martes, 26 de agosto de 2014

Un conflicto ascendente
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Por Pablo Jofre Leal

En una peligrosa escalada de tensiones, las autoridades rusas y estadounidenses se amenazan con mutuas sanciones, represalias, asignación de responsabilidades y la posibilidad, que este tira y afloja de medidas punitivas pueda afectar, significativamente, la debilitada economía de la Europa de los 28.

La estratégica ubicación de Ucrania, el gas ruso que pasa por su territorio camino a Europa, los intereses de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), el deseo de Estados Unidos de cercar a Rusia y la fuerte presión de Moscú, son elementos que deben ser considerados en la actual situación de inestabilidad en este país, cuyo nombre eslavo significa “territorio fronterizo”. Justamente esta condición de territorio colindante, entre Rusia y el mundo europeo occidental, es un punto determinante para entender la consideración de país estratégico.

Ucrania cuenta con 45 millones de habitantes, fuertes tensiones sociales y económicas entre un oeste más cercano a Europa, y un sur y este que se cobijan ante la sombra rusa, el segundo ejército más grande de Europa y, según datos de la de la Organización Internacional para las Migraciones, tiene un 15 % de su población en condición de emigrante, con cifras que signan en 350 mil ucranianos, principalmente jóvenes, que salen año a año en busca de mejores oportunidades allende los Montes Cárpatos.

Este marco demográfico, la creciente emigración, las dificultades económicas, los altos índices de corrupción y las escasas perspectivas de cambios profundos en la vida de millones de ucranianos explica, en parte, ese deseo de cambiar el actual estado de cosas y vislumbrar en otros -la Unión Europea (UE) o en Rusia- sus posibilidades de desarrollo. Sume a ello la incapacidad de los gobiernos ucranianos, tras la caída de los socialismos reales, de proporcionar un desarrollo económico, político y social, sustentable para Ucrania. Estas referencias suelen ser la explicación más aceptable, ante la explosión político-social que permitió sacar del ejercicio del poder a Víctor Yanukóvich, dando pasó a la actual administración del multimillonario Petro Poroshenko.

Sostuve en trabajos anteriores que los acontecimientos derivados del golpe de Estado en Ucrania, que derribó el Gobierno de Víctor Yanukóvich, el referéndum independentista en Crimea, que determinó la secesión de esta República Autónoma y su petición de incorporarse a la Federación Rusa y el actual estado de cosas entre Estados Unidos, la UE y Rusia muestra que la relaciones internacionales han vuelto, a ojos del mundo occidental, a reeditar la Guerra Fría y, en el caso ruso, a manifestar que en “su espacio” no permitirá que se le vuelva a cercar como se hizo tras el derrumbe de la antigua Unión Soviética (URSS). Ese es el marco político e ideológico que mueve a los contendientes en la crisis ucraniana.

Desde los Estados Unidos prima el pensamiento de considerar al Gobierno del presidente ruso, Vladímir Putin, como una especie de recreación de la antigua URSS. Las declaraciones de la exsecretaria estadounidense de Estado Hillary Clinton así lo signan “existe en Rusia un movimiento que trata de resovietizar la región…que lo llamarán Unión Aduanera, Unión Euroasiática o algo similar, pero donde tenemos claro cuál es el objetivo y determinaremos la manera más eficaz para frenarlo o impedirlo”.

Se suma a ese pensamiento, la opinión del exconsejero de seguridad del expresidente estadounidense Jimmy Carter y asesor en política exterior de la campaña presidencial del otrora senador Barack Obama, Zbigniew Brzezinsky -nacido en Polonia-, quien sostiene que “sin Ucrania, Rusia deja de ser un Imperio, mientras que con ella, primero comprándola y luego sometiéndola, se convierte automáticamente en Imperio”. Anquilosada visión, que ha movido las acciones del Occidente con relación a Rusia desde la Guerra en Chechenia, los sucesos en Georgia y maximizado ahora con Ucrania.

