ARCHIVOS PARLANCHINES: La Milagrera de los Cayos
Escrito por
Orlando Carrió / Especial para CubaSí
Personificación de Antoñica Izquierdo en el filme Los días del agua, de Manuel Octavio Gómez.
Foto: Tomada de Internet
A mediados del siglo anterior vivió en el intrincado barrio Cayos
de San Felipe, en Pinar del Río, una guajira de origen canario que, a
pesar de su pobreza atroz, empieza a curar los males del cuerpo con
agua… solo con agua.
A mediados del siglo anterior vivió en el intrincado barrio Cayos de
San Felipe (en tierra firme, no en los cayos propiamente), en Pinar del
Río, una guajira de origen canario que, a pesar de su pobreza atroz,
empieza a curar los males del cuerpo con agua… solo con agua. No importa
que los políticos y los doctores de la época la ataquen sin piedad,
junto a muchos escépticos; ella está segura de la grandeza de su misión
y, entre sus muchos rezos ininteligibles, levanta la moral de los
enfermos con una frase que está inscripta en la historia: «Perro
maldito, para el infierno».
Antoñica Izquierdo o la Virgen de los Cayos, como la bautizaron
algunos devotos, nace en la finca Las Ayudas en 1899, y es la sexta de
los trece hijos que tienen Matías Izquierdo y Rosalía González,
inmigrantes canarios establecidos en Vueltabajo a fines del siglo XIX.
En 1915 se une en matrimonio con un vecino de la finca, un campesino
tabacalero pobre, y de esta unión nacen siete vástagos que son criados
en un hogar donde las doctrinas del catolicismo empiezan a ser devoradas
por unas supersticiones espiritistas que, al parecer, provienen del
otro lado del Atlántico.
Antoñica es una mujer analfabeta, flaca y llena de parásitos, que
tiene los pies pétreos por la desnudez y el pelo negro ralo recogido en
un perenne y descuidado moño. Viste con una vieja y larga túnica que le
llega hasta los tobillos y su caminar se hace, por momentos, torvo y
misterioso. Tiene una imagen de ermitaña o vagabunda no exenta de cierto
aire conventual.
La verdadera Antoñica Izquierdo.
La verdadera Antoñica Izquierdo.
Sin embargo, esta inopia no le impedirá saltar muy pronto a la fama y atraer las miradas atentas de miles de tullidos y menesterosos. El sociólogo cubano Daniel Álvarez Durán, en la crónica de Radio Enciclopedia «La penitencia, Antoñica y los poderes del agua», narra:
«Su hijo menor de dos años padeció de calenturas muy altas hasta
llegar a un grave estado de salud y ella, por lo precario de su
economía, no logró que lo atendieran en el hospital y agotó, sin éxito,
los recursos de la medicina verde y de los remedios. Esto la precipitó a
un escenario de desespero. Entonces tuvo la revelación, el 8 de enero
de 1936; en su mente se le apareció la imagen de la Virgen María, que le
dijo: “No te preocupes, tu hijo no morirá”. Y le recomendó meterlo
debajo de un chorro de agua que caía de las canales del bohío, y así lo
hizo, y el muchacho se curó».
Dicen que Antoñica, presa de un irrenunciable misticismo, recibe otra
visita de la Virgen, en la cual le pide que proteja a todos los
infelices de la tierra, a quienes debe curar sin cobrarles ni siquiera
un centavo y sin medicinas, solo con agua de ríos, pozos y arroyos,
administrada en diferentes cantidades, de acuerdo con la gravedad de la
enfermedad.
Sea o no real esta afirmación, lo cierto es que varias familias se
agrupan a su alrededor, con el fin de beneficiarse de sus poderes
celestiales, y largas caravanas de peregrinos a pie, a caballo o en
carreta, procedentes de toda Cuba, acampan en los alrededores de su
humilde bohío de guano, convertido ahora en un santuario. Según varios
diarios de esos años, muchos desahuciados esperan entre cinco y seis
días para ser vistos por ella.
A la curandera se le podía ver desde la mañana hasta la noche
atendiendo a los necesitados, a pesar de su cansancio, hambre y sed. Su
ritual es sencillo e invariable: rocía varias veces la cabeza del
doliente con agua fresca salida de una palangana, al tiempo que repite
como una letanía su ya conocido grito de batalla: «Perro maldito, para
el infierno»… «Perro maldito, para el infierno»… A la vez, traza una
cruz con los dedos en el aire y realiza otros artilugios que le agregan
dramatismo a su espectáculo.
Lamentablemente, la ardiente de Antoñica se pasa pronto de la raya y
se transforma en una guía espiritual que se aprovecha de la miseria, la
patética ignorancia y el oscurantismo de sus conciudadanos, a quienes
pide que destruyan sus documentos de identidad, abandonen cualquier
filiación política o social, no se registren en los censos electorales y
no acudan nunca a las urnas. Sus fieles deben también echar a la basura
las medicinas, no acudir jamás a los hospitales y sacar a los niños de
las escuelas. ¡Casi nada!
Por supuesto, muy pronto la sanadora se gana el odio de la
partidocracia, huérfana ahora de votantes, y de los doctores, que ven
disminuidas sus clientelas en la región.
El 14 de abril de 1936 es denunciada en el Juzgado Correccional de
Viñales por ejercer de manera ilegal la medicina, pero finalmente es
absuelta por falta de pruebas. De ahí la trasladan hacia Consolación del
Sur, donde se le celebra un nuevo juicio, acusada esta vez de coacción a
los electores. En esta ocasión, tampoco es condenada, porque el pueblo
se lanza a las calles para pedir a gritos su libertad y su hermana logra
esconderla en su casa, ubicada en Valle Isabel María, en el municipio
pinareño de Minas de Matahambre.
No obstante, la tranquilidad le dura poco. A finales de 1944, año de
cambio de presidente, los políticos de esa localidad la inculpan por
volver a obstruir las elecciones y, de inmediato, es presentada ante la
Audiencia de Pinar del Río por mostrar síntomas de demencia. Luego de
muchas trampas legales, es recluida en Mazorra, donde muere el 1ro. de
marzo del año siguiente. Sus biógrafos siempre han indicado que Antoñica
sufre mucho por la falta de agua que padece ese centro hospitalario de
La Habana en ese tiempo.
Tras su muerte, algunos de sus antiguos pacientes, fuertes y robustos
gracias a sus «milagros», fundan la secta Los Acuáticos que, desalojada
de sus tierras por el senador Pedro Blanco, se refugia en el Valle del
Cuajaní, en la Sierra del Infierno, perteneciente a Viñales, a donde
solo se puede llegar caminando o a caballo.
Allí, estos piadosos se dedican al cultivo del tabaco, la malanga y otros productos para la subsistencia familiar; se «curan» con las aguas de un manantial cercano, y mantienen vivas las prédicas de Antoñica Izquierdo, basadas en la fe y el delirio.
Allí, estos piadosos se dedican al cultivo del tabaco, la malanga y otros productos para la subsistencia familiar; se «curan» con las aguas de un manantial cercano, y mantienen vivas las prédicas de Antoñica Izquierdo, basadas en la fe y el delirio.
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