Los inmaculados "apolíticos" en Honduras
La manipulación de larga data ejercida por los grupos dominantes sobre la sociedad hondureña, ha seguido en los últimos tiempos un patrón muy bien definido, que está destinado a que las mayorías de ciudadanos “comunes” opten por “aborrecer” la política, despreciar a los políticos y, sobre todo a alejarse de cualquier posibilidad de participación en la toma de decisiones del país.
Luce como la nueva época en la que la propaganda se dedica a desprestigiar a la clase política que alguna vez ayudó a construir, y de la cual ha llenado las pautas cotidianas de sus noticias. “Los políticos son malos, muy malos, por eso es que el sistema no ha funcionado, el sistema siempre es bueno”; este es el embuste mayor, junto a aquel de que lo mejor es vivir lejos de la ideología.
Como es claro, la política es el pan nuestro de cada día(junto al deporte y la religión) en un país poco educado, y menos proclive a ser crítico. Además, la sociedad hondureña está sometida brutalmente a la ideología capitalista neoliberal que impone modas, opiniones, estados anímicos, amores y odios, miedos y ansiedades, incertidumbres y muchas emociones más que obnubilan por completo a las mayorías que pasan inmóviles buscando como subsistir individualmente, olvidando por completo la naturaleza colectiva de vivir bien.
Una herencia letal de las tres décadas de la “alternancia en el poder” y la democracia “made in USA” es la construcción de un individuo sin propósitos, sin aspiraciones (que no tengan que ver con dinero), fácil de manipular, enemigo acérrimo de la lectura porque se cansa después de leer tres oraciones, y cuyo conocimiento total está basado en tres fuentes fundamentales: la religión, los medios y el consumo. Obviamente ese individuo es un ávido repetidor de lo que dicen otros, los especialistas, aquellos que emiten opiniones y forman conceptos, y que son cuidadosamente seleccionados por el sistema para ser sus imágenes.
Irónicamente, el sistema nos lleva hasta un punto tal que tenemos la sensación de encontrar puntos irreconciliables en debates cargados de absurdos que lo que menos tienen son ideas. Si, el sistema llega incluso a imponer las imágenes de la izquierda. Los medios de comunicación escogen cuidadosamente a que “izquierdista” van a entrevistar. Nada se deja al azar, nada es más evidentemente ideológico que lo que perciben los individuos.
Además, la cosa se agrava porque nuestras aulas universitarias producen profesionales acríticos, reproductores de todo lo que el sistema quiere e incapaces de crear vías alternativas. Como norma, mientras más alto es el nivel de educación formal más manipulable es el individuo, que en tres generaciones perdió todos los derechos que otros lucharon por ganar, y no se dieron cuenta en que momento pasaron a vivir la comodidad del “sálvese quien pueda”.
Para la derecha gobernante el ambiente es maravilloso; no necesita formar cuadros, ni formular nuevas teorías. Las opiniones en los diarios llaman a carcajadas (o a lagrimas) con argumentos descabellados, absurdos y, muchas veces estúpidos, que resultan ser verdades indubitables para aquel sector “privilegiado” que compra los periódicos o ve noticias. En Honduras es más peligroso para el futuro del país el que se informa que el indiferente, por muy alienado que esté.
Por otro lado, los gobiernos no necesitan mucho conocimiento, todas las recetas les llegan de fuera, y si resultan mal, vienen otras nuevas. Así las cosas, es posible ver en el Congreso Nacional (donde se concentra la crema y nata de lo que es el prototipo del político hondureño), especialmente en el bipartidismo gobernante, un conjunto de sujetos muy bien entrenados, a pesar su virtual analfabetismo. Su motivo principal para participar en política es encontrar un modo de hacerse ricos y convivir con la clase dominante.
La cuestión es llamativa, la mayoría de estos ciudadanos no participa en la toma de decisiones (aunque muchos quizá creen que sí) ni saben de donde provienen las leyes que aprueban. Seguramente están muy lejos de pertenecer a los grupos de poder, y encima de todo son profundamente ignorantes, por lo que los perjuicios que causan al país son inmensos e incontables. Claro, muchos sienten que pertenecer a este grupo es más bien una vía de rápido desprestigio, y la manipulación mediática les hace creer que deben mantenerse por encima de esa podredumbre; la gloria es mantenerse apolítico, al margen.
