Fidel vive en cada uno de nosotros
Escrito por Daynet Rodríguez Sotomayor/CubaSí
En la madrugada de este sábado 26 de noviembre, los revolucionarios de todo el mundo recibimos la noticia más dolorosa que jamás hubiéramos querido tener: Fidel Castro, nuestro Comandante en Jefe, había fallecido.
Pero en medio del shock y la tristeza y el dolor, de los mensajes de abrazo y aliento que por todas las vías se iban trasmitiendo, una certeza se me hizo evidente: Fidel vive más que nunca en cada uno de nosotros, los que hemos crecido con su impronta y con su ejemplo. Con las lágrimas, vino la profunda convicción de que ahora nos toca no dejar morir sus ideas y la obra colosal de la Revolución.
Porque la Revolución es eso, una hazaña colectiva con su sello de conductor excepcional. Bajo su guía, Cuba se convirtió en la isla de la libertad, de la solidaridad, de lo posible en la imposibilidad, donde los desposeidos por primera vez fueron dueños de su futuro y de destino. ¿Sino que son la salud, la educación, el deporte, la cultura para todos que hoy gozamos, sueños de equidad solo posibles con el huracán de una gesta libertaria?
Este orgullo de ser cubanos, esta dignidad a prueba de invasiones, de mercenarios, de vendepatrias, se la debemos a él, que puso la voz de Cuba más en alto que nunca y nos enseñó a no bajar jamás la cabeza, por difíciles que fueran las circunstancias y gigante el enemigo. Y no ha sido poco: resitir al mayor imperialismo que haya visto la humanidad, a solo 90 millas, y su constante hostigamiento de casi 60 años.
Y sus batallas no fueron solo por Cuba, nadie como él encarnó mejor y más profundamente el precepto martiano de que Patria es Humanidad, con su apoyo decidido a todas las causas justas del mundo: las guerrillas en América Latina, al Chile de Allende, a la Venezuela de Chávez a quien quiso como un hijo, la lucha contra el apartheid y por la independencia de Angola y el nacimiento de Namibia, la creación del Contingente Henry Reeve, el ejército de batas blancas que hoy lleva la salud a los más necesitados del mundo, en una reactivación del ideal hermoso de la solidaridad.
Además de resumir todas las cualidades de un revolucionario, Fidel es sobre todo, una mística y una mítica: el de la paloma blanca posada en su hombro en el 59, el del "que tiene Fidel, que los americanos no pueden (no pudieron) con él", el bendecido por los padres de todas las religiones, el que "deja que se entere Fidel, que esto se resuelve", el osado y el primero en cualquier trinchera.
Las palabras se me agolpan y atropellan, pero en esta hora triste y difícil me enorgullezco de haber vivido el tiempo de Fidel, de haber nacido y crecido con sus ideas y su fe de victoria, siempre, y de haberlo podido acompañar junto a otros miles de cubanos en sus últimas luchas, por Elián y por los Cinco, que gracias a su preclaridad, hoy están en casa.
A los revolucionarios nos queda el dolor de su partida física. Pero Fidel vive en su pueblo. No pasará a la historia, sino que ya es Historia, desde hace mucho tiempo. El mayor homenaje ahora será hacer realidad de cada día, las indicaciones que nos dejó en letra de oro cuando escribió: “Revolución es sentido del momento histórico; es cambiar todo lo que debe ser cambiado; es igualdad y libertad plenas; es ser tratado y tratar a los demás como seres humanos; es emanciparnos por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos; es desafiar poderosas fuerzas dominantes dentro y fuera del ámbito social y nacional; es defender valores en los que se cree al precio de cualquier sacrificio; es modestia, desinterés, altruismo, solidaridad y heroísmo; es luchar con audacia, inteligencia y realismo; es no mentir jamás ni violar principios éticos; es convicción profunda de que no existe fuerza en el mundo capaz de aplastar la fuerza de la verdad y las ideas. Revolución es unidad, es independencia, es luchar por nuestros sueños de justicia para Cuba y para el mundo, que es la base de nuestro patriotismo, nuestro socialismo y nuestro internacionalismo.”
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