Leading From Behind

Estados Unidos, tras sus fracasos en Afganistán e Irak, principalmente, -ha concretado tres lustros de largas y costosas guerras de intervención, tras los atentados del 11 de septiembre del año 2001- ello ha generado no solo dificultades políticas internas, sino también enormes gastos militares para sostener su estrategia de intervención militar en el mundo, a través de lo que se conoce hoy como 'Leading From Behind' (dirigir desde atrás). Estrategia que comenzó a operar en Libia, donde Obama dejó que sus aliados europeos tomaran la iniciativa política, diplomática y finalmente militar, para derrocar a Muamar Gadafi y ahí llegar Washington para el reparto de los jugosos contratos para reconstruir lo que se había destruido y ver las mejores opciones para el petróleo y el gas libio. Con Siria se implementó la misma estrategia, dejando que las Monarquías del Golfo, Turquía y el régimen de Israel sean los artífices de la agresión contra Siria y Estados Unidos, articulando las sanciones y presiones contra Damasco.

En el caso ucraniano, Washington, si bien el 'Leading From Behind' se muestra palpable, se ha implementado una puesta en escena donde Polonia y Alemania son los caballos de batalla en esta política anti-Moscú, que se ha cuidado mucho de anunciar algún tipo de acción militar. Para el analista Enric Llopis “la opinión pública estadounidense, incluso su Congreso, está en contra de nuevas guerras y pensar en un enfrentamiento militar contra Rusia son palabras mayores. Sin embargo, el actuar de políticos como el senador John Mac Cain y la secretaria de Estado adjunta para Asuntos de Europa del Este, Victoria Nuland, han exhibido sin tapujos su apoyo a los rebeldes de la Plaza Maidan y eso hace deducir que Estados Unidos, pasivo, no ha sido”

Mientras el escenario geopolítico se mueve con velocidad. Rusia maneja sus piezas al mejor estilo de su famosa escuela de ajedrez: paso a paso, metódicamente, logrando cada uno de los objetivos que se ha propuesto. Hoy, Crimea, mañana, posiblemente, las zonas rusoparlantes del sur y el este ucraniano, de tal forma que pueda afianzar lo que considera el “mundo ruso” y garantizar el suministro de trigo, cereales, explotar los campos petrolíferos en la Península de Crimea, el transporte de gas por los gaseoductos Nord Stream y South Stream, y una salida libre, permanente y segura hacia el Mediterráneo desde sus bases navales y militares en Sebastopol y otras zonas en el mar Negro.

No es lo mismo intervenir en Kósovo, Afganistán, Irak o Libia, donde la maquinaria política, diplomática y militar de Estados Unidos y sus socios de la OTAN han actuado sin contrapeso, que en Ucrania. Entrar de lleno allí implica irrumpir de lleno en lo que el Gobierno de Vladímir Putin considera “parte del mundo ruso” y, por tanto, sujeto a garantizar su seguridad. Seguridad que tiene un sostén legal como es el Tratado de Partición del año 1997, firmado entre Ucrania-Rusia. Dicho acuerdo permite la presencia de tropas rusas en Crimea y su aumento unilateral, en números significativos y que hacen meditar a los “halcones” de Washington, Londres y Berlín, a la hora de pensar en soluciones militares.

Rusia no está dispuesta a quedarse de brazos cruzados frente a lo que considera una diplomacia del garrote contra su país y que pretende, a través del Departamento de Estado norteamericano, sumar a los países europeos, principalmente aliancistas “a objetivos geopolíticos que no son suyos”, como afirma la Cancillería rusa, en clara referencia a la injerencia estadounidense en los asuntos internos de Ucrania a través de la instalación del gobierno derechista de Petro Poroshenko y el apoyo político, económico y militar que se le está brindando a través de la OTAN y organizaciones militares privadas como Blackwater, G4S, Defion International y Aegis Defense Services, entre otras.

