Chile: un gobierno difícil
Guillermo Almeyra
En el primer turno electoral lo previsto se comprobó. La mitad de
los empadronados no votaron, reflejando así los efectos despolitizadores de la
dictadura pinochetista y el repudio a todos los partidos, incluidos los de la
Concertación que conciliaron con el pinochetismo y casi no se diferenciaron de
la derecha. Como consecuencia del abstencionismo
de protesta, los candidatos más a la izquierda (Marco Enríquez Ominami, Marcel Claude, Roxana Miranda) apenas lograron, sumados, cerca de 17 por ciento, cuando el primero había logrado 20 por ciento de los votos en la anterior elección presidencial. En cambio, los ex dirigentes estudiantiles, comunistas o independientes de izquierda, que representaban movimientos sociales y no los aparatos partidarios, fueron elegidos con mayorías aplastantes.
Sebastián Piñera ni siquiera pudo unificar a la derecha, que perdió un tercio
de sus votos y en la que el ex ministro vedette Golborne ni siquiera
fue elegido senador. Aunque la candidata derechista, Evelyn Matthei, logre
probablemente en la segunda vuelta diez por ciento más, a la derecha no le queda
ya otra opción que el hostigamiento puntual y tratar de aprovechar el
conservadurismo y el conciliacionismo de una buena parte de la mayoría
parlamentaria para reducir el margen de maniobra de Michelle Bachelet en el caso
de que ésta tratase de radicalizar un poco más su discurso y su política para
conquistar un sector de los abstencionistas.
La ya casi presidenta de Chile, en su discurso después de su triunfo en la
primera vuelta, no mencionó su plan de subsidios a los más pobres para que
estudien sino que exigió directamente la enseñanza pública, laica y gratuita,
tal como reclaman los trabajadores y los estudiantes. Además, habló vagamente de
una Asamblea Constituyente –otra reivindicación popular generalizada– que
posiblemente intentará negociar porque no logró los dos tercios necesarios en
las cámaras para modificar la Constitución. Su amplia mayoría parlamentaria, por
otra parte, le impide argumentar que la relación de fuerzas en el Parlamento le
ataría las manos, pues esa mayoría conservadora y heterogénea, aunque la obligue
a negociar continuamente cada proyecto, le permite presentar leyes para cuya
aprobación baste la mayoría simple.
¿Y ahora qué? La economía tropieza con dificultades pues la crisis mundial
reduce el consumo de minerales y el precio del cobre baja. La gran minería está
en manos de las trasnacionales (salvo en el caso del litio) y tanto con los
militares como con los gobiernos de la Concertación, el cobre fue cedido en
concesiones, con la excepción de Codelco, cuya renta en un 10 por ciento
financiaba hasta hace poco las fuerzas armadas. Los capitalistas tienden a la
privatización total de la minería pero la mayoría del pueblo chileno exige al
menos la estatización total del cobre (Chile es el primer exportador mundial).
Este será uno de los puntos más litigiosos durante el segundo gobierno de
Bachelet. Otros serán la tremenda desigualdad social y los bajísimos salarios
imperantes en Chile, problemas que, junto a la urgencia de una educación pública
gratuita y de un buen sistema de sanidad accesible para todos, movilizará cada
vez más a los trabajadores y a los estudiantes, y no sólo a la parte de los
mismos que crean que el de Bachelet es
sugobierno.
Es difícil que en la segunda vuelta la abstención disminuya mucho. Un sector
no considera necesario votar ya que, de todos modos, Bachelet será presidenta.
Los votos de los candidatos a la izquierda de la Nueva Mayoría probablemente se
dividirán entre un voto por Bachelet y la abstención. Además, una parte de la
derecha considerará que el resultado ya está claro y no votará y otra parte (del
electorado de Parisi) se abstendrá por odio a la Matthei. Lo más probable, por
consiguiente, es que Bachelet sea elegida por la mitad de la mitad del padrón. O
sea, que incluso superando el 50 por ciento de los votantes, no represente en
realidad sino un 25 por ciento del electorado.
Será, pues, presidenta legal pero con escasa legitimidad, y así deberá
enfrentar un crecimiento de los sindicatos, un aumento de las luchas y de la
unidad de los obreros y campesinos y movilizaciones estudiantiles y populares
que exigirán leyes inmediatas para renovar la sanidad, la educación y elevar los
salarios, así como un reclamo de reducción de los impuestos indirectos, como el
IVA, y de un aumento del impuesto a los más ricos, unidos a la estatización del
cobre para financiar las reformas postergadas durante tanto tiempo.
Michelle Bachelet, por otra parte, promete reforzar la unidad
latinoamericana, pero ¿podrá por lo menos retirar a Chile de su alianza con
Estados Unidos, Perú, Colombia y México que, justamente, está dirigida contra
Unasur y contra el Mercosur, cuando ni en la Nueva Mayoría que la apoya ni en la
sociedad esta exigencia tiene mucha fuerza? Es de esperar, por último, que las
luchas aceleren la politización y las demandas programáticas de la izquierda
social. También que una parte importante de los jóvenes abstencionistas –que
ganaron las elecciones en escuelas y universidades mediante listas y elecciones
pero rechazan en escala nacional la
vía electoral– comprendan que la participación en política consiste en la independencia y la movilización pero no excluye utilizar las urnas para organizarse, hacer llegar las posiciones propias a otras partes del territorio y de la sociedad y difundir y confrontar las propuestas. Porque el rechazo a la politiquería y a las ilusiones electoralistas es necesario y legítimo, pero es compatible con una acción política contra el capitalismo y el poder y, si fuese necesario, con el voto por una lista que defienda, total o parcialmente, lo que uno piensa.
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