Ahora Brasil… ¿Cuándo diablos aprenderemos?
Por: L. Alberto Rodríguez
| Foto: Reuters
Lo mismo ocurre con los gobiernos de izquierda y populares. Todo se va al carajo si se establecen alianzas con los polos enemigos de la clase trabajadora. Se es, o no se es.
¿Cuándo aprenderemos? El golpe parlamentario en Brasil era innecesario. No debió ocurrir. Y no, no por la evidente injusticia perpetrada por los capitalistas contra la presidenta Dilma Roussef. Eso es claro; ha sido un crimen político, una injusticia monumental. Pero no es sólo por eso; sino porque desde el primer ascenso de Lula, su gobierno decidió conciliar al capital con el socialismo, y esa es una estupidez que se paga caro.
¿No? Revisemos lo ocurrido con Salvador Allende, el primer, y el gran ejemplo de esto. Algo que la Unidad Popular no previó, pero que en lo subsecuente nadie en Latinoamérica debió pasar por alto: No es posible construir el socialismo sobre las estructuras de un Estado burgués y capitalista. Lo precisa la teoría, fue comprobada por la práctica. Es lógica argumentativa. Y hasta religiosa. Me evoca a aquel discurso de Jesús de Nazareth en donde reclamaba que no podía verterse vino nuevo en vasijas viejas. La razón es simple. El envase se rompe, todo entra en crisis, y el vino se derrama.
Lo mismo ocurre con los gobiernos de izquierda y populares. Todo se va al carajo si se establecen alianzas con los polos enemigos de la clase trabajadora. Se es, o no se es. La historia ha demostrado que la ambigüedad ideológica determina el fracaso de los procesos políticos socialistas. No obstante, las intenciones. Porque me queda claro que el comandante Hugo Chávez era un socialista convencido. Y por ser precisamente un socialista verdadero, es que la reacción burguesa perpetró un golpe de Estado en su contra, el cual continúa hoy su trayectoria destructiva.
De modo que no basta con que la izquierda tome el poder (lo cual encierra en sí mismo una desviación conceptual, ya que el poder no se “toma” como si se alcanzara un vaso; el poder se ejerce, enseñó Foucault); sino que una vez con poder, debe ejercerlo de tal manera que le cierre el paso a cualquier intento de contrarrevolución… claro, si es que se tratase de una revolución, una real, no una de papel y propaganda.
Precisa Marx que el paso del socialismo a la edificación de una sociedad comunista -es decir, una sociedad sin clases-, está determinada por un periodo de imposición de una dictadura del proletariado, donde éste liquide toda posibilidad de reacción contrarrevolucionaria. Debe, pues, derrocarse al viejo Estado burgués y eliminar todas, TODAS, sus estructuras. Luego entonces construir un nuevo Estado proletario; aquel amasado las manos, propósitos, sueños y necesidades de la clase trabajadora.
Veamos el ejemplo de Cuba ¿Está abriéndose el país al capitalismo? No. Porque, para empezar, ahí ocurrió una Revolución real que derrumbó todo lo viejo. No lo reformó. No dijo “eliminemos esto, dejemos aquello”. El comandante Fidel Castro no asumió posiciones ambivalentes en las cuales pretendiera quedar bien en todo, con todos. El mismo condenó estas posturas, precisando en su discurso “La historia me absolverá”, que quien en política hace eso, irremediablemente engaña a todos, sobre todo. Aún más, quien es revolucionario/a debe expresar abiertamente sus convicciones. Puede perder o no; pero nunca podrá ser acusado de traidor. De modo que en el actual proceso de actualización económica en la isla, la Revolución no pretende ser reformada. Lo que hoy discute el Partido Comunista de Cuba en su séptimo Congreso es el cómo y el por qué deben acentuarse las tácticas para mejorar las condiciones de vida de la gente mediante relaciones mercantiles dentro un marco socialista, en donde aumente la riqueza, sin que tal riqueza, o la apropiación de bienes privados, sean utilizadas para esclavizar o explotar a los demás, como ocurre en el capitalismo; o peor aún, sean caldo de cultivo para una contrarrevolución. Eso no ocurrirá en Cuba.
Pero hay un miedo en Latinoamérica a no quedar bien con todos, en todo. La izquierda ha sido ambivalente con tal de no perder elecciones, alejándose de la política revolucionaria. El resultado está ahí. Creció en las entrañas de Brasil un monstruo que devoró primero la consciencia social del pueblo, y como golpe final, está masticando la cabeza de la Presidenta. Y cuando esto debería estar detonando la rebeldía popular en las calles y en los campos, las posiciones reformistas dicen que todo quedará vengando… en las próximas elecciones. Mentira. El Estado capitalista fue diseñado mediante aparatos represivos e ideológicos para socavar la consciencia social del pueblo. De ahí la necesidad de derruirlo. De ahí la necesidad de evitar el mismo error en Bolivia, en Venezuela, en Uruguay, antes de contar el mismo cuento desde 1973.
teleSUR
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