Sexenio de destrucción
La presentación del último Informe de gobierno es, en la lógica
política nacional, un momento de balance del sexenio, no sólo en el discurso
oficial, casi siempre complaciente y cargado de autoelogios y cifras positivas
imaginarias, sino también en el ánimo nacional, que suele ser mucho más severo y
crítico en su diagnóstico del país. En esta ocasión no sólo es inminente el
final de la administración calderonista sino también el de un ciclo de 12 años
en los que el panismo ejerció la Presidencia. El saldo de los primeros seis años
de ese ejercicio, encabezado por Vicente Fox, resultó desfavorable en casi todos
los terrenos. Baste con recordar que en el sexenio anterior se dilapidaron
decenas de miles de millones de dólares procedentes de los sobreprecios
petroleros sin que exista, hasta ahora, la certeza del destino de ese dinero;
pero, lo más grave, se dilapidó la esperanza de la sociedad en una transición
democrática. Con todo, el segundo tramo de ese ciclo, a cargo de Felipe
Calderón, ha sido mucho más devastador para el país.
Por principio de cuentas, la falta de legitimidad de inicio, la ausencia de
una visión de Estado y la ineptitud llevaron a la actual administración a
declarar, desde sus primeros días, una
guerracontra la delincuencia organizada y el narcotráfico que desembocó en una catástrofe en materia de seguridad pública, derechos humanos, estado de derecho, integridad institucional y soberanía. El recuerdo del sexenio que está por concluir queda irremediablemente ligado a las decenas de miles de muertos causados por el estallido de violencia que provocó, a su vez, la actual estrategia policial y militar; por el aumento y la expansión del poderío de las organizaciones criminales; por la descomposición de las corporaciones de seguridad pública; por la exasperante indefensión de sectores de la población que quedaron atrapados en las confrontaciones armadas; por la arbitrariedad y la impunidad con la que las fuerzas del orden atropellaron garantías individuales y derechos humanos; por la generalización de la extorsión de ciudadanos por parte de grupos delictivos; por el lavado de dinero y el tráfico imparable de sustancias ilícitas; por los asesinatos de periodistas; por la continuación de la epidemia de feminicidios en diversos puntos del territorio nacional; por la proliferación de levantones, masacres, desmembramientos, narcovideos y narcomantas.
La determinación de involucrar a las fuerzas armadas en esa suerte de cruzada
minó severamente la imagen de esas instituciones entre la población. El titular
del Ejecutivo federal ha hecho, durante casi seis años, oídos sordos a los
incontables señalamientos críticos sobre los errores de concepción y ejecución
de su estrategia y ha persistido en el empecinamiento de mantenerla hasta el
último día, e incluso ha pretendido proyectarla en forma transexenal. Para
colmo, con ese telón de fondo, y aunque éste no fuese causal directa, el
gabinete calderonista resultó descabezado en un par de ocasiones por las muertes
en accidentes aéreos de dos secretarios de Gobernación. En la circunstancia
menos ominosa, la mala suerte agravó el debilitamiento experimentado por las
autoridades federales en la
guerraemprendida.
Los fenómenos arriba citados están entreverados con una gravísima y dolorosa
pérdida de soberanía. Como ha podido demostrarse mediante los cables de
Wikileaks difundidos por este diario y por medio de otras fuentes, en
el sexenio calderonista se permitió, alentó y hasta imploró la intromisión de
entidades estadunidenses en asuntos que, por ley, conciernen exclusivamente a
los mexicanos y a sus instituciones. En el actual gobierno federal, y con la
coartada de la Iniciativa Mérida, se ofreció a Washington toda la información de
inteligencia del país, se instauraron los vuelos de aeronaves estadunidenses no
tripuladas, proliferó la presencia de agentes de la FBI, la DEA y la CIA en
territorio nacional y se otorgó a funcionarios extranjeros funciones de
coordinación sobre efectivos policiales y militares nacionales. Algunas
dependencias del país vecino –como las oficinas de Alcohol, Tabaco y Armas de
Fuego y de control de Drogas– cometieron en México delitos tales como
contrabando de armas y lavado de dinero, sin que las autoridades nacionales se
tomaran la molestia de investigar, y mucho menos sancionar, tales actividades.
Fuera del ámbito policial y de seguridad, nuestro país prosiguió el rumbo de
sometimiento a Washington ya iniciado en el gobierno anterior y de distancia e
incluso hostilidad ante naciones hermanas de América Latina.
