viernes, 24 de abril de 2015

Un mundo nos vigila
          
La información pública de las orgías que organizaban y pagaban algunos narcotraficantes colombianos para agasajar a los policías de la DEA (la agencia antidrogas de Estados Unidos) encargados de perseguir a sus anfitriones le ha dado la vuelta al mundo, y el escándalo ya le costó el cargo a la directora de la dependencia.
Un mundo nos vigila
Pero los agasajos sexuales para comprar voluntades es una práctica antigua y generalizada. Un buen fresco sobre la materia puede leerse en la novela policíaca El Padrino de Mario Puzzo. Y puede apreciarse con vívidos colores en la versión cinematográfica de Francis Ford Coppola.
Obviamente, la práctica del agasajo sexual para granjearse ánimos, comprar servicios futuros o pagar favores no es cosa exclusiva de narcos, gendarmes, jueces y fiscales. Se da en todos los negocios en los que se hace necesario aceitar la maquinaria productora de ganancias, sobre todo económicas. Se trata de una forma particular de corrupción.
Es equivalente a otras dádivas: una invitación a comer, un regalo, un viaje o, más descarnadamente, la entrega de una suma de dinero. Las formas pueden ser múltiples, pero la esencia es la misma: comprar la voluntad de alguien con el propósito de obtener algún beneficio o compensar un beneficio recibido.
Dada la antigüedad, la universalidad de la práctica y el amplio conocimiento social de su existencia, cabe preguntarse el porqué del escándalo mundial suscitado. La respuesta no puede ser más simple: es producto de las posibilidades técnicas para la amplísima, verdaderamente universal, difusión de un hecho realizado en la oscuridad, en la intimidad o en la clandestinidad, cual es el caso de los policías antinarcóticos exhibidos.
Hace algunos años, un antiguo amigo me refirió esta anécdota de cuya autenticidad no puedo dar garantías, pero de innegables efectos ilustrativos. Corría el año 1968 y estaba en su apogeo el movimiento estudiantil popular. Un joven estudiante de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional se le acercó al secretario de la Defensa con el propósito de sugerirle una estrategia malévola para liquidar la insurrección estudiantil en curso.
“Mi general -dijo el maquiavélico estratego-: tengo un plan para ayudar al gobierno. Yo puedo ponerlo en práctica, pero no quiero que se sepa que es cosa mía”. Ríspido e inteligente como era, el general Marcelino García Barragán contestó de botepronto: “Mire, cabrón: si no quiere que se sepa lo que va a hacer, pues no lo haga”. Y tenía razón el secretario de la Defensa, pues como enseña la sabiduría popular, todo se sabe o llega a saberse.
Esa sentencia de García Barragán es justa y aplicable hoy más que nunca. Fotocopiadoras, grabaciones en audio y video, filmaciones, escuchas clandestinas, computadoras, teléfonos inteligentes, redes sociales y, en general, el desarrollo del mundo electrónico y digital hacen posible, para bien o para mal, como reza el aforismo, conocer y difundir lo que hacen otros.
Esa fue la desgracia de los agentes de la DEA pillados en la orgía y de la propia directora de la agencia. Y esa fue también la desventura de Felipe Pérez Roque y Carlos Lage, altos funcionarios del gobierno cubano, ya defenestrados: un audiovideo oportuno los mostró como conspiradores para restaurar el capitalismo en la isla.
La realidad, dialéctica como es, nos revela en este caso sus dos caras: mayores posibilidades de información, difusión y conocimiento y, al mismo tiempo, mayores necesidades, para quienes tengan esa necesidad, de discreción, opacidad, sigilo e ignorancia pública. Porque hoy, como decía aquel pintoresco locutor mexicano especialista en ovnis, “un mundo nos vigila”.

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