En la crisis que vive el sureste ucraniano, en las regiones rebeldes de Donetsk y Lugansk, principalmente, más allá de las escaramuzas militares, la presencia de tropas ucranianas en lucha contra milicianos separatistas o la necesidad de investigar a los responsables de la caída del avión de Malaysia Airlines, se están imponiendo al esfuerzo estadounidense y sus socios de la UE por imponer sanciones a Rusia, a quien acusan de estar detrás de los esfuerzos separatistas de la población rusoparlante de Ucrania e incluso de ser responsables del derribo del avión malasio, que significó la muerte de 293 personas, parte importante de ellas holandesas y científicos especializados en la investigación del SIDA.

Washington ha dispuesto una política activa para involucrar a la UE en las sanciones contra Moscú, avalando esta decisión en el marco de acusaciones contra el Gobierno de Vladímir Putin por el apoyo que estaría efectuando el Kremlin a los separatistas, con el propósito de desestabilizar al Gobierno de Kiev dirigido por el nacionalista Petro Poroshenko, aliado incondicional del Occidente. Esa política impulsada por el Premio Nobel de la Paz y presidente estadounidense, Barack Obama, ha significado la presencia del secretario de Estado norteamericano, John Kerry, en la mayoría de las grandes capitales europeas y en Kiev, para convencer a sus aliados de que las medidas políticas y económicas punitivas son el camino adecuado para golpear a Rusia.

El pasado miércoles, 30 de julio, el Diario oficial de la UE, publicó la lista ampliada de sanciones contra funcionarios del gobierno y empresas rusas que contabilizan, hasta el momento, 95 altos funcionarios impedidos de ingresar a países europeos y Estados Unidos, además del congelamiento de sus bienes en el extranjero. A ello se adicionan las medidas coercitivas a 23 empresas de un amplio espectro: la empresa Almaz-Antei, que produce los sistemas de misiles S-300, S-400, S-500; y la compañía aérea Dobrolet (subsidiaria de Aeroflot y que sirve los vuelos a Crimea y el Banco Nacional Comercial de Rusia. Los Estados Unidos, al margen de las sanciones en conjunto, establecieron las propias sobre empresas del sector petrolero y del sector militar, además de a tres bancos rusos: Bank Moskvy, Bank VTB y Rosseljósbank.

Para la analista Nazanín Armanian parte de las dificultades que enfrenta el Occidente frente al tema Ucrania radica en las presiones internas de los grupos más radicales de Washington, Londres y Alemania “EE.UU. padece el síndrome del “imperialismo ilimitado” como lo padecieron los monarcas del imperio Persa, Alejandro Magno, Napoleón o Hitler: no saben cuándo detenerse para al menos salvar lo conquistado. Obama, que estaba reconociendo los límites del poder estadounidense en el mundo -negándose a un ataque militar en Siria, replegando sus tropas en Irak y Afganistán-, se enfrenta ahora con la tremenda presión de los republicanos, que le acusan de falta de liderazgo en la política exterior y le piden establecer una “línea roja”, a sabiendas de que carece de alternativa eficaz”.

Un puñetazo al menos

Los políticos y militares estadounidenses tienen algo claro en esta crisis ucraniana: no se puede utilizar la fuerza militar contra Putin, pero, como medidas compensatorias, exigen que Obama propine unos puñetazos que indiquen que no lo dejarán actuar impunemente en una zona fronteriza con sus socios europeos. Rusia, a través de su Cancillería, ha calificado las acciones de castigo estadounidenses y europeas “como un intento de condenar al país por tener una política independiente y así eludir la responsabilidad que tiene el propio Occidente en el desarrollo de la crisis en Ucrania. Parece que la presión de las sanciones de EE.UU., que ya han pasado al nivel sectorial, tienen el solo objetivo de vengarse de nosotros por una política independiente e incómoda para EE.UU. Llamamos la atención sobre los obvios elementos de una competencia comercial y económica desleal en las acciones de EE.UU”, concluye la Cancillería moscovita.

