USA: Fusilamientos y Cumbre de las Américas
Escrito por Nicanor León Cotayo
A unas dos semanas de iniciarse en Panamá la nueva Cumbre de las Américas, se habla sobre fusilamientos en Estados Unidos.
La Associated Press (AP) transmitió un despacho cablegráfico bajo el título: «Una mirada a los fusilamientos en Utah».
Firmado por Brady McCombs, dice que este lunes el gobernador del estado, Gary Herbert, firmó la ley que reitera su vigencia a los pelotones de fusilamiento.
No resulta un hecho nuevo, hace 40 años lo ejecutan allí.
Tiene lugar cuando no hay drogas para inyecciones que arranquen la vida a reos de su pabellón de la muerte.
Utah y otros estados norteamericanos tienen dificultades para mantenerlas, pues fabricantes europeos, contrarios a la pena de muerte, se niegan a elaborarlas.
El Nuevo Herald narró frívolamente en Miami cómo llevan a cabo esa tétrica ceremonia.
«Sientan al prisionero en una silla, ubicada frente a un panel de madera y entre sacos de arena que impiden el rebote de balas».
Y luego prosigue con el mismo tono dramático:
«Se coloca un blanco sobre el corazón del recluso, los fusileros apuntan al pecho, no a la cabeza, porque es un blanco más grande».
El condenado tiene dos minutos para pronunciar sus palabras finales.
Cinco fusileros se sitúan a unos ocho metros de la silla, con sus rifles Winchester calibre 30 apuntados a través de huecos en una pared.
«Si aciertan el blanco, el prisionero muere rápidamente de hemorragia».
En el 2010, Ronnie Lee Gardner, penúltimo ejecutado por fusilamiento en Estados Unidos, murió tras dos minutos.
¿Cómo escogen a quienes disparan? Entre policías voluntarios, sobre todo vecinos del lugar donde ocurrió el crimen.
Sus identidades son desconocidas y uno de los fusiles tiene salva, para que nadie sepa quién realizó el disparo fatal.
La antesala de ese suceso es el «pabellón de la muerte», famoso por las escalofriantes historias que acumula. Baste recordar solo dos para sintetizarlas.
A principios de diciembre último, la BBC de Londres transmitió un reportaje titulado: «Los enfermos mentales del corredor de la muerte en Estados Unidos».
Abordó el caso de Scott Panetti, 56 años, diagnosticado con esquizofrenia en 1978 y recluido en hospitales once veces por sus alucinaciones.
Le ratificaron la enfermedad en 1992; luego que asesinó a sus suegros le condenaron a morir, rehusó un abogado y asumió la autodefensa.
Fueron tantas las solicitudes para detener la ejecución, señalada para el tres de diciembre, que la «congelaron» sin fecha de retorno.
El otro caso correspondió a una mujer, Suzanne Basso, 59 años de edad, ejecutada en Texas porque asesinó a un hombre con retraso mental.
Una información de la Associated Press (AP) del seis de febrero de 2014 prosiguió así el capítulo:
«Postrada en su silla de ruedas, Basso fue trasladada a la cámara de muerte, donde tardó 11 minutos en morir.
«Ella había estado 14 años en el corredor de la muerte y estaba inválida, su defensor aclaró que sufría problemas mentales y no estaba consciente de que la iban a matar».
Casos como esos, tan fuertemente relacionados con los derechos humanos, merecen un espacio en los debates de la Cumbre de las Américas, tanto en los oficiales como en los paralelos, para evitar que asuntos muy agitados por algunos resulten vacíos e hipócritas.
Firmado por Brady McCombs, dice que este lunes el gobernador del estado, Gary Herbert, firmó la ley que reitera su vigencia a los pelotones de fusilamiento.
No resulta un hecho nuevo, hace 40 años lo ejecutan allí.
Tiene lugar cuando no hay drogas para inyecciones que arranquen la vida a reos de su pabellón de la muerte.
Utah y otros estados norteamericanos tienen dificultades para mantenerlas, pues fabricantes europeos, contrarios a la pena de muerte, se niegan a elaborarlas.
El Nuevo Herald narró frívolamente en Miami cómo llevan a cabo esa tétrica ceremonia.
«Sientan al prisionero en una silla, ubicada frente a un panel de madera y entre sacos de arena que impiden el rebote de balas».
Y luego prosigue con el mismo tono dramático:
«Se coloca un blanco sobre el corazón del recluso, los fusileros apuntan al pecho, no a la cabeza, porque es un blanco más grande».
El condenado tiene dos minutos para pronunciar sus palabras finales.
Cinco fusileros se sitúan a unos ocho metros de la silla, con sus rifles Winchester calibre 30 apuntados a través de huecos en una pared.
«Si aciertan el blanco, el prisionero muere rápidamente de hemorragia».
En el 2010, Ronnie Lee Gardner, penúltimo ejecutado por fusilamiento en Estados Unidos, murió tras dos minutos.
¿Cómo escogen a quienes disparan? Entre policías voluntarios, sobre todo vecinos del lugar donde ocurrió el crimen.
Sus identidades son desconocidas y uno de los fusiles tiene salva, para que nadie sepa quién realizó el disparo fatal.
La antesala de ese suceso es el «pabellón de la muerte», famoso por las escalofriantes historias que acumula. Baste recordar solo dos para sintetizarlas.
A principios de diciembre último, la BBC de Londres transmitió un reportaje titulado: «Los enfermos mentales del corredor de la muerte en Estados Unidos».
Abordó el caso de Scott Panetti, 56 años, diagnosticado con esquizofrenia en 1978 y recluido en hospitales once veces por sus alucinaciones.
Le ratificaron la enfermedad en 1992; luego que asesinó a sus suegros le condenaron a morir, rehusó un abogado y asumió la autodefensa.
Fueron tantas las solicitudes para detener la ejecución, señalada para el tres de diciembre, que la «congelaron» sin fecha de retorno.
El otro caso correspondió a una mujer, Suzanne Basso, 59 años de edad, ejecutada en Texas porque asesinó a un hombre con retraso mental.
Una información de la Associated Press (AP) del seis de febrero de 2014 prosiguió así el capítulo:
«Postrada en su silla de ruedas, Basso fue trasladada a la cámara de muerte, donde tardó 11 minutos en morir.
«Ella había estado 14 años en el corredor de la muerte y estaba inválida, su defensor aclaró que sufría problemas mentales y no estaba consciente de que la iban a matar».
Casos como esos, tan fuertemente relacionados con los derechos humanos, merecen un espacio en los debates de la Cumbre de las Américas, tanto en los oficiales como en los paralelos, para evitar que asuntos muy agitados por algunos resulten vacíos e hipócritas.
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