miércoles, 12 de junio de 2019

Aquel 10 de junio
 
El contingente de la Facultad de Derecho se incorporó atrás de la Prepa Popular y así iniciamos la marcha que después de un largo tiempo por fin salía a las calles del entonces Distrito Federal. Esa tarde la temperatura era magnífica y a pesar del nerviosismo colectivo había la resolución de marchar, desafiar al régimen echeverrista y volver a ganar la calle como consigna de los grupos estudiantiles más radicales. La marcha estuvo marcada por una intensa polémica entre organizaciones políticas de izquierda sobre la conveniencia de salir a la calle o realizar un acto en la Universidad o el Politécnico. Los tres años anteriores los estudiantes habían experimentado manifestaciones en la vía pública, pero la mayoría habían sido bloqueadas por los cuerpos de seguridad. Mientras transcurrían los dos últimos años del sexenio de Gustavo Díaz Ordaz la actividad política del movimiento estudiantil se constriñó al campus. Se salía en brigadas buscando influir en colonias populares y en la clase trabajadora sólo para comprobar cada 1º de mayo quién tenía el control sobre esa clase. A pesar de que arengábamos y distribuíamos propaganda contra el control charro de la CTM entre las filas de los trabajadores que cada Día del Trabajo salían por miles en marcha, los golpeadores de esos contingentes apenas si nos tomaban en cuenta, quizá porque nos veían muy chavos e inexpertos. Además, con métodos más sofisticados estudiantes e intelectuales ensayaban programas de educación política en barrios populares o en áreas rurales, siguiendo parcialmente el experimento de San Miguel Topilejo, comunidad campesina que hasta las últimas consecuencias se mantuvo al lado del movimiento durante 1968. Sin embargo, por las condiciones de riesgo en la Facultad de Derecho, sus activistas eran más bien prácticos, con cierto menosprecio por la actividad intelectual y académica. La consigna de no al academicismo y sí a la acción política prevalecía entre el grupo de activistas de derecho, la mayoría de ellos anarquistas, poco proclives a los círculos de estudio, aunque nunca dejaron de leer. Me sorprendió cómo en una tarde de verano, sentados en las islas de Ciudad Universitaria, Gilberto Argüello, intelectual del Partido Comunista, pudo mantener su atención hasta por tres horas explicando la situación de México a través de su historia y su relación con el mundo. Los estudiantes de la Juventud Comunista en ese turbulento ambiente de la facultad pudimos plantear la mayoría de las propuestas coherentes y los programas políticos a desarrollar, pero siempre discutiéndolos con el resto del comité hasta lograr consenso. Nuestra relación con las otras facultades se daba mediante el Comité Coordinador, pero éramos poco proclives a protagonizar conferencias de prensa. Los últimos meses de 1969 fueron particularmente agitados. Estaba por definirse quién sería el candidato del PRI a la Presidencia; Alfonso Corona del Rosal y Luis Echeverría punteaban en la pugna intrapartidista. En medio de esa tensión, el 20 de octubre por la noche, en el estacionamiento de la facultad fue asesinado Miguel Parra Simpson, estudiante del último semestre y simpatizante del Comité de Lucha. El crimen cometido por porros menores que repartían volantes contra el movimiento estudiantil y los presos políticos, tenía alcances fuera del campus. La provocación buscaba encender los ánimos en un ambiente en que las porras profesionales servirían de contrapeso a los estudiantes cuyo de­rrotero estaba marcado por la liberación de los presos políticos y la reforma universitaria.
El 10 de junio de 1971 la marcha fue bloqueada primero por los granaderos, pero el plan consistía en encajonarnos por bloques, para aislar la cabeza y comunicación de la marcha y facilitar la acción los Halcones, cuerpo paramilitar formado en el sexenio de Díaz Ordaz. Pese a su disciplina militar, al principio los Halcones fueron rechazados, pero al reaparecer con armas de alto poder supimos que la teníamos perdida y, desde el sitio privilegiado donde nos encontrábamos, a gritos condujimos a parte de los despavoridos contingentes hacia una avenida. En la noche, en un recuento de quiénes faltaban por re­portarse al comité, acudimos a las oficinas de Excélsior, que publicó sus nombres al siguiente día. Eso permitió que pronto aparecieran y al menos se nos quitaba una preocupación. Pero hay algo que a pesar de los años no logro explicarme: nunca lloramos por los muertos, aunque fueran cercanos. Quizá fue la actitud de aferrarnos a la vida o quizá no tanto saber (como un proceso consciente de comprender), sino de sentir instintivamente que los próximos podríamos ser nosotros en la cadena de represión y muerte con que el poder se aferraba a seguir reciclándose. Muchas experiencias después me enseñaron a ver las apasionadas discusiones de la izquierda, culpándose unos a otros de reformistas o de traidores, como pérdida de tiempo ante las crisis y amenazas reales del poder.
Rindo aquí humilde homenaje a los compañeros del Comité de Lucha de la Facultad de Derecho: Pedro Castillo, Antonio Castillo Deloarte, Castillito, Carlos Arango, Napoleón; José Jacques Medina, Pablo Sandoval Ramírez, Cecilia Soto Blanco, Francisco Gordillo y Manuel Mirón Lince, El Rojo. Como ha documentado el investigador René Ontiveros, tras el 10 de junio el Comité de Derecho entró en una espiral de descomposición de la que ya no se recuperaría (Rivas Ontiveros, José René. 2007. La izquierda estudiantil en la UNAM: organizaciones, movilizaciones y liderazgos, 1958-1972. México, UNAM-Porrúa).
*Profesor e investigador de El Colegio de Sonora

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