Para el Gobierno de Moscú, así como para cada día un número mayor de analistas europeos y estadounidenses, el peligro que conlleva esta conducta punitiva es la de exponer a Europa a represalias económicas que pueden acrecentar la crisis que vive el Viejo Continente. Sobre todo en el sector energético, donde la autoridades de Gazprom han sostenido que sus precios al mercado europeo experimentarán un aumento, cuando precisamente Europa se prepara para entrar en los meses de otoño e invierno, que significan un evidente acrecentamiento en la utilización de gas natural, proveniente, en un tercio de su consumo, de los yacimientos rusos.

"Parece que la UE está dispuesta a experimentar graves costos económicos por la realización de planes geopolíticos dudosos, en vez de los suyos. Las sanciones en el sector energético provocarán inevitablemente el aumento de los precios en el mercado europeo de la energía", indicó la Cancillería rusa en un informe que despertó las alarmas en Europa y que tuvo su dardos también a Washington, a quien Moscú califica de tener una política miope y al cual también le llegará su turno y consecuencias tangibles al implementar sus medidas punitivas, “que no tienen otro propósito que el de encubrir la participación del Gobierno de Obama en las operaciones militares de Kiev en el sureste ucraniano”, subrayó Moscú.

Pero, no es solo el Kremlin quien advierte de los riesgos de implementar sanciones contra su país, sino que el propio Fondo Monetario Internacional (FMI), en un informe dado a conocer la pasada semana, señaló que “la actual crisis en Ucrania y las duras sanciones occidentales contra Rusia traerán consecuencias económicas negativas para la UE, con efectos adversos en la escala global”. Para este organismo lo sectores más perjudicados serán: el bancario, sobre todo en Austria, cuyas secuelas se propagarán a través de los canales de crédito en el resto de los países emergentes de Europa. A lo que hay que sumar el "riesgo significativo" de la suspensión de suministro de gas natural ruso a Europa.

Hoy, Rusia tiene la llave energética en sus manos y eso bien lo saben los europeos que reciben de tierras rusas el 30 % de sus necesidades de gas, del cual el 60 % pasa por territorio ucraniano, además de una impronta regional que le permite ser garante de la paz en Oriente Medio y detener los ímpetus de intervención militar directa del Occidente en Siria. Rusia no permitirá que su presencia en Crimea y su influencia en las áreas del sur y del este de Ucrania, donde la población rusoparlante es mayoritaria, le sea discutida. Se une a lo señalado la importancia agroalimentaria de Ucrania y Crimea, en particular, con la producción de trigo y cereales. El Departamento de Estado norteamericano ha estimado que Ucrania abastece el 17 % del total de trigo y maíz que consume el mundo, convirtiéndose en el tercer productor, tras Estados Unidos y Argentina. Producción que pasa en un 90 % por el puerto de Sebastopol.

La guerra no se sostiene solo en el campo de batalla, sino que tienen también su expresión en la vida cotidiana allende Ucrania. Las autoridades sanitarias rusas dispusieron ya la limitación en la compra de frutas y verduras de la vecina Polonia, como asimismo las importaciones de carne, pescado y cereales desde Ucrania. Se suma a ello la posibilidad de que Francia congele la construcción de dos portaviones que deben ser entregados a la flota Rusa en los próximos dos años en un contrato que supone 1300 millones de dólares. Decisión que difícilmente prosperará, vista la necesidad de tener en funcionamiento los astilleros franceses y los empleos que ello conlleva.

Un panorama nada auspicioso para una región que se debate entre los riesgos de una conflagración que amplíe su campo de acción y la cada día escasa posibilidad de llegar a acuerdos que traigan la paz al sureste ucraniano, convertido en campo de acción de las políticas de expansión de la OTAN, el espacio de ampliación de Alemania y la decisión rusa de no dejarse avasallar en esta contienda que se juega más que los deseos y aspiraciones de la población rusoparlante de Donetsk, Lugansk, Járkov o Novorossia, de constituirse en entidades separadas de Kiev.

anz

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