lunes, 1 de abril de 2019

Astillero
Puebla y BC: ganaría AMLO // Una suerte de referéndum // Panismo en crisis // A pesar de todo, B y B
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▲ En la explanada del Hospital de Especialidades del Centro Médico Nacional Siglo XXI, el titular del IMSS, Germán Martínez, puso en marcha el programa piloto para brindar ese servicio a trabajadoras del hogar. 
Foto María Luisa Severiano
 
Todo apunta a que Morena ganará las primeras dos elecciones estatales ordinarias que se realizarán después de la aplastante victoria presidencial y legislativa del año pasado. Pero, más que Morena (un movimiento de amplio espectro, que no logra una estructuración e institucionalización verdaderas como partido), el previsible ganador será nuevamente Andrés Manuel López Obrador, como personalísimo fenómeno mediático y político que transfiere su popularidad y arrastre a los candidatos a los cargos que sean y en las condiciones que sean.
Puebla y Baja California serán, en esas condiciones, una suerte de referéndum, informal pero plenamente indicativo, respecto al ánimo social ante la manera de gobernar de López Obrador, con la característica especial de que durante largo tiempo ambas entidades federativas han sido asiento de poder del panismo.
La modificación del escenario político poblano ha sido vertiginosa y fue producida por un suceso mortal que ha generado especulaciones varias. El panista Rafael Moreno Valle fue el jefe real de una facción política que sabía negociar con un abanico amplio de personajes, que iba desde la profesora Elba Esther Gordillo hasta el propio obradorismo. Obstinado en imponer a su esposa como virtual sucesora (aunque hubo un periodo de transición, con Antonio Gali como minigobernador de paso), lo logró de manera efímera, pues la gobernadora ya en funciones, Martha Érika Alonso, falleció junto con el propio Moreno Valle en lo que hasta ahora es considerado oficialmente como un accidente, sin visos de comisión intencional.
Las dos muertes poblanas significaron un giro total en la política estatal. El grupo hegemónico perdió al jefe que era el orquestador de alianzas dentro del alicaído Partido Acción Nacional y también con Morena y el obradorismo. Ahora, con Miguel Barbosa como candidato reincidente (impuesto de manera cantada por Yeidckol Polevnsky, ejecutora marcial de órdenes superiores) todo apunta a que el morenismo obtendrá el triunfo en Puebla que el morenovallismo impidió en el pasado reciente a golpe de fraude electoral.
Esa ruta de victoria morenista en Puebla no parece ser afectada por el forcejeo internoprotagonizado por Alejandro Armenta e impulsado por su coordinador de senadores, Ricardo Monreal. Distinto parece el panorama en Baja California, donde la victoria de Jaime Bonilla podría darse con una diferencia menor de la prevista, ante la irrupción de Jaime Martínez Veloz, quien ha mantenido una posición progresista a su paso por el PRI, PRD y, con brevedad, Morena. Coahuilense de origen pero partícipe de la política bajacaliforniana desde muchos años atrás, Martínez Veloz buscó ser candidato a gobernador, pero se le invitó a dejar que Jaime Bonilla, muy bien visto en Palacio Nacional, fuera el abanderado, razón por la cual se le había sembrado como superdelegado de programas federales en la misma entidad que ahora busca gobernar.
Como en Puebla y, antes, en Ciudad de México, en el proceso que asignó la candidatura a gobernar la capital del país a Claudia Sheinbaum y no a Ricardo Monreal, la postulación se fundó en supuestas encuestas de opinión que nadie ha conocido, más que la autoridad partidista anunciadora del resultado de origen fantasmal. De buscar la presidencia municipal de Tijuana, Martínez Veloz pasó a ser candidato a gobernador a nombre de una coalición de fuerzas que han decidido utilizar el registro del PRD.
A pesar de todo, la fuerza personal de López Obrador parece suficiente para que el panismo morenovallismo termine de ser desplazado de forma tajante de Puebla y que el panismo bajacaliforniano cierre ya un ciclo de 30 años de poder estatal ininterrumpido, desde que Carlos Salinas pagó a Acción Nacional con esa primera gubernatura para Ernesto Ruffo, la legitimación de facto que el panismo hizo al gobierno salinista acusado de haberse instalado mediante un fraude electoral.
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