toda mano en el brazo izquierdo. El preso llevaba días con una idea en la cabeza, con una historia de esas de…novela. Tenía que distraerse o se volvía loco. ‘En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme…' empezó con decisión, y con decisión siguió un par de horas hasta se le acabó la tinta y el sol dejó de iluminar bien".
Ahora en la misma cárcel sevillana, luce una placa que reza: "En el recinto de esta casa, antes cárcel real, estuvo preso (1597-1602) Miguel de Cervantes Saavedra, y aquí se engendró para el asombro y la delicia del mundo ‘El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha'. La Real Academia Sevillana de las Buenas Letras acordó perpetuar este glorioso recuerdo, año de MCMLXV". Para la Academia Real, el encierro de Cervantes se convirtió en un "glorioso recuerdo" pero para el autor de don Quijote fueron años de sufrimiento e injusticia que logró sobrevivir gracias a don Quijote que le susurraba al oído el texto de su novela que se hizo inmortal y a las monedas de las que disponía para "ablandar la mala voluntad de los carceleros" para que le trajeran papel, una pluma y algo de tinta para escribir.
En el Quijote, Cervantes hace una ruptura con el orden conocido y hace un juego de lo real y lo irreal y viceversa para ofrecer una crítica de la España del Renacimiento a través de una sátira contra las novelas de caballeros. Usa abundantemente la parodia y el humor para describir asuntos como el amor, la locura y la traición.
Las exaltaciones de don Quijote, sus hazañas imaginarias donde la realidad y la fantasía se confunden están orientadas a mostrar al lector la incapacidad de la nobleza de adaptarse a los cambios de la sociedad española que representaban los molinos de viento. Para los nobles, la mayoría empobrecidos, estos molinos eran "desaforados gigantes, con quién (don Quijote) pensó hacer la batalla y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos empezaremos a enriquecer".
A la nobleza, que no sabía nada del trabajo productivo y lo único que manejaba para ganar dinero era prestar o vender sus propiedades, Cervantes antepone al campesino cuya "vida está regulada no por el honor, sino por el beneficio". Con un gran sentido de humor Cervantes hace reír a sus lectores describiendo la percepción de don Quijote soñador sobre la Dulcinea del Toboso como "una bella dama, tímida, honorable de la clase noble", mientras que en realidad era una campesina fuerte, trabajadora y valiente. Es decir, ya estaba anticipando los cambios de roles de género en España. Mientras los hombres estaban soñando con los dragones y bellas damas, ya eran aquellas bellas damas que lidiaban con los desafíos de la vida cotidiana.
Don Quijote es presentado por Cervantes como un loco que, sin embargo, destapa con la mente de un sabio la decadencia de España y al mismo tiempo crea la sensación de una locura como si fuese algo común en el comportamiento de los hombres. Precisamente este tipo de "locura" de Quijote hace a los seres humanos luchar contra todos los obstáculos por la justicia y por la libertad.
El escritor uruguayo Eduardo Galeano escribió alguna vez que "metido en su armadura de latón, montado en su rocín hambriento don Quijote parecía destinado al perpetuo ridículo. Este loquito se creía personaje de novelas de caballería y creía que las novelas de caballería eran libros de historia. Pero los lectores, que desde hace siglos nos reímos de él, nos reímos con él. Una escoba es un caballo para el niño que juega, mientras el juego dura, y mientras la lectura dura compartimos las estrafalarias desventuras de don Quijote y las hacemos nuestras".
Por algo, como recalcó Galeano, en su última carta de despedida a sus padres, el Che Guevara no eligió una cita de Marx sino escribió: "Otra vez siento bajo mis talones el costillar de Rocinante. Vuelvo al camino con mi adarga al brazo".
Un siglo antes, el escritor ruso Iván Turguéniev (1818-1883) afirmó que "Cuando ya desaparezcan personas como don Quijote, tendrá que cerrarse el libro de la historia. No habrá nada que leer en él".



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