miércoles, 29 de marzo de 2017

La disputa por las conciencias en México, siglo XIX
Carlos Martínez García

El predominio de la Iglesia católica en México durante tres siglos se topó con la decisión de enfrentarlo por parte de los liberales. Tras la consumación de la Independencia, en 1821, algunas voces abogaron por que la nación conservara privilegios al catolicismo pero sin exclusión de otras creencias, para lo cual era necesario abrirse a lo que entonces llamaban tolerantismo religioso.

Durante el primer liberalismo mexicano, en el que destacaron José María Luis Mora y Valentín Gómez Farías, se cuestionó el control ejercido por la Iglesia católica más allá del terreno religioso y se impulsaron medidadas para disminuir el uso del aparato gubernamental con el fin de facilitar logros en el ámbito eclesiástico. Fue así que, por ejemplo, el 27 de octubre de 1833 quedó abolido el papel de las autoridades civiles para obligar a que la población pagara los diezmos.

El reto a la hegemonía católica romana se tornó de dimensiones mayores a partir de 1856, y se intensificó en 1860 cuando Benito Juárez promulgó la Ley de Libertad de Cultos. En el fondo del proyecto juarista, y de quienes lo acompañaron con la idea de construir una nación nueva, estaba el propósito de construir un piso mental opuesto al heredado por la Colonia.

Gabriela Díaz Patiño da cuenta de las dimensiones y características de la disputa por las conciencias en su libro Católicos, liberales y protestantes: el debate por las imágenes religiosas en la formación de una cultura nacional (1848-1908), El Colegio de México, 2016. Ella observa que las reformas liberales que afectaron intereses de la Iglesia católica tuvieron lugar en varios países a lo largo del siglo XIX. A ello respondió la institución eclesiástica de distintas maneras con el fin de revertir los cambios que afectaban su preponderancia en la sociedad. La intervención del Estado en terrenos antes bajo el dominio de la institución eclesiástica se hizo al amparo de la ideología liberal, la que pugnaba por una nueva época definida por las ideas de progreso, razón, libertad e igualdad (p. 93).

La veneración de las imágenes religiosas católicas fue vista e impulsada por la jerarquía eclesial como dique para contener los embates del liberalismo y protestantismo. A su vez, uno y otro centraron buena parte de sus esfuerzos en vulnerar aquellas imágenes con el propósito de crear una ciudadanía cuyos referentes identitarios estuvieran libres, o acotados, del control tradicional de la Iglesia católica romana. La perspectiva en la investigación realizada por Gabriela Díaz Patiño es la de la historia cultural, entendida como el estudio de las prácticas a través de las cuales los individuos aprehenden y organizan la realidad social (p. 15).

Durante los papados de Pío IX (1846-1878) y León XIII (1878-1903) se buscó revigorizar la piedad popular mediante distintos recursos icónicos, redimensionamiento de fiestas patronales, ampliación de indulgencias, edificación de nuevos santuarios y peregrinaciones hacia ellos. Pío IX declaró dogma de fe la Inmaculada Concepción de María. Además hizo el centro de su reconquista religiosa la imagen del Sagrado Corazón de Jesús. En 1864, Pío IX publicó el Syllabus Errorum, en el que advertía sobre los efectos nocivos, según él, que tendrían en las sociedades postulados del liberalismo, como la libertad de pensamiento y la separación Iglesia-Estado. A partir del documento, enfatiza Gabriela Díaz, la devoción al Sagrado Corazón de Jesús tuvo un nuevo impulso en todo el mundo. Su representación figurativa se extendió por todas partes.

Con Juárez se forjó lo que la autora del libro llama una ofensiva liberal contra los espacios sociales y culturales de las imágenes devocionales. Al conjunto de disposiciones legales para secularizar al gobierno y sociedad del país, le acompañó la decisión de quitar a la Iglesia católica bienes materiales y simbólicos necesarios para la reproducción de su predominio económico y en las conciencias de la población. En la capital de la nación fueron expropiados conventos, seminarios, iglesias y otras propiedades, al tiempo que la remodelación urbana se llevó completamente o en parte edificaciones de gran importancia como centros de piedad religiosa para la Iglesia católica.

El otro actor en la obra de Gabriela Díaz Patiño es el protestantismo. La autora tiene el acierto de trazar la presencia de protestantes y logros para su causa antes de la Ley de Libertad de Cultos de 1860. Con esto queda implícito que no fue dicha norma promulgada por Juárez la que le abrió las puertas al protestantismo en México, sino que tal instrumento legal dio a los protestantes ya existentes en México la posibilidad de visibilizarse al amparo de las leyes. Cita varios casos de actividad protestante a partir de los años 20 del siglo XIX, lo cual le lleva a sustentar que entre 1826 y 1856 [es decir, antes de la Constitución liberal de 1857], mientras se daba la polémica sobre la conveniencia de establecer constitucionalmente la libertad de cultos en el país, de manera lenta pero sostenida, núcleos de protestantes lograron surgir en el país. Durante su establecimiento estos núcleos crearon formas y medios de difusión de sus creencias, y en el proceso buscaron construir una identidad religiosa a contracorriente de las imágenes de devoción veneradas en el catolicismo romano.

El libro de Gabriela Díaz Patiño muestra muy bien las transformaciones decimonónicas en el terreno de la espiritualidad y religiosidad del pueblo mexicano. Tales transformaciones fueron resultado de la disputa por las conciencias en la que contendieron, entre otros, católicos, liberales y protestantes.

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