sábado, 13 de julio de 2013

SI NOS PARAMOS A VOTAR................SI DEJARAMOS DE VOTAR


estado, historia, politica 11 de julio de 2013 

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Dejar de jugar a un juego amañado es la mejor manera de salir de una espiral descendente que nos va a destruir.
El rey está desnudo, pero mientras la gente no lo entienda de ninguna manera tratando de imaginarlo con su ropa, la comedia nunca llegará a su fin.
Se han tenido elecciones, aquí en Durango y en otros 14 estados de la república, y estaba reflexionando sobre dos anomalías o más bien dos acontecimientos que he visto suceder en mi ciudad en estos días.
Me llamó la atención la incesante propaganda electoral que se desencadenaba sobre la ciudad.
No tanto con mitin que aquí que no se usan mucho: no hay realmente necesidad de explicar al público el propio programa de gobierno cuando, primero, no interesa a los ciudadanos (las evaluaciones son hechas por los ciudadanos sobre la base de ventajas personales, prometidas u obtenidas en el momento de la votación), y, en segundo lugar, todos los programas son iguales en la retórica de las promesas utópicas (siempre lo mismo: la reducción de la pobreza, la lucha contra la delincuencia, la lucha contra el hambre, la seguridad, y toda la lista de ilusiones).
Cuanto con espectáculos (cantantes en todos lados, bailes, desfiles que parece carnaval) en un ruido ensordecedor que sólo sería suficiente para entorpecer las mentes.
Bueno, después de todo esto, vamos (van) a votar
Luego, el silencio absoluto.
Aparte de las proclamas triunfalistas del primer día cuando todos han ganado, han pasado cuatro días y en ninguna parte (periódicos, televisión, internet), logré leer una previsión, una indicación de voto, un resultado, un anuncio oficial, aunque parcial, de los resultados.
Lo que en el mundo se ofrece en directo (en los EE.UU. es casi inmediato; en Europa el recuento de votos es constantemente seguido por los periódicos, con esquemas, con cuadros sinópticos que indican el porcentaje de votantes, de los votos escrutados, y la repartición entre los partidos, con el Ministerio del Interior que da cada hora información oficial a través de la radio y la televisión), aquí, aparte las reclamaciones individuales de la victoria de varios partidos, no se da ninguna comunicación, a ningún nivel.
Y, lo que me aparece lo más raro, es que a la gente, aparentemente no le interesa de saber. Antes se discutía, como es normal, a favor del uno o del otro candidato encontrando calidades o defectos: ahora no, nadie habla de eso.
Quizá, estaba pensando, ¿es porque ya saben quién ganó? ¿Saben que no es posible ir en contra de unos aparatos políticos que manejan, compran, deciden todo?
Y esto con una resignación, con una aquiescencia frente a los juegos de poder de candidatos y partidos que me deja atónito.
Por lo tanto, sí es así, me pregunto: ¿por qué ir a votar?
La cuestión no es nueva: muchos se han preguntado en el pasado, incluso en países con tradición democrática más establecida.
La pregunta no es ni retórica ni vana.
La teoría del gobierno de los representantes electos es que estos chicos son contratados por votación ciudadana para cuidar de todos los asuntos relacionados con los intereses comunes.
Es esta transferencia de poder a los agentes elegidos por el votante que es el punto crucial de la ideología republicana.
La transferencia es casi absoluta y el mandato es irrevocable. Para el abuso o mal uso de su cargo, el único recurso que nos queda, es para expulsar a los agentes en las próximas elecciones.
Esto es lo que se llama “la tragedia de la representación”: aquellos que en el pasado sólo eran portavoces y representantes de quienes los habían delegados, a través de los siglos han sido capaces de apropiarse plenamente de la voluntad de los que se supone habrían debido defender e incluso han reivindicado, con éxito, un mandato libre de todas las obligaciones y compromisos contractuales.
Fue Bruno Leoni, jurista y economista italiano del siglo pasado del cual ya les hablé, señalando que en los siglos que precedieron al triunfo del estado moderno los representantes del pueblo estaban estrechamente conectados con las personas representadas, hasta el punto que en 1295, cuando el rey Eduardo I (de Inglaterra) convocó a los delegados elegidos por los pueblos, los condados y las ciudades ingleses, “las personas convocadas por el rey en Westminster fueron considerados verdaderos representantes y agentes de sus respectivas comunidades”.
Originalmente, el antiguo principio de “no taxation without representation” con lo que los colonos eligieron la independencia de América del Norte fue entendido como que ningún impuesto puede ser legítimo en ausencia del consentimiento de la persona gravada.
Así que si pudiéramos dejar de votar por partidos y candidatos, volveríamos a apropiarnos de la responsabilidad individual de nuestras acciones y, por lo tanto, de la responsabilidad por el bien común. Tal retiro sería equivalente a una advertencia a los políticos: ya nosotros, como individuos, decidimos cuidar de nuestro negocio, ya no son necesarios sus servicios.
Así sería, ¡si los políticos permitieran ser expulsados de sus posiciones de poder y privilegio!
Hay que darse cuenta que la propuesta de dejar de votar es básicamente revolucionaria; equivale a un cambio de poder de un grupo a otro, de los políticos a los ciudadanos, lo que es la esencia de la revolución.
No hay duda de que los hombres de grandes intenciones siempre darán sus talentos para el bien común, sin pensar en ninguna recompensa, sino al bien de la comunidad. Pero mientras nuestro sistema tributario sigue siendo, siempre y cuando los medios políticos para adquirir bienes económicos son disponibles, los hombres tratarán de satisfacer sus deseos con el mínimo esfuerzo.
Es interesante pensar en el tipo de campaña electoral y el tipo de candidato que tendríamos si la tasación fuera abolida y si el poder de dispensar privilegios desaparecido. ¿Quién competiría por cargos públicos si no hubiera “nada en ellos?”
Para llevar a cabo la revolución sugerida todo lo que es necesario es mantenerse alejados de las mesas electorales. A diferencia de otras revoluciones, no se requiere de organización, no se requiere de violencia, no se requiere de ninguna guerra, no se requiere de un líder.
En la tranquilidad de su conciencia todo ciudadano se compromete consigo mismo, prometiendo a sí mismo de no dar apoyo moral a una institución inmoral y el día de las elecciones se queda en casa. Eso es todo.
En estas elecciones en México fueron más del 53 % que se comportaron así, y no creo que el país se encontrará en una condición peor que antes.
Para este artículo tomé en cantidad, a manos llenas, de un olvidado texto, “If We Quit Voting” del 1945, de un autor olvidado: Frank Chodorov.
¿Por qué olvidado?
Quién canta desde fuera del coro, o no nos dejan oírlo, o no queremos oírlo.

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