En el terreno económico las cosas no marcharon mejor. El sexenio calderonista
se caracterizó por un incremento brutal de la pobreza y el desempleo y por una
desmesurada transferencia neta de capitales hacia el exterior. Aunque las cifras
oficiales contradicen estos fenómenos, hay sobrados elementos que indican que
han sido maquilladas. Un ejemplo es el estudio del Centro de Análisis
Multidisciplinarios de la UNAM (La Jornada, 12/04/2012) que desmiente
el índice oficial de 4.8 por ciento de desempleo y lo sitúa en un nivel real,
más de tres veces mayor, de 15.4 por ciento. La ausencia de una política
económica con sentido nacional ha sido particularmente desastrosa para el campo
y para los sectores populares de las ciudades, pero ha afectado también a grupos
crecientes de la clase media.
En otro sentido, la actual administración se ha caracterizado por una
sistemática ofensiva contra las empresas públicas, los sindicatos y los derechos
laborales. En contraste con el fallido intento calderonista de 2008 por
privatizar segmentos fundamentales de la industria petrolera, el régimen tuvo
éxito en la destrucción de Luz y Fuerza del Centro y ha asistido, con pasividaad
aprobatoria, al desmoronamiento de la Compañía Mexicana de Aviación. Desde el
incio del sexenio se ha profundizado la persecución y la represión contra los
mineros y metalúrgicos, y a partir de 2008 se lanzó una campaña de acoso
propagandístico, judicial y policial contra el Sindicato Mexicano de
Electricistas.
En el terreno político el gobierno calderonista será recordado por la
cerrazón y la incapacidad negociadora, defectos que explican parcialmente su
fracaso en lograr la aprobación de algunas de las
reformas estructuralesprivatizadoras pretendidas por el poder público en este sexenio; será recordado, también, por la constante intromisión del Ejecutivo federal en ámbitos ajenos a su incumbencia, como el legislativo, el electoral y el judicial, y por sus colisiones con los poderes correspondientes.
En materia de política social el calderonismo provocó una crisis sin
precedente en el sistema de educación pública, debido a sus alianzas políticas
con la cúpula mafiosa que controla al Sindicato Nacional de Trabajadores de la
Educación, así como por los factores de corrupción, amiguismo y clientelismo que
proliferaron en el sistema de salud. Una de las consecuencias más dolorosas y
agraviantes de esos fenómenos fue el incendio de la guardería ABC, en
Hermosillo, Sonora, en el que casi 50 infantes murieron y decenas resultaron
lesionados. Hasta la fecha, los presuntos responsables políticos y
administrativos de esa catástrofe permanecen protegidos por un manto de
complicidades e impunidad.
Otro sector devastado desde el poder público es el de las telecomunicaciones.
Durante el sexenio que está por concluir, la Secretaría de Comunicaciones y
Transportes ha actuado en forma sistemáticamente parcial a favor del duopolio
televisivo, ha entregado bandas y frecuencias a cambio de nada y se ha erigido
como guardián de los intereses de los concesionarios afines al régimen, y como
verdugo de algunos de sus competidores, como MVS.
La corrupción en las oficinas públicas, lejos de decrecer, se ha multiplicado
en forma inocultable. Dos situaciones emblemáticas: la actual administración
empezó por firmar un contrato de abasto de gas natural para la Comisión Federal
de Electricidad con la trasnacional española Repsol –21 mil millones de dólares–
a un sobreprecio escandaloso y deja como herencia y recordatorio una
Torre de Luzcuya construcción consumió más de cuatro veces los recursos originalmente programados.
A todo lo anterior habría que agregar la sistemática hostilidad oficial
contra los derechos sexuales, reproductivos y de género, los ataques a la
laicidad del Estado, y la insensibilidad, la frivolidad y la mendacidad como
formas regulares de gobierno.
Con estas consideraciones en mente es claro que el país ha vivido, durante
los pasados seis años, un oscuro periodo de destrucción y de regresión
generalizadas y con un país fraccionado que se expresa, en el mejor de los
casos, en situaciones como la ocurrida al inicio del periodo del sesiones del
Congreso y en las manifestaciones realizadas, también ayer, en una docena de
ciudades. Si bien tales manifestaciones tienen como objetivo inmediato y
primario expresar rechazo a Enrique Peña Nieto, quien la víspera fue declarado
presidente electo por el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación,
es claro que constituyen también muestras del hartazgo provocado por el régimen
neoliberal en general, encabezado, durante los pasados seis años, por Felipe
Calderón.
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