Según el estereotipo de un político medio, este no necesita ser orador; lo que necesita saber se lo dice un experto en mercadotecnia electoral, y no tiene necesidad de proponer nada que salga de su iniciativa. Básicamente, es un individuo obediente, bien domesticado, que nunca cambiara su rumbo, a menos que sea por más dinero, y que está convencido de ser sumamente ambicioso y codicioso. El credo le indica que en su mundo no hay reglas, que todo se vale, y que patria, soberanía, justicia, lealtad y solidaridad son pendejadas de esos puritanos que no “le entienden al business”.
¿Y los más pobres?, esos están forzados a ser más pragmáticos. Ellos asumen de antemano que todo político es mentiroso y que nunca cumplirá nada de lo que ofrece, por eso es necesario “sacarle” lo más posible mientras es aspirante. De aquí que la imagen que tienen los políticos de la política sea sumamente grotesca: no se requiere leer “mucha pendejada”, se ocupa billete para celebrar el día del niño, el día de la madre, la navidad, el día de la mujer, pasarle “raja” a los periodistas y prepararse para gastar un vehículo durante la campaña.
Un país donde ser político es tan básica no tiene opciones de nada. No debería sorprender que este país sea tan atrasado, tan servil al imperio, y que crea las cretinadas que dice el gobierno de Juan Orlando Hernandez que todos los días proclama que “Honduras está cambiando”, mientras esto se ha vuelto un infierno que Dante no habría podido imaginarse ni drogado.
Este es el caldo de cultivo perfecto para ensayar cualquier conspiración; en las mentes de la gente no existe prácticamente resistencia, y el descontento creciente se convierte fácilmente en frustración, que muy pocas veces sirve para elevar las capacidades colectivas de acumular fuerzas. Da la impresión de que mientras más débil vemos al gobierno por todas sus medidas impopulares, por todos sus excesos, por su entreguismo, más fuerte luce. Y un individuo frustrado es más inofensivo que uno amarrado.
Hay un paradigma impuesto en la sociedad que implica que decencia y política son elementos irreconciliables; esta frase tan burda como extendida, mutila la posibilidad de muchos de convertirse en agentes de transformación de la sociedad. A todo esto, debemos sumar fundaciones y ong que pululan y compiten para pagar la “formación” política de movimientos sociales y partidos políticos de donde conseguimos feministas que odian ambientalistas (al menos a los machistas), machos que odian a los grupos lgtbi, jóvenes que detestan a los viejos, en fin, todos contra todos, nadie contra lo que nos hace daño.
Entonces concluimos que la relativamente cómoda posición de “apolítico”, por inmaculada que sea, es fatal para nuestro país, y convierte a un amplio sector de la sociedad en cómplice por omisión de la desastrosa situación en la que nos encontramos. No cabe la menor duda que la construcción ideológica dominante es fuerte; que la mentalidad “Coca Cola” paraliza, y mantiene a raya los individuos que podrían dar pasos decisivos hacia una colectividad victoriosa.
Peor aún es la posición “apolítica” de aquellos que entendemos esto y optamos por mantenernos al margen. La idea de “libertad” de pensar y decir lo que queremos es dañina, y aniquiladora de nuestras opciones. Los intelectuales y académicos, lejos de las esferas de decisión, terminan emitiendo opiniones singulares, desinformadas y erróneas. Renunciar a la organicidad, a la militancia, so pretexto de la “neutralidad” científica solo beneficia y profundiza nuestra tragedia.
Ser intelectual de izquierda inorgánico es tan terrible como ser militante de izquierda de manuales. ¿Qué gran praxis podremos llevar adelante sin una teoría adecuada?, ¿qué buena teoría puede resultar de la desconexión con la cotidianeidad, con la vida de las mayorías, sin actuar para cambiar? Estas cosas han llevado a muchos a considerarse “la izquierda verdadera” sin hacer nada más que vivir de la lucha, mientras se repiten argumentos trillados como aquel de “no están dadas las condiciones objetivas y subjetivas” como si estas fueran dos señoras que llegaran el día que se les ocurra, menos hoy.
Siguiendo la lógica de este escrito, es muy posible que sean muy pocos los que lleguen a leer este párrafo. Sin embargo, esos pocos podrán debatir sobre la obligación que tenemos algunos de luchar por cambiar esta realidad, por incorporar individuos valiosos a la vida organizada y política, ir acumulando fuerzas. Si se piensa bien, el comenzar es lo más difícil
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