5G: Pinky en el mundo digital
Ilán Semo
Imaginemos un satélite capaz de filtrar imágenes de la Tierra donde sólo aparecieran las señales que emiten nuestros dispositivos digitales (celulares, laptops,
controles, Pcs…), las conexiones se verían en color azul, los mensajes
en tenues líneas blancas. Probablemente, el efecto sería muy parecido al
que se obtiene cuando se fotografía un cerebro humano con tecnología
3D. Un enjambre pulsante de nerviosas conexiones.
Un cerebro, que al igual que el cerebro humano –aunque sin muchas de
sus funciones– tendría su propio discurrir fuera del alcance de la
voluntad de quienes integra como cuerpo. En este caso, el planeta
humano. La paradoja sería que lejos de acercar a cada uno de los cuerpos
que lo componen los habrá abismado entre sí a tal grado que quede poco o
nada de su inmanencia. Porque si algo ha traído consigo la conectividad
digital es la más grave crisis de la presencia que se recuerde en la
historia de la modernidad.
De alguna manera hemos dejado de ser seres para convertirnos en
usuarios. Embotados y aislados durante horas y horas al día somos
abducidos por el vértigo de las energías y los deseos que se evaporan en
la red. Tan sólo para encontrar que lo que antes llamabamos
realidades un simple páramo o un pie de página de lo que nos ha ocurrido –o mejor dicho: no sucedido– en el incrédulo abismo de las pantallas de cristal líquido. Como en la fatal predicción de Niklas Luhmann, frente al exocerebro digital, el ser humano aparece como su simple y maleable entorno.
Hasta hoy la conectividad del sistema se regía por la tecnología de
Cuarta Generación, 4G. Una conectividad basada en redes de microondas
que llegaban hasta nuestros cuerpos a través de la telefonía celular.
Incluso cuando se empezo a divulgar hace década y media en su versión
3G, se suponían graves efectos biomentales: angustia, insomnio,
depresión… hasta los más severos: cáncer y tumores. Sin duda los produce
sin alcanzar todavía sus variantes más agravantes.
Lo que está por inaugurarse en los meses próximos es la denominada
Quinta Generación de los sistemas de conectividad, la tecnología 5G. La
diferencia con la 4G es que sus ondas son más cortas, precisas y
manipulables. Y habrá de permitir la conexión ya no sólo de celulares,
sino de todos los artefactos denuestra geografía cotidiana: automóviles,
televisores, puertas, estufas, camáras, baños, camas, lo que se quiera.
El dilema es que en estas frecuencias, las microondas ya no son
traslúcidas a los muros, los árboles y los parques. De ahí que sea
preciso instalar cajas celulares cada 100 o 150 metros en edificios,
calles, casas y departamentos, parques y paradas de transportes. En los
próximos años, 20 mil satélites habrán de proveer esta tecnología, que
en palabras de una de sus más firmes detractoras, la doctora. Sharon
Goldberg, habrán de
cocinar a la humanidad con radiación de microondas.
Las impugnaciones a la tecnología 5G datan desde 2017 en un documento
firmado por 185 científicos notables de 35 naciones. Hace poco, en una
audencia en Washington, el senador Patrick Colbeck recogió una cantidad
impresionante de estudios y testimonios que mostraban los efectos
biomentales devastadores de la 5G.
Las compañías imbricadas en su desarrollo y diseminación han desoído
por completo las críticas. Es muy simple. La 5G traerá consigo
la necesidadde cambiar ¡todo! el parque celular del planeta y renovar la mayoría de los artefactos que nos rodean, desde el cochecito de juego de los niños hasta el automóvil. Una nueva fuente casi infinita de acumulación de capital.
Es aquí donde la Casa Blanca en alianza con Google ha entrado en
conflicto con Huawei, la compañía china de tecnología digital. El
argumento principal de Washington es que Huawei –léase: el Estado chino–
pondrá en peligro la seguridad nacional de Estados Unidos. Lo que no
dicen es que Google y las empresas estadunidenses pondrán bajo la
vigilancia más inimaginable a la mayor parte de sus habitantes y una
buena parte de la ciudadanía de Occidente. La 5G volverá transparentes
todas y cada una de las acciones de los individuos en su habitat
cotidiano.
La discusión parece entresacada de esa vieja caricatura que circuló en la década de los años 90, Pinky y Cerebro, que ironizaba sobre los sueños de control mundial. Cada capítulo daba inicio siempre de la misma manera:
“-¿Qué vamos hacer hoy?- preguntaba Pinky.
“-Vamos a conquistar el mundo- respondía Cerebro.”
Y Pinky, que era el supuesto bobalicón del par, se encargaba de refutar todas las ambiciones de Cerebro.
La diferencia es que la 5G sí ofrece una precisión de control sobre
deseos, voluntades y acciones que incluso hoy resulta inconcebible. En
realidad, la discusión ya ha llegado a México. Todo el debate sobre la
necesidad de ampliar Internet a una cobertura nacional no es en realidad
más que la fachada donde se dirimen los intereses que habrán de definir
a la teconología dominante en México. ¿Cablear con cables de fibra
óptica el territorio o adquirir satélites que hagan posible la
implantación de la tecnología 5G? El más grave error sería dejar todo en
manos de la 5G.
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